Vidal
Miércoles 12 de noviembre, 00.10 a. m.
No oyó la pregunta de Silvano Fortunato, el chófer de Tomás, aun cuando estaba sentado a su lado en el lugar del copiloto. Vidal repasaba ensimismado la pesadilla que había vivido en las últimas tres horas; todavía era incapaz de procesar lo que Luis y Rina le comunicaron en la acera momentos antes. —¿Adónde llevamos a su señoría? —preguntó de nuevo el conductor. —Ah, disculpe. A la Condesa, a la glorieta de Popocatépetl — respondió él saliendo de su embotamiento—. ¿Sabe dónde es? —Clarinetes cuetes, jovenazo. No somos primerizos en esto, no, señor; más sabe el diablo por viejo que por diablo. Con este bólido llegaremos en un santiamén. «En la madre, encima me toca Cantinflas al volante», se dijo Vidal y trató de ignorar a su interlocutor, quien siguió desgranando refranes y lugares comunes mientras recorrían las calles frías y casi desiertas a la medianoche de un día de entresemana. Vidal quería llorar, golpear a alguien, fumar marihuana sin parar durante dos días, o tomar un camión y salir de la ciudad; cualquier cosa menos estar encerrado camino a casa, transportado como si fuera un menor de edad por un conductor boquirroto. —Por Paseo de la Reforma hacemos un perimplo circular, joven, pero es más seguro por la inseguridad. Las calles alumbradas espantan a los malandros y así lo entrego en su casa más sano que un yogur de ciruela pasa —dijo el chófer, aunque su pasajero volvió a ignorarlo. Al llegar a casa se despidió con un lacónico «Buenas noches». No obstante, no pudo evitar otra intervención irreal de don Silvano: —Buenas noches, joven, que llegue a casa con bien; váyase por la sombra —dijo el hombre a pesar de que lo había dejado a tres metros de su puerta y no existía otra posibilidad que caminar bajo algo que no fuera la oscuridad de una noche de escasa luna.
Al entrar en su habitación Vidal recordó que se le había terminado la hierba. Decidió que el tequila sería tan bueno como la marihuana para quitarse de encima el recuerdo de lo que había experimentado bajo el farol a media luz de la calle de Río Balsas. Bajó a por una botella y al regresar a su cuarto revisó su móvil; consultar el correo electrónico antes de dormir era su rutina de todas las noches. Quizá esperaba ver un mensaje postrero de Rina con alguna rectificación, o al menos uno de Luis ofreciendo algún tipo de disculpa. Lo que encontró, mientras apuraba el primer trago de alcohol, fue un correo de Jaime: «Necesitamos platicar, sobrino. Quiero mostrarte algunas cosas en Lemlock. ¿Puedes venir mañana? Te busco temprano para ponernos de acuerdo. Y que quede entre nosotros por el momento, ¿eh? Abrazo». El segundo trago de tequila expandió en su cuerpo una oleada de cariño por Jaime. Era el único de todo su círculo que lo trataba como un adulto; sus padres, Tomás y Amelia seguían viéndolo como a un crío. Luis y Rina lo habían ninguneado a sus espaldas. Todos sabían que existía algo especial entre él y Rina. Debido a los estudios que ella cursó en el extranjero se habían visto poco aunque escrito mucho desde la tragedia que sufrió la familia Alcántara. Él había sido el compañero en quien ella se había apoyado en los peores momentos; en varias ocasiones Rina le comentó que era su media naranja, su alma gemela. Cuando ella regresó a México, Vidal dio por sentado que la estrecha amistad evolucionaría de manera natural a una relación de pareja. Apenas una semana antes, ella le había preguntado su parecer sobre la decoración del apartamento al que se mudaría: recordó la expectación con que Rina examinaba su rostro al mostrarle cada habitación, tratando de leer gestos de aprobación o de rechazo de parte de su amigo. Vidal lo interpretó como un indicio obvio de que ella se imaginaba una vida en común en ese espacio que con tanto orgullo le enseñaba. A la postre, aquello que había creído su nido de amor resultó el cementerio de sus ilusiones. Cuando Luis le llamó para decirle que Rina y él habían encontrado a Milena esa misma mañana, le pareció que algo no tenía sentido. Un día antes ni siquiera se conocían. Acudió al apartamento de ella acosado por negros presagios, pero nunca se imaginó la confesión que escucharía; peor aún, ni siquiera era una confesión, más bien fue un agradecimiento por haberlos unido. Luis le dio un abrazo conmovido como si Vidal fuera el padrino gozoso del encuentro entre sus dos mejores amigos. Rina lo besó
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Milena o el fémur mas bello del mundo
Teen FictionLa novela se abre con una fatalidad: la muerte, de un ataque al corazón, mientras hacía el amor, del dueño del diario El Mundo de México. La escena es digna de un comienzo de serie, pues la amante del magnate, la Milena del título, se ve obligada a...