XVIII

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Después de que Aegon y Jacaerys se marcharan de las mazmorras, Daemon se quedó allí uno rato más adecentando los instrumentos de tortura que acababa de emplear con los hombres que habían conseguido capturar

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Después de que Aegon y Jacaerys se marcharan de las mazmorras, Daemon se quedó allí uno rato más adecentando los instrumentos de tortura que acababa de emplear con los hombres que habían conseguido capturar.

Se sentía frustrado y bastante cansado porque, a pesar de que se había esforzado para que alguno de ellos hablara, no había conseguido ningún resultado.

Cuando limpió todas aquellas herramientas hasta el punto de dejarlas relucientes, salió de aquella amplia celda y ordenó a los sirvientes que estaban allí que arrojaran los cadáveres a alguna fosa donde nadie pudiera encontrarlos. Aunque estaba convencido de que tampoco se molestarían en buscarlos.

Sus piernas subieron con pesar las sinuosas escaleras que le devolvieron al mundo real. La claridad de la planta principal de la Fortaleza le hizo daño en los ojos; aunque era bien entrada la tarde, esos simples y débiles rayos de sol lo molestaron.

Justo cuando se acostumbró a aquella luz, vio cómo su sobrina Helaena caminaba agarrada del brazo de otra chica, Alys creyó recordar que se llamaba. Ella fue la primera omega que sus sobrinos rescataron de uno de los burdeles de la capital. Las dos pasaron por su lado con unas sonrisas llamativas y bonitas en sus rostros y, para su sorpresa, estas se ampliaron a modo de saludo cuando lo miraron. Él las saludó con la cabeza y las dos chicas desaparecieron al girar por la esquina de ese mismo pasillo.

Seguramente iban a su encuentro con Baela y Rhaena; sus hijas y su sobrina siempre se habían llevado bien a pesar de que el resto de su familia no terminaba de hacerlo. Nunca vio nada malo en aquello, porque Helaena le pareció una niña dulce y risueña desde que la vio por primera vez.

Daemon se dirigió hacia los aposentos que les habían ofrecido y él mismo calentó el agua que necesitaba para poder bañarse. No le apetecía ver a nadie en esos momentos, porque lo único que podía escuchar en su mente eran los gritos y las súplicas de esos desgraciados que acababa de matar con sus propias manos.

Rhaenyra no se encontraba allí, por lo que imaginó que estaría con los niños visitando a Viserys. Su hermano mayor estaba emocionado por conocer a Visenya, ella era su primera nieta por parte de su hija mayor y estaba completamente embelesado con la niña. Aunque él debía reconocer que también se encontraba igual, ya que parte de su corazón pasó a pertenecerle a ella en cuanto la vió salir del vientre de su madre.

Cuando consiguió llenar la bañera lo suficiente, se desvistió y se metió dentro, dejando que el agua hirviendo se llevara sus pesares a algún lugar oculto del cual no pudieran regresar, al menos de momento. Su piel se tornó rojiza debido al calor del agua, pero Daemon siempre había aguantado bien las altas temperaturas, por lo que no sintió dolor alguno, sino un cosquilleo agradable que hizo que se relajara sumergido dentro de aquel manto cristalino. Pronto ese agua clara se fue tornando rojiza debido a la sangre que salpicaba tanto sus manos como sus brazos.

Un regusto amargo recorrió su garganta cuando las imágenes de las mazmorras regresaron a su mente. No se arrepentía de castigar a aquellos malnacidos, pero no podía quitarse de la mente lo que le obligaban a hacer, en lo que estaba convirtiéndose por el hecho de ser él quien se encargara de darles su merecido; en un asesino. Ese destino nefasto y ese remordimiento que le cortaba las ganas hasta de comer eran el precio que debía pagar para evitar que Jacaerys o Aegon se mancharan las manos de sangre, por lo que viéndolo de ese modo, no dolía tanto.

MY LITTLE BASTARD | lucemond (PAUSADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora