CAPÍTULO 2

171 15 54
                                    

“Esta bien, rey Lucifer”

†††

Creí haber caminado de vuelta al infierno con esa mujer. Me había llevado por un largo camino sin fin durante horas. El sol ya estaba ocultándose, pero mis pies seguían sus pasos por el sendero entre las montañas. A lo largo abarcaba pura naturaleza, tan impresionante como era de esperarse de mi padre. Mi intención era irme cuánto antes de la tierra, no tenía deseo alguno de permanecer allí mucho tiempo, y menos del lado de una humana. Aunque no podía negar que por más que seguía odiando a mi padre, su creación había sido excepcional.

No había tenido la oportunidad de ver de cerca la tierra, nunca presté atención a lo que creía que era inferior a los cielos o a mí.

—¿A dónde carajos vamos? —resoplé, pateando una pequeña roca que encontré en el camino.

Estábamos en el medio de la nada, no podía ver nada más que la tierra silvestre, con las mariposas revoloteando entre las flores y los pájaros en lo más alto del cielo.

—Debe estar por aquí. —Respondió Meg, sin mirarme. Parecía guiar sus ojos hacia una dirección exacta.

Fruncí el ceño e intenté imitar su gesto. Pero en cuanto fije mi mirada hacia la misma dirección que ella, lo pude ver. A unos pasos más adelante se encontraba una pequeña casa a mitad del sendero. El camino seguía, pero Meg se apresuró a detenerse frente al lugar y tocó la vieja puerta de madera.
No comprendía nada. ¿A quién buscaba?

Ya era suficiente con su presencia mortal para agregar una nueva a mis problemas. Tenía demasiadas preguntas y necesitaba resolverlas, no tenía tiempo para los juegos. Este no era el tipo de juego que me gustaba.

Detallé lentamente el lugar, era una cabaña humilde, no parecía abandonada pero tampoco denotaba riqueza. Al contrario, era ordinaria. Por su techo se resbalaban ramas secas y muchas hojas, sus paredes estaban cubiertas de piedras que parecían colocadas una tras otra de forma perfecta. Su desgastada puerta de madera dejaba ver las grietas que comenzaban a relucir por la antigüedad.

Miré el horizonte admirando como se acercaba el anochecer. El enorme sol que me iluminaba iba descendiendo hasta ocultarse. Incliné la cabeza intentando recordar.

«¿Por qué había llegado a la tierra?, ¿Había sido obra de mi padre?»

No tenía sentido de que él me mandará a la tierra sin ningún motivo, Dios no era un padre que hiciera algo porque sí, todo estaba muy bien calculado. Los humanos siempre comerían el error de pensar que todo era a base de una casualidad, pero haber sido un ángel perteneciente de la ciudad de plata, te hace darte cuenta de que él lo controla todo. Nadie es dueño de nada, solo él tiene ese poder.

Aunque ahora yo era dueño de algo que para el resto del mundo no era significativo, pero para mí, era un logro. Tenía mi propio reino y mis propias reglas, tenía al menos un cierto poder que reconfortaba mi vacía alma.

Mis pensamientos estaban revueltos, pero no tuve tiempo de pensar en eso cuando sentí la presencia de alguien más. Me giré hacia la puerta y oí como crujió mientras se abría. «¿Qué nadie arreglaba sus casas? La casa de Meg también estaba como un chiquero, y no se trataba solo del fuego»

Una anciana se asomó por el marco con cuidado. Su rostro me reveló una vez más lo que era la vida humana. Simple y corta. Las arrugas sobre su rostro hacían evidente su avanzada edad, sus párpados ya estaban caídos y su cabello era grisáceo, casi blanco.

EL DIABLO TAMBIÉN PECADonde viven las historias. Descúbrelo ahora