XI

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Sus piernas se movieron lo más rápido posible por los pasillos desiertos de la fortaleza

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Sus piernas se movieron lo más rápido posible por los pasillos desiertos de la fortaleza. Aemond acababa de marcharse apresurado después de sentir que algo malo estaba ocurriéndole a Lucerys, y él le prometió que lo cubriría para impedir que nadie en la capital descubriera a dónde se había marchado en realidad.

Pero debido a su reencuentro inesperado con Jacaerys y a su posterior discusión, Aegon no era capaz de pensar ninguna solución lo suficientemente válida como para poder ayudar a encubrir su partida.

En lo primero que pensó fue en pedirle consejo a Helaena, ella era la única a parte de él que conocía del vínculo entre Aemond y Lucerys, por lo que sólo podía contar con su ayuda.

Aegon fue a los aposentos de su hermana pero, para su desgracia, descubrió que no estaba allí. Preguntó a varias sirvientas, hasta que una de ellas consiguió decirle que la princesa se encontraba en los jardines traseros, recogiendo algunas plantas y hierbas que necesitaba.

Apretó el paso de nuevo y cuando llegó hasta aquel jardín, vio cómo su hermana estaba arrodillada en el suelo cortando algunas ramas de una especie de arbusto pequeño. Alys estaba con ella, la ayudaba a recoger todo lo que su hermana cortaba e iba poniéndolo con cuidado en una pequeña cestita de mimbre que llevaba colgada del brazo.

Ambas mujeres lo miraron cuando se plantó a algunos metros de ellas. El aroma de Aegon se había vuelto algo rancio debido a su estrés, por eso llamó su atención.

–¿Ocurre algo, hermano? –preguntó Helaena mientras se incorporaba un poco, quedándose sentada sobre sus piernas.

Aegon abrió la boca para hablar, pero entonces sus ojos se posaron sobre la acompañante de su hermana y dudó en si debía hacerlo o no delante de ella. Alys había mostrado muy buena disposición desde que se instaló en la fortaleza, era una mujer servicial que siempre estaba pendiente de todo, de las otras niñas que habían venido con ella y de ellos, que la habían salvado de las garras emponzoñadas de sus antiguos amos.

«Sus amos...»

Solo de pensar en el significado oculto de esa putrefacta palabra se le revolvía el estómago.

Helaena se percató de sus dudas, por lo que se terminó de levantar del suelo y se movió hasta que quedó justo frente a él.

–Puedes hablar, Aegon –sus manos se posaron sobre ambos lados de sus brazos con cariño–. Alys es de mi total confianza –le dedicó una mirada llena de complicidad a la muchacha y ella se la devolvió con una sonrisa–, y también de la tuya.

Aegon tomó aire y lo soltó. Sus ojos se encontraron de nuevo con los de Alys, que lo miraba con sumisión y una media sonrisa en la boca.

–Discúlpame, querida. No dudo porque no confíe en tu discreción, es que... el asunto que me roba la paz no es mío.

El rostro de Alys se volvió más serio, incluso con una leve pizca de miedo.

–¿Se trata de Aemond, mi señor? –preguntó, evidentemente preocupada. Aegon asintió con la cabeza en respuesta–. Por favor, dejad que os ayude –suplicó, mostrando por un leve segundo un temor verdadero.

MY LITTLE BASTARD | lucemond (PAUSADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora