“Crystal Ball”
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MEG
Se sentía un poco extraño volver a caminar entre ese rocoso y oscuro sendero que conducía al templo. No era el camino principal para llegar, pero era un atajo que descubrí el día que se acordó mi compromiso con Filiphs. Un camino estrecho entre las casas de los Oskolianos, casi en todo el casco de la ciudad. Las ramas quebradizas y flacuchas se colaban entre las grietas de piedra, tan traviesas como si tuvieran vida e intentarán retenernos de ir en esa dirección. El roce era áspero, pero ese pequeño tacto inofensivo me hizo pensar en los tres años que estuve confinada en Kallistar, lejos y sola.
Durante casi toda mi vida tome ese sendero como ruta fija para llegar a mis tormentosas clases con las monjas, que me aceptaron como un reto de Dios para doblegar al demonio. De cierta forma apreciaba su perseverancia y fe en que conseguiría la salvación de mi alma. Nunca me consideré una mujer muy creyente, mi vida era miserable así que mi único objetivo por mucho tiempo fue sobrevivir, y nada más. Al menos el templo no era una prisión como el castillo. Recibí comida, ropa, estudios y una cama. Eso era mucho para el infierno que me esperaba. Quizás por eso, ahora que volvía a ver esas enormes columnas, aterradoras por el moho en las paredes y las plantas secas que cubrían las ventanas lancetas, pensé en mis acciones.
No entendía como había llegado hasta este punto, me imaginaba regresando a Acrocia por la boda, pero no por intentar salvar a un ángel. Mejor dicho, al señor del infierno. Los intentos de las monjas de llevarme por el camino del señor no funcionaron, no especificaron a qué señor exactamente.
Yo, la que siempre había estado bajo las sombras y la penumbra de este templo, estaba entrando junto al peligroso ángel caído. Desafiando toda regla. Desde que lo encontré en el jardín de la casa supe que no era un humano. Y aunque dure una semana asustada porque no despertaba, jamás dude de que no abriría los ojos. A simple vista parecía el hombre perfecto y mortal hasta cierto punto, un rostro tan angelical en todo sentido, una piel tan tersa y brillante, unas cejas oscuras y, lo más destacable, sus ojos morados e intensos como la amatista. Un cuerpo tan trabajado y esa sonrisa tan sexy y perversa que poseía que te invitaba a pecar.
No es que sepa demasiado de su historia, puesto que al haber crecido en el templo con las monjas y el padre, quién fue un hombre amable pero racional, no tuve la oportunidad de husmear entre los libros demoníacos que las monjas ocultaban en la biblioteca del centro. La Biblia tampoco decía casi nada más allá de retóricas palabras, o metáforas. Lucifer era todo un misterio, un personaje enigmático y también de cierto modo, una admiración para mi cobardía.
Mi abuelo se podría estar revolcando en su tumba si pudiera escuchar mis pensamientos. Él era devoto a la iglesia, aunque solo de regia de su fe y de lo que pensaba que era lo correcto, fue un buen hombre, aunque no tuve la dicha de conocerlo lo suficiente. Murió poco después de que cumpliera seis años, y desde entonces mi padre cambió para siempre, y yo ingresé al templo.
Me detuve en la gran puerta de madera que estaba ligeramente abierta. Suspiré con pesar y tome el valor para ver a Lucifer. Él se quedó observando todo con su antipática expresión, no se veía feliz pero tampoco malhumorado. Era buena señal. Había creído que se negaría por completo a venir aquí. Estaba segura de que el padre también debía estar revolcándose en su tumba por mis pecados. Un escalofrío me recorrió la espalda al recordar que su cuerpo estaba enterrado no muy lejos de donde estábamos. Pero a quién engañaba, no me sentía culpable, no cuando había pasado tanto tiempo sumergida en la culpa. Seguía sintiendo ese vacío de siempre y esto no lo cambiaba, después de todo nadie se preocupaba genuinamente por mi para interesarle si el diablo me quemaba viva o se llevaba mi alma.
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EL DIABLO TAMBIÉN PECA
FantasyEn términos religiosos, Lucifer representa al ángel caído, ejemplo de belleza e inteligencia a quien la soberbia le hizo perder su posición en el cielo. Al caer repentinamente en la tierra, confundido y enojado, se enfrenta a una situación extraña c...