Parte 5

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Jaime

Sábado 8 de noviembre, 7.30 p. m. 


No se llamaba Milena Asimov ni procedía de Eslovaquia. El expediente que Jaime tenía enfrente constaba de apenas algunas páginas pero incluía lo esencial. La copia del pasaporte indicaba que Alka Mortiz había nacido veintiséis años antes en un poblado llamado Jastrebarsko, en Croacia. Medía 1,83, tenía los ojos azules, el pelo rubio, la nariz fina y un rostro anguloso aunque bien proporcionado. Algo en su fisonomía sugería una delicadeza etérea, el rostro de un hada benigna, pese a que el resto de su cuerpo no tenía nada de sutil o evanescente. Las fotos que su personal pudo rescatar de algún sitio porno de Internet mostraban pechos y nalgas protuberantes, resultado probable de cirugías ordenadas por los proxenetas que la regentaban. «Para cualquier red de trata, Milena debe de ser un botín de valor incalculable», consideró Jaime. Su presencia en México era en sí misma un misterio. Por lo general, América Latina es un mercado de reciclaje para prostitutas de países excomunistas, que suelen gozar de enorme demanda en Europa Occidental y en Estados Unidos; solo cuando pasan sus mejores años, los tratantes las introducen en mercados secundarios. No era el caso de Milena: la copia de la ficha de migración ante sus ojos mostraba que había llegado a México diez meses antes procedente de Madrid. Todo indicaba que la mujer se hallaba en la cima de su belleza y plenitud; algo no cuadraba en la historia de la chica. Justo el tipo de retos que fascinaban a Jaime. Su interés se incrementó al enterarse de que Tomás asumiría la dirección del diario el siguiente lunes. Eso, y el hecho de que Claudia conferenciara en privado con su amigo en la funeraria misma, mostraba que existía entre ellos una relación cercana y nunca revelada. Recordó la ocasión en que coincidió con Tomás en la boda de Claudia algunos años antes; trató de evocar algún dato que relacionara al periodista con la novia, pero de esa fiesta solo recuperaba el estado de ánimo de Tomás, entre

nostálgico y abatido. «Como un novio despechado», concluyó Jaime, y eso puso en movimiento su instinto de sabueso. Jaime Lemus se había convertido en uno de los más importantes consultores en materia de seguridad en América Latina. Su empresa, Lemlock, recibía contratos cuantiosos de gobiernos regionales, corporaciones trasnacionales y alcaldías para montar sistemas de vigilancia de circuito cerrado, protección de información digital, capacitación de cuerpos policiales y todo lo concerniente a inteligencia cibernética. Durante años fue el encargado real o de facto de los servicios de inteligencia mexicanos y, al retirarse a la actividad privada, se llevó consigo a los mejores técnicos y especialistas en la materia. Contaba además con la confianza de los cuadros de la DEA y el FBI, a quienes proporcionaba información puntual que el propio gobierno mexicano no estaba en condiciones de ofrecer, fuese por incapacidad o debido a restricciones legales. Entre otras cosas, su empresa era responsable de la red de cámaras que supervisaba las calles de una docena de ciudades latinoamericanas, Buenos Aires y la Ciudad de México, incluidas. Cuatro países de la región, Cuba entre ellos, habían recibido de Lemlock asesoría para desarrollar sistemas de vigilancia e intervención de llamadas telefónicas y tráfico en redes sociales en la blogosfera. Jaime se beneficiaba de todo ello. Su verdadera pasión no estaba en acrecentar la facturación de su compañía, de por sí cuantiosa, sino en regodearse en la información a la que tenía acceso gracias a los servicios prestados. La mayor fuerza de Lemlock residía en su poderoso equipo de hackers reclutado en todo el continente y en la sofisticada tecnología que poseía. Eso, y su carácter de consultor, le otorgaban una relación privilegiada con servicios de inteligencia de diversas naciones y un enorme peso entre los miembros de la clase política mexicana, que le temía y a la vez le necesitaba. Su interés por los cambios que habría de experimentar el diario El Mundo tras la muerte de Rosendo Franco respondía a un doble motivo. Por un lado, el portal del periódico era el de mayor tráfico en Internet en México en materia de noticias y el líder en número de seguidores en Twitter y Facebook entre los medios de comunicación. La capacidad del diario para influir y lanzar trending topics era clave no solo en México, sino también en Estados Unidos entre la población latina. Lemus estaba obsesionado con la importancia política que había adquirido la discusión

en redes sociales y la manera en que afectaba a la arena pública. El propio presidente del país, Alonso Prida, tenía más temor a un hashtag negativo que a la crítica de un partido de oposición. Jaime estaba decidido a convertir en un arte el posicionamiento de temas en la red y transformarse en el verdadero titiritero del ascenso y caída de los políticos en la opinión pública. Tener acceso e influir en el portal de El Mundo sería un paso significativo en sus pretensiones. Y desde luego también estaba su amor por Amelia. Pese a lo que había sucedido el día anterior en el aparcamiento, Jaime mantenía vivas sus esperanzas. Sabía de la relación que Tomás y Amelia iniciaron doce meses atrás y, no obstante, él apostaba a que la inconstancia emocional del periodista provocaría el fin de ese vínculo, y estaba más que dispuesto a introducir el pretexto para garantizar que la ruptura se diese más temprano que tarde. En el lazo que apenas intuía entre Claudia y Tomás atisbaba lo que podría ser el detonante perfecto, tan solo necesitaba acercarse de nuevo a los Azules y preparar el golpe. Esa misma tarde recibió una llamada que allanaría el camino para poner sus planes en movimiento. —Hola, Jaime, habla Tomás. Necesito plantearte un asunto, ¿cuándo podemos vernos? —Mañana domingo, cuando quieras. —Lo traigo complicado mañana y el lunes. ¿Qué tal si comemos el martes? ¿Puedes? —Dalo por hecho —dijo él, y colgó satisfecho. Una vez más lo asaltó el recuerdo del estuche egipcio, ahora con una sonrisa.

Milena o el fémur mas bello del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora