Milena
Agosto de 2005
Se llamaba Alka y era croata, aunque después de tres días de encierro en un armario oscuro sin probar bocado, tenía la sensación de ser un animal sin nombre ni procedencia. La falta de ropa, apenas paliada por una vieja manta tirada en el fondo del lugar donde la recluyeron, acrecentaba la sensación de extravío y anonimato, como si un intruso se hubiera apoderado de sus entrañas y todo lo que había sido hasta una semana antes hubiera desaparecido para dar paso a un organismo primitivo, obsesionado por un poco de agua y alimento. El primer día golpeó la madera durante horas con más indignación y enojo que temor, esperando que en cualquier momento una sombra interrumpiese el tenue haz de luz que se colaba por debajo y abriese la puerta. El segundo día la inundaron la autocompasión y la tristeza y se derrumbó deprimida en el piso de su madriguera. Pero el tercero cualquier otra consideración desapareció ante la urgencia desesperada de comer y beber. La idea de ser violada, que tres días antes le había resultado insoportable, ahora constituía un dato pueril frente a la necesidad de llevarse algo a la boca. El cuarto día comenzó a roer el único objeto que la acompañaba en el oscuro agujero: un gancho de madera que colgaba de una barra metálica a la altura de su cabeza. Ese día la sacaron. Alka pasó sus primeros dieciséis años en Jastrebarsko, un pueblo antiguo a media hora de Zagreb, con seis mil personas pudriéndose en vida en el caserío y otras treinta mil corrompiéndose en su ruinoso cementerio. Vivía justamente tres manzanas atrás del camposanto y todos sus recorridos la obligaban a pasar a un lado de las añosas tumbas, muchas de ellas semiderruidas. Durante su infancia, los compañeros de juego habían utilizado fémures y tibias para improvisar pulidas espadas: primero para armar a D'Artagnan, luego a Darth Vader. Cuando llegó a la adolescencia y sus dilatadas y torneadas piernas fueron objeto de súbita admiración por parte de los adultos del pueblo, Alka se prometió a sí misma que su fémur nunca terminaría siendo un largo florete en manos de un aprendiz de
esgrima.
El día que escapó fue el más feliz de su vida. No era la primera vez que subía al tren, pero sí la primera en que lo hacía para no regresar. Dejaba atrás la perspectiva de un trabajo en la empacadora de hortalizas y el insípido matrimonio con alguno de los pocos jóvenes que no emigraban a Zagreb o a otros países de Europa en busca de mejores horizontes. Camino a la capital, en compañía de su amiga Sonjia, Alka pasó un largo rato ensimismada en el paisaje que desaparecía de su vista, devorado por el marco de la ventana del vagón. Sin embargo, en su ánimo no pesaban el arrepentimiento o la nostalgia. En realidad contemplaba el reflejo de sus grandes ojos azules y la línea de un rostro que aún no perdía las redondeces de la pubertad. No tenía forma de saber que los pómulos salientes, los ojos inmensos y separados, el mentón decidido y la nariz fina la convertirían en la Greta Garbo de los puteros de España. Eso lo descubriría más tarde. Por ahora solo pensaba que abandonar su vida anterior resultaba más sencillo de lo que había esperado. Quince días antes Sonjia le había comentado que se iba a Berlín; un empresario de Zagreb iba a abrir una sucursal de su exitoso restaurante de comida balcánica en aquella ciudad alemana y necesitaba camareras que le dieran un toque de autenticidad. Alka sintió que era una llamada del destino. Chapurreaba el alemán gracias a su abuelo, el relojero del pueblo y germanófilo decidido, admirador incondicional de la tecnología teutona. La madre de Alka sospechaba que los padres de su suegro habían sido colaboracionistas durante la ocupación nazi, aunque ese era un tema del que nunca se hablaba. Durante varios días insistió a su amiga que la invitase a Alemania sin conseguir mayores progresos.
El novio de Sonjia, un húngaro avecindado en Zagreb, no estaba convencido de que hiciese falta una camarera adicional pese al alemán fluido que Alka juró poseer; solo cuando ella envió una foto de cuerpo entero con el vestido que usaba para salir a la disco aceptó incluirla argumentando que con esa facha podría incluso aspirar al puesto de hostess, mucho mejor pagado que el de camarera. La aventura terminó en pesadilla apenas había comenzado. En la estación de Zagreb las recibió el novio, un tal Forkó, prematuramente calvo, chaparro y de facciones agradables. Alka encontró excesivas sus zalamerías y algo torva la manera en que la examinó; no obstante, la euforia que la electrizaba le impedía detenerse en cualquier cosa que
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Milena o el fémur mas bello del mundo
Genç KurguLa novela se abre con una fatalidad: la muerte, de un ataque al corazón, mientras hacía el amor, del dueño del diario El Mundo de México. La escena es digna de un comienzo de serie, pues la amante del magnate, la Milena del título, se ve obligada a...