CAPÍTULO 4

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“Hasta que amanezca y la estrella de la mañana se levante en sus corazones”

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Siempre había pensado que la humanidad era tan solo un juego de mi padre. Como jugar a la casita con sus peones danzando para él. Todos a su imagen y semejanza regidos por sus reglas y bajo el mando de su imperio. Yo también había deseado poseer tal sublime poder, pero no para gobernar a la humanidad. Mi propósito era aún mejor.

No tenía intenciones de ser gentil con los humanos, mucho menos sabiendo que tenía todo el poderío de acabarlos en esos instantes para seguir nuestro camino. Sin embargo, algo dentro de mí no me lo permitía. No actúe, tan solo bajé la guardia y me mantuve bajo control. No se trataba de cordura o bondad, eso no era parte de mí. Era tan solo mi ego sobresaliendo una vez más.

Mi presencia pese a estar completamente tranquila, imponía siempre ante cualquiera. Haciéndome sentir mucho más grande que todos ellos. Por supuesto, no solo era por ser un ángel, si no que algo que caracteriza a los arcángeles, serafines o querubines, es aquella coraza que los representa según sus dotes. Cada ángel fue creado con un propósito, y su coraza siempre irá acordé a ello.

No siempre fui el diablo, por lo que mi coraza sigue siendo angelical y extremadamente brillosa. Cuando le insinué  a Odett sobre el verdadero significado de mi nombre, no mentí. Aunque no conté toda la verdad.

Represento al portador de luz, soy el lucero del alba. Y aunque ahora tengo asignado ser el rey de los demonios, sin importar por cuál me vean, seguiré causando lo mismo en la humanidad. Adoración por mi luz, o terror por mi oscuridad.

Ambos me benefician.

Caminé lentamente hacia el hombre barbudo y con sutileza me eché el cabello hacia atrás con las manos, soltando un suspiro en el proceso.

—Ya le dije, vengo solo, estoy tratando de cazar algo para llevárselo a mi esposa. —Dije neutral, mirándolo fijamente—,  ¿Ustedes son del castillo?

El hombre pareció convencido, lentamente bajó su espada y la guardo en la vaina de bronce. Se mantuvo firme frente a mí, aunque su expresión de seriedad no se fué.

—Somos los guardias del castillo real del rey Albellot —indicó, en voz alta.

—Es bueno saber que nos visitan, quien sabe que criaturas extrañas puedan estar acechando por acá —sonreí de lado, rascándome la muca—, la seguridad del castillo debe ser la mejor. Es un placer conocerlos.

Estiré la mano para que la estrechará, pero el amargado hombre se limitó a mirarme por encima del hombro, con asco. Se posicionó firme, y con una seña extraña de mano hizo que el resto de los guardias se colocarán en fila.

Vi como comenzaron a subirse a sus caballos con una extraña pero asombrosa coordinación. El resto de los guardias tenían cascos al estilo romano, brillantes como sus armaduras y escudos, menos el líder a la cabeza quien creía era el barbudo. Eso era extraño. ¿Por qué él no portaba el casco imperial como el resto?

Si era el líder, debía portar un casco imperial aún más poderoso que el resto de sus hombres.

Cuando creí que se retirarían, escuché unos pasos detrás de mí que se movieron con rapidez. Me giré enseguida, pero quedé perplejo cuando vi a Meg correr a toda prisa mientras los guardias le apuntaban con las lamparas y uno de ellos la perseguía con la espada.

Su cabello se sacudía con brusquedad mientras su larga falda brincaba haciendo que sus piernas quedarán expuestas. Sus pequeñas botas se resbalaron entre la extensa grama.

EL DIABLO TAMBIÉN PECADonde viven las historias. Descúbrelo ahora