Un reencuentro inesperado

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Gonzalo corría lo mejor que podía, su pie herido dejaba un pequeño rastro de sangre a su paso. El dolor en su pierna parecía aumentar con cada zancada, pero la urgencia de la situación lo obligaba a seguir adelante. Finalmente, después de varios minutos de carrera frenética, llegó a un lugar que consideró seguro.

Se recostó contra un árbol, respirando agitadamente. La oscuridad de la noche lo rodeaba, y solo se escuchaba el susurro del viento entre las hojas. Gonzalo se dejó caer al suelo, abrazando sus rodillas, su cuerpo temblando por la tensión acumulada se sentía abrumado por la experiencia que acababa de vivir.

El joven erizo cerró los ojos, sintiendo el peso de la pérdida de sus padres y la angustia por dejar atrás a sus amigas. La imagen de su madre Sonora tejía alegremente la bufanda que ahora sostenía con fuerza en sus manos le llenaba de una gran tristeza.

Gonzalo sollozó, dejando que el peso de la tragedia y el miedo se liberara en cada lágrima. La bufanda que su madre le había dado estaba apretada en su mano, un último vínculo tangible con el amor y la pérdida se aferró a ella como si fuera un amuleto de consuelo en medio de la tormenta emocional que lo envolvía.

El agotamiento físico y emocional comenzó a pesar sobre el. La pérdida de sangre de su herida en la pierna y la intensidad de las emociones lo sumieron en un cansancio profundo. Se aferró a la bufanda que su madre le había dado como un último gesto de conexión con ella.

Gonzalo, con los ojos hinchados por el llanto, se envolvió en la bufanda con un gesto de consuelo. El suave tejido llevaba consigo el amor y la calidez de su madre, y, por un momento, le brindó un respiro en medio de la tormenta emocional.

Con la espalda apoyada contra el árbol y la bufanda rodeándolo, Gonzalo cerró los ojos lentamente. El silencio del bosque y la oscuridad de la noche lo envolvieron, proporcionando un refugio temporal de los horrores que acababa de enfrentar.

El cansancio y la pérdida de sangre lo llevaron a un estado de somnolencia. A pesar de la crudeza de la realidad que lo rodeaba, Gonzalo se dejó llevar por el agotamiento. El suave balanceo de las hojas sobre él y el murmullo distante del viento fueron la banda sonora de su fatigada despedida de la vigilia.

El joven erizo, envuelto en la bufanda y con los ojos cerrados, se adentró en el reino de los sueños, donde quizás encontraría un alivio momentáneo... o no...

Gonzalo estaba en la oscuridad de su propia mente, abrazándose a sí mismo, un gesto de consuelo que apenas lograba disipar la ansiedad que se apoderaba de él. Una voz siniestra y penetrante resonaba en su cabeza, recriminándolo por cada elección que había tomado esa noche fatídica.

La voz le recordó cómo podría haber salvado a sus padres, enumerando opciones que, en retrospectiva, parecían obvias y estratégicas. Le sugirió haber convertido la barra de metal en una pistola desde el inicio, algo que quizás habría alterado el curso de los acontecimientos. Cada decisión mal tomada, cada oportunidad perdida, era resaltada por esa voz implacable.

???: Podrías haber usado tu velocidad para estorbar a los robots, permitir que tus padres los destruyeran. Pero no, elegiste intentar pelear con algo que nunca habías enfrentado *susurraba la voz, cargada con un tono acusador*

Gonzalo se sentía atrapado en un remolino de culpa y autocrítica. La voz siniestra no le daba tregua, escarbando en sus miedos y arrepentimientos. Cada palabra resonaba como un eco de sus propios pensamientos oscuros, amplificados hasta el límite de su resistencia emocional.

Mientras la voz continuaba su reprensión, Gonzalo intentaba aferrarse a cualquier resquicio de racionalidad. Recordaba las limitaciones de su habilidad y la rapidez con la que los eventos se desarrollaron. Sin embargo, la autoindulgencia era difícil en medio de la atmósfera opresiva que la voz había creado en su propia mente.

¡¿Reencarne en... Mobius?!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora