CAPÍTULO 12

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“Era como si el lobo llevará colgando en su boca al pequeño conejo”

†††

LUCIFER

Nunca había sido de mi agrado estar en eventos públicos, ni cerca de otros ángeles, y menos de humanos. Pero no estaba tan mal. Jueguee con el vaso de vidrio entre mis manos, deslice mi dedo índice por todo el borde mientras escuchaba el tintineo del hielo mientras lo sacudía.

Algunos de los hombres presentes se sentaban cerca, hablaban y reían como si les estuvieran contando que encontraron la fórmula para la inmortalidad. Aunque muy pocos me dirijan la palabra, me habían integrado a las conversaciones aunque no respondiera nada. ¿Que iba a responder si yo no soy padre ni tampoco tengo una esposa de verdad?

Aunque protejo a Meg, y me pertenece mientras el contrato perdure, no es mi esposa. Es mi cliente, si lo veo de una forma más sencilla y menos extraña.

—¿Que tal le va a tu esposa acá? —preguntó uno de ellos, mirándome con curiosidad. Es un hombre moreno de cabello rapado, con un traje de color blanco que resaltaba mucho—, nos dijeron que son los nuevos inquilinos. ¿Están de luna de miel?

«Luna de miel... Creo que sería lo único emocionante de una boda»

—Mas bien son unas vacaciones... —sonreí socarronamente, el hombre me devolvió el gesto con complicidad—. Ya sabes, no vienen mal unas vacaciones con mi esposa después de estar tanto tiempo trabajando.

Bajé un poco la mirada, haciendo una mueca. Mis palabras eran completamente ciertas, había estado siglos trabajando en el infierno, en mi propio reino. Con escasa ayuda, pues mi ego se negaba a pedir ayuda a la ciudad de plata cuando las cosas se complicaban luego de los juicios a los mortales. Algunas almas ni después de la muerte querían ser doblegadas o castigadas.

Tenía que demostrarle a mi padre que yo podía con eso, que era más que capaz de relucir en mi propio destierro. Que soy un digno rey que levanta su tierra con sus propias carencias.

—Ni que lo digas —exclamó, recostandose del respaldo de la silla—, mi esposa no dejaba de quejarse con que pasará más tiempo junto a ella y los niños. ¿Usted tiene?

—Ah, no. Para nada —me apresuré negar con la cabeza, con una expresión de espanto—, son criaturas que tientan a la muerte todos los días.

—Mi hijo se fracturó el brazo hace un tiempo, siempre se lastima, es travieso —rió con cansancio—. Cómo consejo no tengas hijos todavia. Por más tentadora que se vea tu mujer.

«¿Yo con hijos? Imposible. Si acaso me soporto a mi mismo. Y a Meg»

Desvíe la mirada al sentir la cara caliente por la vergüenza. El hombre se levantó y colocó una mano sobre mi hombro.

—Vuelvo en un rato, tengo que ver si mis hijos no se han matado —alce la cara para observar como se le acentuaban las líneas de expresión. Se veía cansado, a pesar de ser un hombre de no más de 40 años.

Asentí con la cabeza sin decirle nada, solo observé como se alejó hacia una mujer que se asomaba en la entrada. Suponía que era la cuidadora de niños de la posada que se encargaba de ellos mientras sus padres disfrutaban el evento. «Pobre mujer...»

Me gire de nuevo para juguetear con el vaso. «¿Que está haciendo Meg?, ¿Debería ir a buscarla?»

Escuché un golpe seco detrás de mí. Me sobresalté, fue como si un saco cayera en seco. Gire la cabeza con sorpresa. Por primera vez sentí un pinchazo de dolor en mi pecho, que quise creer se debía a mis heridas. Tiré el vaso a un lado y me levanté deprisa.

EL DIABLO TAMBIÉN PECADonde viven las historias. Descúbrelo ahora