En términos religiosos, Lucifer representa al ángel caído, ejemplo de belleza e inteligencia a quien la soberbia le hizo perder su posición en el cielo. Al caer repentinamente en la tierra, confundido y enojado, se enfrenta a una situación extraña c...
La primera señal de que nada saldría según lo planeado, fue que la bola de cristal por primera vez, se había tornado roja. Crystal ball era una bola mágica muy inteligente, iba más allá del racional conocimiento humano. Por supuesto que la magia y todo lo sobrenatural o espiritual solo significaba que venían de un lugar. El cielo. O lo que creíamos era el paraíso.
Si en la tierra existían tantas cosas aun sin descubrir, me dejaba la imaginación abierta a todo tipo de locas ideas. Aunque no esperaba ver una escena tan curiosa como la que presenciaba. Crystal estaba enojada, puesto que Lucifer daba en el blanco con todas sus preguntas capciosas. Quizás, pensaba que podía ganarle a Lucifer para demostrar que era superior, ya que esa bola siempre había tenido ínfulas de que al pertenecer a la magia, era superior a nosotros. Sin embargo, ella respetaba y veía a Baltón como su amo. Fue él quien la descubrió en uno de sus viajes encubiertos.
—Bien, ya basta —ordenó Baltón, poniéndose una mano en la frente con cansancio—. Meg, por favor dime que deseas ¿A qué has venido?
—Quiero encontrar el libro —solté firme, parándome frente a la bola—, necesito que me muestres en qué parte del castillo está.
—¿Hablas del libro de Entre la tierra y el cielo? —preguntó Crystal, su voz rebosaba de curiosidad. Volvió a su color aguamarina y bajó la intensidad con la que giraba y flotaba sobre su base.
—Sí. Muéstrame dónde lo tienen.
—Lo buscaré, solo si me dices qué hace el diablo en estas tierras.
Me mordí el labio inferior con frustración. Siempre preguntaba todo, nada se le escapaba. Bola metiche.
—Necesita mi ayuda. —Fue lo único que pude responder, sujetando los costados de mi vestido con inquietud.
—¿Es cierto que eres Lucifer? —La voz de Baltón resonó por el cuarto, aumentando mi nerviosismo.
No desconfiaba de él, pero honestamente no era muy conveniente que más personas lo supieran. El contrato era entre nosotros dos, nadie más debía meterse aunque termináramos usándolos para nuestro beneficio. Aunque nos destruyéramos mutuamente. Era mejor así, mientras menos se involucraran, estarían bien.
—Es cierto —respondió Lucifer, casi susurrando—, no vine a ser un héroe. Lo que dice Meg es cierto, estoy aquí por su ayuda.
—Entonces buscaré lo que necesitan —contestó Crystal, haciendo que aparecieran pequeñas imágenes difusas en el cristal.
Los tres nos acercamos a mirar, era como si ella pudiera recorrer los pasillos del castillo sigilosamente sin ser vista. Cómo un espectro deambulante e invisible. Crystal recorrió los rincones mientras se acercaba a la torre más alta del castillo.Volver a ver esas paredes azuladas y frías me traía malos recuerdos. Sentí un nudo en mi garganta, y al mismo tiempo, una espina en mi pecho. Juguetee un poco con mis dedos mientras seguía mirando, hasta que llegó al último cuarto de la torre.
Mi corazón se estrujó por el miedo. El ardor comenzó a viajar entre mis viejas heridas como si pudieran abrirse y lanzarme una ola similar al dolor que alguna vez sentí sobre mi piel. Sobre mi ser.
Me costaba creer que en ese específico cuatro estaban guardando el libro. Anteriormente, esa era mi habitación. La más alta del castillo, dónde nadie podía verme. Dónde nadie iba a salvarme.
—¡Por favor sáquenme de aquí!, ¡No hagan esto! —mis gritos se podían oír por todo el oscuro pasillo, de eso estaba segura. Golpeé una última vez la vieja madera de la puerta que rechinaba con cada golpe.
Quizás si seguía golpeando, la vida se apiadaria de mí y aquella puerta se rompería. El sonido metálico de las armaduras de los guardias hacia eco en mis oídos con cada paso que daban al alejarse por la escalera de la torre. La luz de la luna que entraba tenuemente por la ventana era lo único que iluminaba un poco mi rostro. No podía ver mucho más allá en aquella habitación, pero sabía que jamás podría olvidarla pese a no saber cómo se veía. El suelo y las paredes estaban heladas, tan ardientes como pisar la nieve descalza. Podía sentir como los dedos de los pies se me comenzaban a entumecer. La delgada tela de mi vestido no me cubría lo suficiente, probablemente moriría de hipotermia.
Con las pocas fuerzas que me quedaban, cerré la ventana, tan solo podía seguir viendo a través del cristal que comenzaba a empañarse con el aire que soltaba por la nariz.
Mi cuerpo dolía, cada hueso, cada centímetro de mi piel y de la sangre que corría. Era más soportable gracias al frío, que actuaba como un sedante ante mi dolor. La sangre seca seguía pegada en mis manos, podía notarlo por las manchas oscuras que lograba ver cuando la luz les pegaba. Había sido uno de los peores días de mi ya tan miserable vida. Tirada en el patio del castillo, dónde los guardias, el rey, el príncipe y algunos condes estaban sentados mirando como dos guardias me azotaban sin descanso durante horas, en el sol, sin agua o comida, y teniendo que soportar ser humillada delante de todos.No bastando con aquel infierno, terminé encerrada en esta desolada y fría habitación, sin nada para protegerme del abrazador invierno que atravesábamos.
El cuarto parecía ser grande, por lo que comencé a caminar a ciegas, tanteando las paredes mientras me estremecía por el frío que sentía cuando la yema de mis dedos rozaba con el concreto. Caminé despacio, hasta sentir que choque con algo de madera. Intenté tantear que era, ya que la curiosidad comenzaba a ganarme. Deslice mis dedos por la superficie, que era lisa y suave. Parecía un estante, pero no estaba segura. Aunque quise saber que era, no pude descifrarlo con solo tocarlo, no me quedo más remedio que resignarme. Me acosté en el áspero suelo y me acurruque junto a la pared de costado, sin pegar la espalda de ningún lado para evitar que me rozara las heridas. Por la mañana debía inspeccionar el cuarto, y encontrar algo para curarme lo antes posible. Si no, moriría de frío, infectada, o de hambre. Todo indicaba que de alguna forma u otra, moriría. Ese parecía ser el destino más pacífico para mí.
—Meg —pestañeé al oír mi nombre. Me quedé sumergida en mis recuerdos sin percatarme que seguíamos mirando lo que Crystal nos mostraba.
Levanté la mirada para ver al dueño de la voz. A mí lado, con la preocupación pasmada en su rostro, estaba Lucifer, mirándome fijamente. Se veía algo tenso mientras recorría mi rostro en busca de algo.
—P-perdón, me quedé sumergida en mi cabeza. ¿Qué decían?
—Crystal se detuvo en la puerta de ese cuarto, ahí está el libro, en una vitrina. Pero… —Baltón hizo una mueca—, había alguien ahí.
—¿Q-quién? —mi corazón latía con fuerza. Sentí que se saldría de mi pecho, una enorme angustia me inundó.
—Era una mujer —aclaró—, una mujer de cabello rubio y ojos verdes.
—¿Qué estaba haciendo exactamente? —logré preguntar.
—No era una esclava, de hecho parecía una mujer noble. Ella estaba mirando el libro, al parecer el lugar está acondicionado meticulosamente para mantenerlo bajo llave. Pero ella lo abrió con un conjuro. —Explicó Baltón, mirando con extrañeza a Crystal—. Busca dónde está el príncipe Filiphs.
Crystal se movió entre el castillo, hasta detenerse en el gran salón de fiesta. Pocas veces llegué a ver ese lugar, solo lo veía a lo lejos, ya que los sirvientes decían que ahí se hacían los eventos de la alta sociedad.
Filiphs estaba ahí, señalándole a los sirvientes donde iban unas flores. Parecía que se acercaba un evento muy grande, ya que habían muchas personas ayudando a decorar.
—Creo que esa decoración la he visto antes, es… la de la boda —fruncí el ceño, sintiéndome un poco aturdida—, ¿Por qué celebraría la boda si él piensa que estoy muerta?
—¿A qué te refieres, Meg? —Baltón alzó la cabeza hacia mí. Esos ojos marrones que parecían los de un ciervo, dulces y amables, reflejaban angustia.
—Filiphs intentó matarme, en Kallistar. Solo que Lucifer me salvó —solté cabizbaja—, él me acuso de cometer infidelidad. Aunque no entiendo porqué le importa, si me odia tanto.
Estaba tan enojada. Me sentía patética al no poder encontrar una respuesta coherente de la actitud de Filiphs. Él jamás me quiso, ni un poco. Algunas veces llegaba a tener lástima por mí y me dejaba en paz, ese era su único acto de decencia humana. Del resto, se dedicó a destruirme. Si tanto me odiaba, ¿Para que esforzarse tanto en hacer un show?
—¡Miren! —Baltón señaló de inmediato hacia la bola de cristal—, ¡La mujer! Es la misma que estaba con el libro. Está con Filiphs, parecen estar hablando y señalando las decoraciones. ¿Podría ser que ella…?
—Sea la nueva prometida —completé, parándome firme para mirarlo—, seguramente lo es. Filiphs no dejara de casarse, puesto que lo que más desea es el trono. Si el gran salón está casi listo, la boda debe ser muy pronto. ¿Puedes conseguir el conjuro de la habitación?
Baltón ladeó la cabeza.
—¿Pretendes ir al castillo por el?
—Sí. Robaré el libro.
—Meg, no deberías ni siquiera estar cerca, si descubren que no moriste, encontrarán otra forma peor de hacerlo —caminó hasta quedar frente a mí, me tomó por los hombros mirándome seriamente—, encontraré el conjuro, pero no irás sola.
—Iré con Lucifer —intenté calmarlo, sonriendo débilmente—, él me protegerá.
—De todas formas, tengo a alguien en mente con quién pueden ir y camuflarse. Es un amigo, se llama Nahir Delacroix, es un artista de Wolfgrove. Él tiene una íntima amistad con él príncipe.
—¿No te parece irónico que nos hagas ir con alguien que seguro está del lado del psicópata? —soltó Lucifer de repente. Había estado muy callado, pero se veía muy irritado.
—Nahir tiene una amistad con el príncipe pero es una mentira, trabaja en el castillo como artista personal, pero es un infiltrado como yo —Baltón miró a Lucifer fijamente cerrando un poco los ojos— seguro que Meg ya te lo ha dicho. No soy un sacerdote, soy un mago infiltrado de una nación vecina de Oskolia.
—Estoy al tanto, tu bola de cristal es una confirmación —Lucifer sonrió de lado—, además, en ningún momento comenzaste a rezar, por lo que pienso que mi presencia no te asusta.
—Supe que no eras humano desde que me entregaste la mano —respondió, mirándolo con una sonrisa—, pero para ser el diablo, pareces estar muy tranquilo.
—¿Por qué no debería estarlo? —echó un poco la cabeza hacia atrás—, ¿Acaso planeas traicionarnos?, si ese es tu plan, te aconsejo que te atengas a las consecuencias.
—¿Qué dices? —Baltón se cruzó de brazos, con una expresión de total desagrado—, ¿Me ves cara de traidor?
Lucifer se acercó a él hasta quedar frente a frente. Baltón retrocedió torpemente. La sonrisa arrogante de Lucifer de ensanchó ante ese gesto. Lucifer seguía ganándole varios centímetros más de altura.
—Bueno, eres un impostor, un infiltrado que finge ser santo para robarle al reino y darle más al suyo. ¿No es eso suficiente como para que no confíe en ti?, No lo lamento, el diablo juega sucio también, conozco bien las jugadas. —Se despegó con un gruñido, dándose la vuelta para pararse detrás de mí—. Espero estés de nuestro lado, es lo mejor que puedes hacer. Gracias por tu ayuda, pero ya debemos irnos. Te estaré vigilando —sonrió—, es una broma, no pongas esa cara tan fea.
—¿Cómo puedes soportarlo? —escupió entre dientes mirándome fijamente—, no hace falta que me vigilen, estoy de su lado. Después de todo, supongo que toparse con el diablo no trae nada bueno si vas por el camino equivocado.
—Bueno, si te topas conmigo, es un deleite para los ojos de cualquiera —Lucifer metió sus dedos entre su cabello, para peinarlo hacia atrás—. Además, enfrentarse al diablo sería lo más estúpido que pudieras hacer. Nos vemos pronto —juntó las manos como si rezará, con burla.
—Lucifer —le llamé la atención, mirándolo mal—, déjalo en paz, vámonos. Gracias por tu ayuda, Baltón. Nos vemos pronto, espero puedas conseguir el conjuro lo antes posible.
Halé el brazo de Lucifer para subir por las escaleras. Mi rostro se puso rojo por la vergüenza que sentía ante la escena que había hecho. Sin duda este diablo será un gran problema, tendré que recurrir al siguiente plan. Doblegar a la bestia.
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