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115 d

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115 d.C Desembarco del Rey


La noche caía oscura y pesada sobre la capital de los Siete Reinos. Alicent paseaba intranquila por sus aposentos, las faldas de su vestido de seda color verde botella con detalles en negro y dorado se mecían de acá para allá mientras una de sus manos iba directamente a su boca para desahogar su frustración mordiéndose la piel que rodeaba sus uñas.

Sus tres hijos estaban repartidos por los sillones de la habitación mientras jugaban y hablaban. Sus aromas, tan distintos entre ellos pero tan de su madre al mismo tiempo consiguieron apaciguar un poco sus nervios, pero aun así ella seguía intranquila.

La reina los observó durante unos instantes y se acercó a la cuna situada junto a su cama, Daeron dormía plácidamente en ella, ajeno a lo que ocurría a su alrededor y a los nervios cada vez más evidentes de su madre.

Aegon y Aemond jugaban con algunos juguetes tallados en madera con forma de dragones y caballos, mientras que Helaena se entretenía con una pequeña araña que había encontrado en una de las esquinas de su dormitorio. Alicent no sabía cómo había conseguido atraparla y tampoco sabía cómo aquel diminuto animal de ocho patas quiso irse con ella, pero lo que sí sabía era que los insectos no le hacían daño, era como si los mismos dioses le hubieran otorgado un don especial que le permitía comunicarse con aquellas criaturas.

–Madre –la voz de Aegon llamó su atención, consiguiendo que todo su cuerpo se girara hacia él y que su mano se separara de su boca.

–Dime, mi amor.

–¿Por qué debemos quedarnos aquí esta noche? –preguntó, con la duda impregnando cada facción de su bello rostro.

Alicent frotó sus manos y se permitió suspirar en voz alta.

–La princesa Rhaenyra está dando a luz en estos momentos a su segundo hijo. Debéis quedaros aquí conmigo hasta que todo pase –su voz se notaba nerviosa, pero últimamente sus hijos se habían acostumbrado a escucharla en ese estado.

–Mami... –Aemond dejó de jugar y se unió a la conversación mientras sus ojos azules se posaban en su madre–. ¿Podemos ver al bebé cuando nazca?

Alicent se acercó y se agachó para quedar a la altura de su pequeño de cinco años. Su mano acarició sus suaves y ligeros bucles plateados y eso la obligó a sonreír.

–No cariño, no podréis verlo hasta que pase una semana.

El pequeño Aemond frunció sus pequeñas cejitas, consiguiendo que su frente se arrugara y sus ojos se entristecieron.

–¿Por qué no?

–Porque todavía no sabemos si va a ser un Alfa o un Omega y, en el caso de que sea un omega, puede ser peligroso que lo veas en su primera semana.

MY LITTLE BASTARD | lucemond (PAUSADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora