Parte: Claudia, Milena y Tomas

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Claudia, Milena y Tomás

 Martes 11 de noviembre, 11.30 p. m.

El agudo sonido del timbre de la puerta provocó en las dos mujeres un sobresalto y la interrupción del estado hipnótico en que habían caído por el tono monocorde de los hechos que una relataba y la otra escuchaba. Al incorporarse para abrir, Claudia notó el cuerpo entumecido por la inmovilidad a que lo había condenado durante la última hora. El calambre que recorría su costado derecho no solo obedecía a una posición incómoda: le dolían las mandíbulas trabadas y le punzaban los muslos apretados con creciente fuerza a medida que la narración avanzaba, como si su propio cuerpo se contrajera en un vano intento por protegerse de las agresiones descritas por Milena. Tomás entró a la habitación seguido de Vidal, Luis y Rina; Claudia se molestó por la interrupción del relato de la examante de su padre y estuvo a punto de pedirles que salieran, pero se reprimió al ver a los tres jóvenes todavía ateridos tras pasar casi dos horas esperando en la acera. No obstante no pudo evitar una mirada de reprobación dirigida a Tomás. Se suponía que él no vendría esta noche a conocer a la croata. —Hola —dijo el recién llegado—, tú debes de ser Milena. Yo soy Tomás, amigo de Claudia, y por el momento dirijo el periódico de don Rosendo. A los demás ya los conoces, ¿verdad? Ella asintió con la cabeza y estrechó la mano de Tomás con alguna reticencia. Los hombres en general, y de esa edad en particular, nunca le habían acarreado algo bueno. —Milena apenas me iba a contar cómo llegó a México y conoció a mi padre —dijo Claudia. —Entiendo —respondió Tomás a modo de disculpa y, después de una pausa, agregó—: Ya es un poco tarde para todos y habría que tomar decisiones sobre su seguridad. ¿Puedo hablar contigo un momento? Caminaron a la cocina y Tomás le explicó qué hacía él allí: —Hace unos minutos me informaron de que unos hombres entraron a

la casa de tu padre, en Las Lomas. Redujeron a la servidumbre y revolvieron su despacho. No está claro qué buscaban pero provocaron algunos destrozos. —Mi madre está en mi casa, prefirió dormir conmigo estos días — dijo Claudia para sí misma con alivio—. ¿Lastimaron a alguien? —No, encerraron al jardinero y las dos sirvientas en un armario. Están ilesos. Las autoridades apostaron una patrulla frente a la puerta de entrada. Juzgué que necesitabas saberlo. Ella se tomó algunos segundos para tranquilizarse. Sin ponerse de acuerdo, las miradas de ambos convergieron en Milena y una vez más se preguntaron qué era lo que la mujer ocultaba. Por su parte, ella los miraba con desconfianza desde el extremo de la sala. Los secretos que cuchicheaban ambos en la cocina habían disipado la complicidad tejida entre ella y Claudia a lo largo de las últimas dos horas. Los rasgos del rostro de la croata se endurecieron repentinamente, como si la amenaza proviniese de alguno de los presentes. Claudia intentó sobreponerse a las noticias recibidas y caminó hasta donde se encontraba Milena, tomó una mano de la joven y la condujo de vuelta al sofá del que se habían levantado, para hablar con alguna privacidad. —¿Los que te persiguen son los que te explotaban antes de que llegara mi padre? —preguntó en voz apenas audible. —Sí. —¿Hasta dónde pueden llegar en su afán de encontrarte? ¿Se rendirán si no te localizan pronto? —No creo. En su código, yo cometí el peor de los crímenes y estoy condenada a muerte. No descansarán hasta que me encuentren. ¿Recuerdas lo que te conté de Natasha Vela? Eso o algo peor podría suceder si me atrapan los rusos. —En realidad, Milena no tenía claridad absoluta de lo que harían con ella si la atrapaban, pero tampoco esperaba nada bueno. —Al parecer andan buscando algún objeto porque han saqueado el apartamento de la colonia Anzures donde vivías y ahora el despacho de mi padre. ¿Sabes qué puede ser? Milena abrió los ojos aterrorizada y luego se llevó ambas manos al rostro y encajó la cabeza entre las rodillas. Luego el terror dio paso a la confusión. ¿La querían a ella o solo la libreta? ¿A qué obedecía la destrucción de los lugares por los que ella había pasado?

—No dejaré que te hagan daño —dijo Claudia tras un par de minutos de observarla inmóvil, y con una ferocidad que la sorprendió a ella misma —. ¿Confías en mí? Milena no contestó, solamente oprimió la mano que la otra había puesto sobre la suya. Eso le bastó a Claudia, quien se incorporó y regresó al otro extremo de la habitación, donde esperaban los demás. Los puso al tanto de lo que Milena acababa de decir. —Con todo respeto —dijo Tomás—, me parece un tanto melodramático el comentario de los rusos. Supongo que aún está en shock por la muerte de Rosendo. —Ella conoce mejor a los cabrones de los que está huyendo; habría que darle el beneficio de la duda —dijo Luis al recordar la pinta de los tres esbirros del ascensor. —Se puede quedar aquí en el apartamento. Diré que es una prima que vino de visita —propuso Rina. —¿Una prima con acento de Europa del Este? —cuestionó Tomás. En realidad, el español de la croata era bastante bueno, salvo por un ligero carraspeo al pronunciar las erres. —Bueno, diré que viene de Montreal. Luis dice que tenemos un aire familiar, ¿no? Además, aquí no viene nadie. Una amiga decoradora de interiores me habilitó el apartamento y apenas me lo entregó. —No es mala idea —dijo Luis—. A los ojos de estos mafiosos nada relaciona a Rina con Milena; no hay forma de que la rastreen hasta acá. Podría ser solo un par de días mientras la sacan del país o le encuentran un escondite permanente. —O mientras neutralizamos a estos hijos de puta —afirmó Tomás. —Por supuesto —agregó Claudia entusiasmada—. Si mi padre los mantuvo a raya, no veo por qué nosotros no podemos hacerlo. —Por lo pronto hay que dejarla descansar. No me gustaría que se quedara sola, en una de esas se nos vuelve a espantar y desaparece — sugirió Tomás, aunque miró a Claudia con extrañeza. El optimismo de la mujer parecía fuera de tono tras la irrupción de los matones en la casa de su padre. —Nosotros nos podemos quedar —dijo Rina, y Tomás no supo si eso incluía a los tres jóvenes o si había comenzado a hablar en primera persona del plural para referirse a sí misma; la chica se veía bastante rarita. Luis movió la cabeza en sentido afirmativo mientras que Vidal bajaba

la vista. Tomás cayó en la cuenta de que su sobrino era el único que no había abierto la boca desde que él había llegado. Claudia comunicó a Milena la decisión y le aseguró que regresaría al día siguiente, quizá para comer juntas en el apartamento. La croata asintió; simplemente quería quedarse sola después de la larga y tensa jornada. Tomás subió al coche de Claudia, pero antes pidió al chófer que le habían asignado en el periódico que llevase a Vidal a su casa; este aceptó el ofrecimiento en silencio. En el trayecto a la calle de Campos Elíseos en Polanco, donde Claudia vivía en un ático con su marido, hicieron un breve repaso de la situación en que se encontraban. Los allanamientos al apartamento que ocupaban Rosendo y Milena y al despacho en la casa de los Franco indicaban que no solo les interesaba recuperar a la prostituta. —¿Alguna noticia sobre el maldito cuaderno? —Nada aún, apenas nos estamos conociendo. Pero me parece que voy en la dirección correcta; solo es cuestión de que me tome confianza. Está claro que somos lo único que tiene, al menos en México. Lo que me deja aún más preocupada: ¿cómo podemos garantizar su seguridad? Ni siquiera sabemos quién está detrás de ella. ¿A qué se referirá con eso de los rusos? Tomás se alegró de poder responder a su pregunta. Le describió la llamada que había recibido de Jaime Lemus camino al apartamento de Rina. Lemlock tenía información sobre la identidad del mafioso que perseguía a Milena, un tal Bonso, de origen rumano. Pero todo indicaba que el proxeneta operaba para la mafia rusa de la trata de mujeres. Le propuso que se reunieran los tres por la mañana para informarse mejor y definir una estrategia para proteger a la croata y conseguir la elusiva libreta negra. Claudia le dijo que querría pasar un rato con su madre por la mañana; tenía que encontrar la manera de hacerla salir del país, después de lo que había sucedido en su casa. Le pediría que se fuera a descansar algunos días al apartamento que la familia tenía en Miami. Quedaron en verse al día siguiente a las diez y media en el periódico. Al llegar al domicilio de ella, aguardaron en el coche la llegada del chófer de Tomás, ocupado aún en el traslado de Vidal, mientras se ponían al día con los temas más urgentes del diario: la invitación a comer en Los Pinos, los embates del subdirector en su contra, la necesidad de encontrar a un gerente general honesto y capaz para el área administrativa. Abordar los problemas del periódico constituía un bálsamo tras habitar durante las últimas horas en los umbrales de un

mundo de mafiosos y proxenetas. Antes de que el periodista bajase del vehículo, Claudia colocó una mano sobre su muslo y casi al oído para que su chófer no la oyera, musitó un conmovido «Gracias por todo». Tomás hizo un gesto para restarle importancia, pero la presión de la mano de ella quedó galvanizada por unos instantes en su piel. Más tarde, en la cama, Tomás repasaría esa presión y en particular la del dedo que rozó sus genitales, preguntándose si el incidente podía ser atribuido a la oscuridad que reinaba en el coche o a un acto deliberado por parte de Claudia.

Milena o el fémur mas bello del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora