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Como el vacío que se te crea en el estómago cuando tu dragón baja en picado después de elevarte hasta los cielos para que puedas tocar las nubes

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Como el vacío que se te crea en el estómago cuando tu dragón baja en picado después de elevarte hasta los cielos para que puedas tocar las nubes... Eso fue lo que sintió Aemond Targaryen cuando su omega le confesó que también se había imprimado de él.

Su cuerpo entero se estremeció ante aquella revelación y su mente se quedó completamente en blanco, incapaz de procesar la cantidad descomunal de preguntas que se hizo en ese instante.

¿Ocurrió cuando se vieron por primera vez mientras el omega era un bebé? ¿Acaso no percibió el olor a cerezas en él desde el principio? ¿Por qué no se lo había comentado nunca?

Su boca se abrió, pero de entre sus labios no salió voz alguna, sino su propia respiración entrecortada.

Lucerys lo observó atentamente con el rostro lleno de dudas, como si no comprendiera el motivo de su estupefacción. De repente, al ver que el príncipe alto frente a él no contestaba nada, su ceño se frunció y sus facciones se enojaron.

–Ya sé que tú no tienes esa clase de vínculo conmigo y no comprendes lo que es, pero... al menos podrías fingir y no hacerte tanto el sorprendido –se quejó, y miró hacia un lado sintiéndose algo incómodo.

La expresión de Aemond se volvió tierna, una pequeña sonrisa fue apoderándose cada vez más de su boca mientras Lucerys volvía a mirarlo con asombro.

–Luke... –susurró, incapaz de dar voz a sus miles de pensamientos y emociones.

Lucerys se estremeció ante la forma en la que lo llamó. Hacía tanto tiempo que no lo llamaba así, y se sintió tan bien escucharlo provenir de sus labios...

–Aemond, ¿qué...?

No le dio tiempo a preguntar nada, no cuando Aemond acortó la distancia que había entre ellos y depositó sus manos con cuidado sobre sus mejillas, abarcando casi toda la cara del castaño. Lucerys se sujetó a sus brazos, porque por un momento pensó que aquella intensidad que el alfa desprendía conseguiría que sus piernas fallaran.

El platinado aprovechó su agarre para acercar el rostro del omega al suyo propio, quería observar sus ojos, necesitaba estudiarlos para memorizar en su cabeza aquellos matices de verde, marrón, miel y azul que su mirada poseía. Sus ojos de cerca eran como ver un paisaje desde las alturas a lomos de Vhagar, eran como el rocío en la mañana sobre el prado virgen o como una puesta de sol allá en los confines del mundo. Y de lejos, eran como dos esmeraldas recién pulidas y brillantes, preparadas para que un artesano las colocara en sus más preciadas joyas.

El príncipe platinado quería perderse en ellos para siempre, y también quería que esos dos orbes tuvieran la libertad de observarlo a él siempre que su dueño quisiera.

Lucerys se deshizo bajo su toque y su mirada cautivadora. No supo en qué momento sus ojos conectaron con el de aquel hombre que lo veneraba de aquella manera, pero cuando se fijó en su iris azul, pudo notar que dentro de él existían miles de posibilidades que lo llamaban ansiosas para que las explorara. El color azul de su ojo era como brisas invernales, como el hielo que se derrite al recibir los rayos del sol, como el cielo y como el mar, tan preciosos y tan libres como lo era su alfa.

MY LITTLE BASTARD | lucemond (PAUSADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora