Capítulo 3

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Sara

Replanteo mis palabras en mi cabeza una y otra vez ¿De verdad quiero hacer eso? Quiero volver a caer en aquel infierno ardiente. Andrew siempre a sido un hombre con metas y objetivos claros, sus palabras son ley ¿Quieres volver a quemarte el alma Sara? Sí, lo volvería hacer una y otra vez si el precio son sus labios y el calor de su piel recorriendo cada linea del mío.

He vivido toda la vida enamorada de mi mejor amigo, de un chico seis años mayor que solo me ve como un ser ingenuo al que no se le permite hacer daño. Se que tendrá cuidado, quizás mucho más que aquella primera vez, cuando sin darnos cuenta terminamos firmando un jodido contrato. Yo caí, él no lo sé. Pero sentí que mi mente viajaba a otro planeta, a uno donde el calor y las llamas son buenos aliados, siempre y cuando sigas el camino adecuado, pero, si te desvías, solo un poco, esas llamas se convierten en grandes brasas azules que acaban por consumirte y hacer de tu corazón; cenizas.

Ese contrato me lo arrebató por cuatro años, si firmo este ¿Que pasará? Observo el boli en mis manos, y trago saliva. Siento su mirada sobre mi, no quiero verle, pues sé que está sonriendo, y una de sus sonrisas equivale a desencadenar en mi interior cientos de situaciones impulsivas que debo dejarlas cómo están: dormidas. Pero sin embargo, antes de colocar si firma, se detiene.

-No, no lo haré. No firmaré-deja el boli sobre el papel.

Tenía dudas sobre si jugar con Andrew sería buena idea, pensé por un momento dejarlo tal y como está, lejos. Pero que me diga que no -¿Qué sucede contigo?, primero dices que si, luego que no ¿Estás jugando?

-Yo no volví para esto Sara.

-¿Entonces para qué? -me pongo de pie. Luego de la cena volvimos caminando a casa y decidimos confeccionar el contrato. Ahora, tiene dudas. Y yo el autoestima destrozado.

-Quiero arreglar las cosas. La última vez me marché sin decir nada. Necesito cerrar el ciclo, o no podré, no podré... -no entiendo lo que dice. Absolutamente nada, y menos cuando se queda callado y se pone de pie para largarse. Sin embargo, le sigo hasta alcanzar la puerta antes de que logré girar el pomo. Me detengo frente a él obstaculizando su huida. Retrocede cuando nuestros cuerpos chocan y parpadea para enfocar la situación.

-¿Qué ciclo?, No entiendo nada Andrew -agacha la cabeza y mete las manos en sus bolsillos. Siempre lo hace cuando necesita protegerse, a él, a sus palabras y sentimientos, es como si los metiste todos en ese bolsillo y luego, luego echase fuego.

-No supero a Selene, pensé que verte, me ayudaría. Al fin y al cabo eres mi mejor amiga -Me recuesto a la puerta de salida para no caer cuando sus palabras llegan a mis oídos. Siento que me tambaleó, que me falta el aire. El corazón se me estruja como una hoja de papel que ya no sirve y deciden tirar.

Pero decido respirar profundo y contener el dolor que siento, ese que quiere salirse de mi.

Le veo a los ojos, acuosos. Andrew no llora, la última vez que lo hizo fue cuando murió su padre. Y ahora, ahora lo estaba viendo llorar. Es cierto, es tan real el hecho de que se enamoró de esa mujer. Y que saberlo provoca que quiera salir corriendo y esconderme, abrazarme y llorar hasta el cansancio, hasta que mis lagrimales se sequen. Pero, él tiene razón. Solo soy eso, su mejor amiga, y debo actuar como tal.

No me gusta verle así, tan vacío, tan fuera de sí, me rompe que de sus ojos salga tristeza porque solo lo muestra cuando realmente algo le duele.

Me recupero y doy un paso hacia él, le abrazo tan fuerte, dándole todo el amor posible que hay en mi, solo para que no se sienta más solo, para que no se haga más daño. Siento como me devuelve el abrazo. Como su calor me envuelve y por segunda vez en mi vida me siento completa. Como de la nada cada una de mis heridas cobran sentido y ya no se sienten como algo doloroso, sino que puedo verlas desde otra perspectiva, amor, enseñanzas, o simplemete, el tiempo haciendo su trabajo.

__Lo siento. No debí... Andrew, si la quieres, si aún tiene arreglo, ve por ella. No me gusta verte triste __me despego de su abrazo para secar sus lágrimas.

__No, estoy bien así, el tiempo todo lo arregla ¿Cierto? __asiento y vuelvo a abrazarle. Puede que suene egoísta, pero no voy a negar que sus palabras me alivian el dolor en el corazón.

__A veces, Andrew, a veces __Quizas él la olvide. En una semana, un mes, o años. Pero ¿Qué hay de mi? Que llevo casi una eternidad esperando que me vea y no lo hace. La idiota a la que se le ocurrió aquella estúpida idea de firmar un contrato donde terminé necesitando cada pedazo de su ser, solo a ratos y bajo unas estúpidas reglas que me hacían desearle cada vez más. Y sin poder contener los celos que me invadian cuando le veía con alguien más, aunque no fuéramos nada, Andrew me pertenecía, y yo a él. Aunque yo siempre he sido suya, siempre.

Fue una idea estúpida provocarle aquel deseo, aquel juego donde sabía que saldría perdiendo cuando aquel contrato finalizara. Que esos tres meses dolerían toda una vida. Y más aún cuando para él no pareció significar lo mismo que para mí. Cuando yo no podía verle igual y él me miraba de la misma forma que meses antes, como una amiga, aún peor, como su mejor amiga.

-¿Te apetece algo de beber? -sugiero para aligerar el ambiente. Ya tengo suficiente con toda la tristeza que recorre mis venas.

-La verdad es que sí.

-Creo que debo de tener algo de vino por algún sitio -camino hacia la cocina, donde una vez allí reviso cada cajón de las encimeras hasta hallar una en todo aquel reguero. Una vez la encuentro tomo dos copas y voy al salón con Andrew.

Me acerco a él quien está sentado en una de los sillones negros que mi madre compro y restauró, eran sus favoritos, por ello los cuido con mesura. A dónde sea que me mudo, ellos van conmigo.

Toma una de las fotos de la mesa de cristal en medio de los sillones y la observa pasando la yema de sus dedos por ella. Éramos nosotros, en el jardín de cada de sus padres, yo tenía seis, Erick diez y Andrew doce. Yo tenía una tiara plateada que ponía Feliz cumpleaños, y ellos me cargaban entre sus brazos como si fuese la Reyna de Inglaterra.

-Ese día perdí un diente ¿Lo recuerdas? -comento tomando asiento a su lado aún con las copas y botella en mano.

-Eramos felices, y ni siquiera lo sabíamos. Que idiotas fuimos, ¿cierto? Queriendo ser mayores, queriendo crecer -le doy una copa ya llena. La cuál se bebe de un golpe.

-¿La extrañas? -digo en un impulso desesperado. Necesito saberlo, tal vez, para al fin convénceme de que no tengo la mínima oportunidad. Pero cuando me mira, cuando sus ojos marrones llenos de brillo, de deseo mezclado con nostalgia me ven, mi corazón da un vuelco y comienza a latir con una fuerza superior a un tornado. Y es hasta que habla, que siento que sus palabras son para mí; que mi corazón se detiene. - Ella no se imagina cuánto.

Mi mejor amigo, mi error. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora