Parte Jaime y Vidal

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Jaime y Vidal

 Miércoles 12 de noviembre, 1 p. m.

Vidal nunca olvidará la primera lección que recibió de Jaime ese primer día que puso pie en las impresionantes instalaciones de Lemlock. Se encontraban en su despacho, sentados ante una enorme plancha de vidrio grueso que hacía las veces de escritorio, en armonía con las tres pantallas adosadas a las paredes. Desde su teclado Jaime manipulaba las imágenes para reforzar sus argumentos. Le urgía regresar con su equipo, llegar al fondo del extraño caso de Milena y desvelar las razones de la obsesiva cacería de la que era objeto por parte de sus perseguidores. Pero él mismo había invitado a Vidal a sumarse a Lemlock y ahora no podía defraudarlo. Se consoló pensando que la intervención del joven podría ser útil en el caso que ahora ocupaba sus pensamientos. —Grábate esto —le dijo—: los seres humanos nunca son lo que parecen. Y para demostrarlo le enseñó trapos sucios de algunos personajes conocidos que al chico le habrían parecido inconcebibles si no los estuviera viendo y escuchando en las pantallas que lo rodeaban. Jaime le hizo leer las misivas privadas de Rosendo Franco en las que lloriqueaba como un colegial, le mostró evidencias de la adicción al juego que había padecido Alcántara, el padre de Rina, y lo más doloroso, le dio a conocer los comentarios despectivos —grabados y escritos— que a sus espaldas hacía de él Manuel, su amigo íntimo, con quien había diseñado un videojuego con más entusiasmo que éxito. Esta última revelación lo impactó con la fuerza de un puñetazo, pero Jaime no le dejó replegarse en la autoconmiseración. —Erguido; no te agobies. Es mucho menos grave de lo que parece. De este tipo de traiciones está hecha toda relación que dure o que valga la pena, incluidas las matrimoniales. Son los pequeños desquites en que incurrimos los seres humanos para compensar la vulnerabilidad que nos provocan los vínculos emocionales, insubordinaciones momentáneas para

soportar la dependencia mutua en que vivimos. ¿Qué crees tú que pasaría si los Azules transparentáramos toda la irritación que nos hemos provocado a lo largo de tres décadas? Ya no podríamos mirarnos a los ojos, supongo. —Quizá tengas razón —respondió Vidal con poca convicción, sacudido todavía por las crueles expresiones de Manuel—. Entonces debo ignorarlo y seguir como si nunca lo hubiera escuchado, ¿no? —¡Claro que no! Tienes que asegurarte de que no te afecte, pero nunca ignorarlo. Las debilidades que detectes entre los que te rodean son un recurso a tu favor, y créeme que nada como un enojo o una irritación para saber cuándo estamos frente a una debilidad. Luego te enseñaré a utilizarlo. —Con todo respeto, a mí no me interesa enterarme de las debilidades de Manuel o de quien sea para usarlas en su contra. —Esto no es de buenos y malos, ni se trata de utilizarlo en su contra. Es más, podrías utilizarlo a su favor. —¿Cómo es eso? Ahora entiendo menos. —Es que el primer axioma carece de sentido sin el segundo: los seres humanos no son lo que parecen, pero tampoco son lo que creen que son. —¿Y eso qué tendría que ver con el caso de Manuel? —Tiene que ver con el caso de Manuel, o de Luis, o de Rina. Vidal reaccionó como Jaime supuso que lo haría al escuchar el nombre de su amada. El chico lo miró a los ojos como solía hacerlo el perro pastor alemán que había tenido en la infancia: la cabeza ligeramente ladeada, todo su ser embebido en el examen de su rostro, pendiente de la siguiente palabra como si la vida le fuese en ello. —Entender las motivaciones de la gente te permite conocer mejor que ellos mismos de lo que son capaces y de lo que son incapaces —continuó Jaime—. Con frecuencia lastimamos más a los que amamos por ser cómplices de sus debilidades o por tomar por bueno el terreno minado que cada cual se construye para apertrecharse del mundo, construcciones casi siempre falsas. Ahorraríamos mucho sufrimiento si tuviésemos el valor de confesarle a alguien que carece de dedos para el piano; un «verdadazo» a tiempo vale oro, aunque luego te odien por decirlo. No sabes cuántas veces he rescatado a Amelia, y sobre todo a Tomás, de situaciones en que pudieron haberse hecho daño por sus ideales románticos. —¿Y eso cómo aplica a Rina? —Los seres humanos actuamos por necesidad, y Rina no es diferente.

Entender sus necesidades te permitirá hacerla feliz, si eso es lo que quieres. Vidal se ruborizó aunque no pudo ocultar el gesto de esperanza que cruzó su rostro. —Yo te enseñaré. ¿Estás dispuesto a aprender? Jaime ya conocía la respuesta. Las siguientes dos horas le mostró el sofisticado sistema de intervención telefónica y digital que Lemlock había construido, lo mejor en su campo en América Latina. Cuando Vidal salió de las oficinas ya tenía decidido qué iba a hacer con su vida, o eso creía. Durante el camino de regreso a su casa no pudo quitar la vista del mapa y los dos puntitos rojos —Luis y Rina— que se movían en la pantalla de su móvil, gracias al software que Jaime instaló en su aparato

Milena o el fémur mas bello del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora