"Solo un hombre puede llamarme bastardo, y ese hombre no eres tú"
¿Qué ocurriría si os dijera que todo lo que conocemos sobre la historia de Aemond Targaryen y Lucerys Velaryon no es más que una mentira que ellos mismos crearon para engañarnos?
Desd...
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El agarre entre Joffrey y Daeron era tan fuerte que, aunque el alfa hubiera querido separarse de él, le hubiera resultado imposible hacerlo.
Ambos recorrieron pasillo tras pasillo dentro de aquella fortaleza, pero el platinado ni siquiera se detenía para mostrarle absolutamente nada.
–Daeron –lo llamó, con una risa en sus labios–. ¿A dónde me llevas?
El omega no respondió, siguió tirando de él hasta que se colocaron frente a una puerta grande, la cual el príncipe mayor abrió sin complicación alguna, porque aquellos eran sus aposentos.
En cuanto la puerta se cerró tras ellos, el omega se abalanzó contra su cuerpo y unió sus bocas en un tórrido beso que amenazó con robarles la respiración a ambos.
Las manos del platinado se movieron nerviosas y frenéticas por sus vestiduras, intentando apartarlas para poder sentir directamente sobre sus manos la calidez de su piel.
Haciendo un gran esfuerzo, Joffrey consiguió separar sus bocas.
–Dae... espera –el omega se unió a él, intentando introducir de nuevo la lengua en su boca–. Por favor, Daeron.
Al sentir la urgencia en su tono de voz, Daeron cesó en su intento y lo miró con una sonrisa pícara.
–¿Qué pasa Joffrey? ¿Acaso no quieres que te bese?
–Claro que sí –aclaró, algo ofendido por lo absurdo de su pregunta–. Pero no tenemos que ir tan rápido.
El platinado acercó su rostro, hasta que sus labios se rozaron de nuevo.
–Llevo mucho tiempo esperando, ¿sabes la de veces que he imaginado nuestro encuentro, Joff? ¿La de veces que me he saciado a mí mismo pensando en ti?
Joffrey se estremeció ante el simple pensamiento que aquellas palabras provocaron en él.
–No digas esas cosas... –replicó mientras sus mejillas se teñían de rojo.
–¿Por qué? ¿No te gusta que me sienta tan atraído por ti?
–Sí, me gusta.
–¿Tú nunca te has tocado pensando en mí? –preguntó, sin una pizca de pudor.
–Daeron...
–Respóndeme.
–Sí, lo he hecho...
–Entonces, ¿por qué te contienes ahora que me tienes delante?
Los ojos marrones del alfa se clavaron en los suyos de color miel. La mirada de Daeron era tan clara y penetrante que, si no lo conociera como lo hacía, podría sentir miedo de que sus ojos se fijaran en él.
–Porque quiero que estés tranquilo –las manos de Joffrey se posaron sobre sus brazos y las movió de arriba hacia abajo para intentar calmarlo–. Por los dioses, estás temblando...