“Reina de Orglantt, la nación del sur”
†††
MEG
La noche cayó con rapidez. Por un momento perdí la noción del tiempo y no pude negarme a asistir al evento de la posada, el cual casi había olvidado. La sobrina de Tamara, la pequeña Arlette, me obligó a ponerme el misterioso vestido que habían preparado. Sin mencionar que, casi en contra de mi voluntad, me peinaron y maquillaron. Fue sorprendente ver a una niña arreglarme tan meticulosamente.
El vestido era de un tono azulado, un azul oscuro lleno de flores blancas, con los hombros descubiertos y de falda larga. Los zapatos eran unas zapatillas blancas muy bonitas con un pequeño lazo azul en la punta y un pequeño tacón que me hacía ganar unos centímetros más. La niña había sujetado un poco mi cabello, y puso una corona de flores sobre este, además de ponerme un poco de color en los labios, polvo y rubor. Cuando mire al espejo, simplemente no podía creer que era yo.
El reflejo que veía, era de otra Meg. Una que parecía noble, de alta sociedad, delicada y hasta bonita. Mis ojos amarillos combinaban con mi vestido, y por primera vez, me sentí hermosa. Por primera vez no me sentía mal de portar un color de ojos tan repudiado.
Nunca había tenido la oportunidad de verme tan arreglada, tan solo las veces que debía fingir ser una obediente prometida, una futura reina. Pero aunque llegue a usar joyas y los mejores vestidos hechos por la costurera del reino, nunca me sentí feliz de usarlo. Me sentía sucia, humillada, y obligada a fingir felicidad cuando era torturada.
Pero este reflejo era diferente. Una sonrisa pequeña se dibujó en mi rostro, haciendo que mis mejillas se enrojecieran más.
Inhalé una gran bocanada de aire y tomé la manilla de la puerta para salir. Lucifer se había cambiado en nuestra habitación, mientras a mí me habían sacado a otra para poder recibir ayuda de la niña, quien se veía muy emocionada. Todos estaban listos, solo faltaba yo.
Cerré la puerta detrás de mí y camine por el pasillo lentamente mientras jugueteaba con mis manos. Bajé las escaleras del segundo piso y me dirigí al jardín trasero donde sería la fiesta.
A penas crucé por el gran marco de la puerta, todas las mujeres que estaban en el lugar se giraron a verme. Pude oír un violín de fondo, había una mujer parada tocando una hermosa melodía. Las demás se acercaron a mí con una sonrisa.
—¿Eres la nueva huésped, verdad? —preguntó una de ellas. Una mujer alta de cabello negro, con unas cejas finas al igual que sus labios.
—S-sí —sonreí, parándome recta intentando proyectar una mejor imágen. Una que no fuera la tímida Meg de siempre. Asustadiza.
—¿Cómo te llamas? —preguntó una rubia.
—Meg De Zalar, aunque pueden decirme solo Meg.
—Un placer conocerla, señorita Meg. Yo soy Claudia —dijo la pelinegra.
—Yo soy Dorothy —añadió la rubia—, bienvenida al evento de la señora Tamara.
—¿Puedo preguntar para qué es este evento? —pregunté con cierta vergüenza.
Me habían invitado a un hermoso evento lleno de mujeres hermosas y yo no tenía idea de porqué estaba aquí.
—¡Oh! ¿No te lo dijo? —la pelinegra frunció el ceño, sonrió cuando negué con la cabeza—, es un evento que hacemos todos los años para la señora Tamara, quien dirige un negocio importante de solo mujeres. Hoy vendrá alguien especial, se dice que es el patrocinador.
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EL DIABLO TAMBIÉN PECA
FantasyEn términos religiosos, Lucifer representa al ángel caído, ejemplo de belleza e inteligencia a quien la soberbia le hizo perder su posición en el cielo. Al caer repentinamente en la tierra, confundido y enojado, se enfrenta a una situación extraña c...