CAPÍTULO 5

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“Con ojos de luciérnaga y sonrisa de ángel”


†††

Debía admitir que la situación se estaba poniendo divertida, pero como todo espectáculo, tiene que llegar a su final. Tenía prioridades más serias que caer entre el encanto de la humana. Debía llevar a Meg al puerto, teníamos un barco que tomar.

Un recuerdo volvió a mí como una ráfaga de aire, fue rápido y borroso, tuve que concentrarme para entenderlo. Esa discusión que vagamente recordaba comenzaba a aclararse, revelándome algo muy importante. Antes de caer no estaba en el infierno, estuve en el cielo. Mis heridas provenían de arriba.

Solté una risa amarga, cargada de frustración. Cómo sospechaba, esto no era algo bueno. Para que hubiera aceptado pisar la ciudad de plata luego de mi aberrante humillación y caída, debía estar sucediendo algo que requiriera mi presencia pedido personalmente por mi padre, haciendo que no pudiera negarme, y/o en el peor caso, que necesitaran mis poderes.

No era un diablo con mucha paciencia, así que este juego de adivinar que estaba sucediendo no me gustaba en lo absoluto. Era un castigo para mí estar en la tierra, por lo que si me habían lanzado acá, herido hasta casi matarme, se debía tratar de algo mucho peor de lo que pensaba.

«Detesto cuando juegas conmigo, Padre. Una vez más me tomas como un peón… Y no como tú hijo»

Apreté los puños sintiendo como las heridas me punzaban. Giré la mirada hacia Meg, quien observaba el desastre que había formado. Todos los cuerpos de los guardias despedazados y toda la sangre esparcida sobre sus pequeños zapatos. Ella se veía muy frágil e inocente, demasiado para ser real. Había convivido con los humanos tiempo atrás, pero jamás había visto a uno como ella. Era como el aura que desprendían los niños que constaban de pureza e ignorancia, hasta llegar a su punto adulto dónde se desvanece por completo, convirtiéndose en la decepcionante humanidad que conocemos. Menos Meg.

Era ajena a la maldad, pese a que parecía que todo lo oscuro la rodeaba. Para ser tan joven era tratada de forma desagradable, era despreciada, como si todos tuvieran derecho de eso, intentando corromperla para que fuera como ellos.

Aunque ahora era una pecadora ante los ojos de Dios, no parecía abrumada por ello. Su rostro no reflejaba ni una pizca de miedo o arrepentimiento al estar cerca de mí. Su cabello castaño y sedoso se balanceó entre la cálida brisa, juntó ambas manos mientras recorría su vista por el campo.

No entendía como era posible que hubiera terminado en esta situación con alguien tan opuesto a mí. Ella podría matar a alguien y seguiría viéndose inocente, yo podía salvar a alguien y siempre me vería como el villano. Aunque para mí, no era un problema ser malo.

«Es lo que soy, me guste o no»

Saqué una de mis alas y la atravesé frente a ella para obstruirle la vista. Aunque ya habíamos pasado la peor parte, me desagradaba la idea de que siguiera viendo lo que había hecho. Meg me fulminó con la mirada por mi repentino gesto, pero al notar que me mantuve firme, decidió mirar mis alas.

—Son tan blancas y brillantes que no parecen reales —siseó—, son impresionantes.

—Sí, lo son —afirmé mientras me paraba a su lado—, puedes tocarlas.

Meg alzó la cabeza, dejando en evidencia un notorio brillo de deseo en sus ojos. Se apresuró a pasar sus pequeños dedos sobre las plumas, suave y despacio. Su tacto seguía siendo un misterio para mí, era como si esa humana pudiera transmitirme emociones con solo rozarme. Sentí un cosquilleo que me recorrió la columna cuando toda su palma las tocó. Vi como caminó lentamente hasta pegarse a ellas por completo.

EL DIABLO TAMBIÉN PECADonde viven las historias. Descúbrelo ahora