CAPÍTULO 9

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“Crystal Ball”

†††

MEG

Se sentía un poco extraño volver a caminar entre el rocoso y oscuro sendero que conducía al templo. El camino era estrecho, las paredes de la casas parecían que de a poco se cerraban a medida que nos acercabamos. Algunas ramas que se colaban entre los ladrillos, tan traviesas como si quisieran retenernos, nos rozaban la ropa con un toque seco y algo áspero.  El tacto me hizo recordar que en los tres años que había estado lejos en Kallistar, crecieron considerablemente hasta estar lo suficiente cerca de cualquiera que pasara, eran ramas quebradizas y flacuchas. Sin embargo, siempre me pregunté cómo podían crecer sus raíces entre el concreto hasta romperlo para emerger a la superficie. Lo hacían ver tan fácil.

Hasta ellas eran más fuertes que yo.

Durante casi toda mi vida tome ese sendero como ruta fija para llegar a las clases, creyendo que de esa forma, podría acercarme más a Dios, y quizás encontrar consuelo. No soy una mujer interesante, no tuve una vida bonita y tampoco secretos propios que me hicieran desvelarme en aquellas frías noches que pasaba en soledad. No tengo nada a lo que aferrarme, y justo por eso, ahora que podía ver una vez más las altas columnas del lugar, tan aterradoras como siempre, pensé en mis acciones.

No entendía como había llegado hasta este punto, dónde estaba volviendo a Acrocia, al lugar que tanto odiaba, el lugar que me traía amargos recuerdos, y no bastando con eso, en compañía del diablo. Estaba por entrar a la casa de Dios donde juré mi devoción y lealtad, junto a Lucifer.

Era algo así como entrar con el enemigo de cualquier dimensión, la tierra o el cielo, el paraíso o el infierno. Yo, la que siempre había estado bajo las sombras y la penumbra, estaba entrando junto al peligroso ángel caído.

Eso se veía realmente mal. Pero no podía mentirme, no provocaba algo en mí. Seguía sintiendo el mismo vacío de siempre y esto no lo cambiaba.  En mi rostro se formó una mueca de disgusto, al ver que todo seguía igual. Parecía que el rey no había dado nunca el dinero para mejorar el templo como siempre prometía, seguía estando desgastado el cartel de madera en la entrada, el césped mal cortado, y ni hablar de las pobres flores silvestres que pocas veces recibían agua. El techado naranja seguía dando la impresión de que ardería por el intenso sol, y la enorme campana en la punta, seguía oxidada.

Miré de reojo a Lucifer, quién parecía muy tranquilo aunque supiera a dónde estábamos yendo. Me pregunté si ese ángel detrás de mí, no sentía algo de remordimiento por sus acciones igual que yo cuando miraba el lugar. Por alguna razón, me veía como él. No sentí nada de emoción por volver, no me sentía mal por lo que estaba haciendo, ayudar a Lucifer no parecía algo malo.

O al menos, yo no lo veía así.

Desde que lo había encontrado en el jardín de la casa, supe que no era un humano común. Y aunque dure una semana asustada porque no despertaba, jamás dude de que no abriría los ojos. A simple vista parecía el hombre perfecto, un rostro tan angelical en todo sentido, una piel tan tersa y brillante, unas cejas oscuras y unos ojos tan morados como la amatista. Un cuerpo tan trabajado y esa sonrisa tan sexy que poseía.

Aún con todas las heridas, era muy imponente, alto y con su expresión de desagrado hacia todos.

Cuando me sacó del incendio, pude verlo a detalle por primera vez. Recordé porqué jamás podría ser una moja. Era inevitable no mirarlo con deseo. Era ese hombre que te imaginabas que llegaría entre la multitud a buscarte, a marcar territorio para que los demás hombres no te mirasen, ese tipo de hombre desvergonzado que te susurraría que eres suya, solo para provocarte.

EL DIABLO TAMBIÉN PECADonde viven las historias. Descúbrelo ahora