Parte Milena

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Milena

 2006-2010

Con el correr de los días los hombres dejaron de ser ojos esperanzadores y se convirtieron en una sucesión de penes y bocas ávidas. Después de ser testigo de la terrible y salvaje inmolación de Natasha Vela, Milena desechó toda esperanza de regresar a su vida previa; ahora el propósito de cada día consistía en hacer los merecimientos para mantenerse en la tarifa más alta y evitar descender a los burdeles de ese inframundo al que fue asignada durante su semana de contrición. Milena inundó todos los espacios de su existencia; la vida que alguna vez llevó como Alka Mortiz quedó arrinconada en una bruma crecientemente borrosa que prefirió desterrar de su presente. Incluso los recuerdos de Croacia le resultaban dolorosos. La desesperanza es llevadera a condición de vacunarla contra cualquier brote de nostalgia. La rutina de la casa era implacable; nadie podría haber acusado a sus guardianes de negligencia. Las chicas que habitaban el lugar —entre doce y veinte, según la temporada— eran un activo de alto valor y como tal eran tratadas. Una vez a la semana una estilista revisaba peinados, tintes, manicura y pedicura; todas las mañanas uno de los custodios las sometía a los ejercicios de un vídeo y una cocinera vigilaba los carbohidratos en la dieta. «Un cerdo que engorda a base de bellotas no comería mejor», solía decirles el Turco. Ocasionalmente los guardias las obligaban a ingerir alguna línea de coca, para asegurarse de que no se intimidaran durante alguna fiesta o con un cliente generoso, pero vigilaban que las chicas no contrajesen ningún tipo de adicción. En otros burdeles los proxenetas usaban el enganche a las drogas como un recurso de control; no era el caso con las prostitutas de élite en condiciones de esclavitud. La inversión en vigilancia era tal que hacía innecesaria la adicción para esos propósitos, que además podía ser dañina para la salud de su mercancía. Nunca recibían en casa a un cliente. Por lo general, acudían a los

hoteles y apartamentos de los usuarios o a alguna suite reservada para la ocasión por los tratantes en hoteles de su confianza. En realidad, las jóvenes tenían mucho tiempo libre en los confines de la amplia casa donde se encontraban. Pese a trabajar los siete días de la semana, en función de la demanda, durante el día muchas de ellas se dedicaban a conversar y a ver la televisión. Estaban prohibidos los teléfonos móviles o los ordenadores. El primer año Milena desarrolló una estrecha amistad con un par de compañeras, pero prefirió tomar distancia cuando descubrió que una de ellas era confidente de sus captores. Por lo demás, la circulación de mujeres era intensa y dificultaba la consolidación de las amistades. La mafia que había comprado a Milena operaba burdeles en todo el Mediterráneo y las chicas eran trasladadas de un sitio a otro, según los vaivenes del flujo turístico; esto permitía acreditar novedades frente a los clientes de Estambul, las islas griegas, Roma, Venecia o Marsella. Milena se convirtió en una de las residentes más longevas de Marbella por la predilección de tres o cuatro clientes regulares de alto nivel que la convirtieron en su favorita. No obstante, la croata se acostumbró a perder amigas una y otra vez en el continuo trasiego de prostitutas, y ella misma debió pasar algunos veranos en Ibiza. Pronto se refugió en la lectura. Había sido una alumna destacada en la escuela de su pueblo y siempre experimentó fascinación por las palabras. En el último año de secundaria llegó a escribir algunas reseñas de los libros juveniles que exigía el programa de lectura, en un intento por llamar la atención del apuesto profesor que los visitaba procedente de Zagreb. Al principio devoró las novelas baratas que a veces desechaban a su paso los turistas a los que prestaba servicio por una noche; leyó de todo y sin medida. Poco a poco se fue aficionando a la buena prosa, a tramas más inteligentes y elaboradas y no tenía reparo en preguntar sobre libros y autores cuando veía un volumen en la mesita de noche de algún cliente. Así, de tanto en tanto iba recibiendo sugerencias que fueron afinando su gusto. Cuando solicitó a sus captores el primer libro, estos se burlaron de sus pretensiones aunque no impidieron que la estilista que las visitaba una vez a la semana y las surtía de ropa le trajera de El Corte Inglés los títulos solicitados. También ellos se acostumbraron a ver a Milena tumbada durante horas en un sillón, inmersa en la lectura. Incluso terminaron por alentar su afición porque les facilitaba el trabajo: ella provocaba menos problemas que la mayoría de sus colegas más inquietas o ruidosas.

Milena o el fémur mas bello del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora