Sara
Vacío, un enorme agujero es lo que queda de mi cuando Andrew sale por la puerta de mi depa sin siquiera despedirse.
Tras aquellas palabras hubo un profundo silencio que llenó el lugar. Por un momento llegué a pesar que aquella cercanía se reduciría a algo más, a algo como un beso. Pero solo cerré yo los ojos, sentí yo sola el momento que nunca llegó.
Entonces cuando lo veo marcharse, cuando siento el frío inundar el salón muerdo mis labios y lloro. Lanzo por todas partes los cojines blancos del sillón de mamá. Y más tarde, segundos más tarde los recojo con desesperación, los llevo a mi regazo y los abrazo como si fuesen ella. Como si mi madre bajase del cielo y me acariciase las mejillas. Me dijese que todo estará bien y que siempre he podido con todo. Que soy todo terreno y nada me derrumba.
Lo imagino, cada una de esas palabras con su voz, una voz que se hace cada vez más lejana porque casi no recuerdo su tono. En sueños sí, es tan clara y bonita que deseo dormir cien años solo para escucharla.Quiero gritar, por idiota, por no quererme lo suficiente, por aceptar verle de nuevo, y por desear besarle luego de escuchar que amaba a otra. Mientras lloro y limpio el rastro de lágrimas de mis mejillas con el dorso de mi mano izquierda, uso la derecha para liberar mis pies de aquellos incómodos tacones que hace décadas no usaba.
No tenía que haberme vestido de esa forma. No para él.
Al final Andrew siempre lo hace, me rompe sin darse cuenta. O quizás solo lo hago yo. Por sostener en mi cabeza la ilusión de tenerle de otra maldita forma, no como amigos, no como hermanos.
Sustituyo el castigo de seguir torturando mi alma por creatividad, por plasmar en letras lo que no puedo decirle, lo que se queda atascado entre la garganta y el corazón. Debatiéndose en ese punto ciego cuál de los dos tomará el control, cuál tomará la decisión definitiva.
Camino descalza hasta la habitación, enciendo el interruptor de la luz y avanzo hasta tomar mi ordenador y subirme encima de la cama. Y entre la suavidad de las sábanas me siento segura, me siento en calma. En mi lugar favorito de todo el mundo, yo y mi loca imaginación, a la que escapo cuando no tengo salida en el mundo real. Gracias, gracias por esta capacidad de imaginar mundos, criaturas y personas capaces de entender y amar con verdad. Dónde el mal no es de por vida y la mayoría del tiempo, hay un felices por siempre.
Mi madre muchas veces me hizo creer que la realidad era mucho más divertida, mucho más sabia y emocionante. Por un momento le creí, creí que mi realidad era mejor que todos aquellos libros que leía. Creí todo hasta ese horrible día. Fui una chica muy soñadora, pasional y sentimental, aunque aún lo sigo siendo; La mayoría del tiempo me tomo todo muy a pecho, y mucho mas las promesas. Sobre todo aquellas que salen de la boca de Andrew.
No había nada que el hiciera que ante mis ojos no fuese perfecto. Todo de él me gustaban, y a pesar de verlo destrozarme no cambiaba de opinión; él era y seguiría siendo el amor de mi vida. Yo en cambio, era una niña, él un adolescente inconsciente de todo lo que sentía.
No me importaba verle con una chica distinta cada día, que me dejase sola a mitad de mis cumpleaños, de verlo besar a la vecina de enfrente o que me llamase hermana menor. Yo le quería igual. Andrew no tenía la culpa de que tuviera un amor platónico. Pero de lo que pasó después, sí. La tiene toda. Y yo también.
Dejo la laptop a un lado de la cama cuando mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas y me impiden ver lo que escribo. Por ello me aferro a la almohada, a mis piernas, a mi cuerpo adolorido de amor. Porque el amor duele en todas partes, en cada hueso.
Y sin más, de tanto llorar y darle vueltas a Andrew en mi mente. Todo se hace borroso, y luego, luego nada.
La claridad de la ventana llega a mis pesados párpados obligándome a levantar <<No cerré las cortinas en la noche>> la cabeza me duele de tanto llorar. Por ende me pongo de pie a tropicones hasta llegar al baño y sin ver mi rostro en el espejo saco del botiquín un paracetamol. Lo bebo con avidez, para que pase rápido la tortura punzante. Y luego me veo, los ojos hinchados y el maquillaje corrido por todo mi rostro. Esto amerita un maquillaje. Si llego así al trabajo Loreta me obligará a nuevamente ir a terapia.
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Mi mejor amigo, mi error.
Ficção AdolescenteAndrew y Sara son amigos desde la infancia, de esos que corren por las calles juntos hasta rasparse las rodillas. Pero también se conocieron en sus peores momentos, cuando las circunstancias los obligaron a cambiar de piel, cuando para ambos la tie...