Jacaerys Velaryon y Deianira Targaryen estaban destinados a ser enemigos desde el día de su nacimiento, el odio y la repulsión que uno sentía por el otro aumentaban las llamas de dragón en sus interiores. Siempre fueron el agua y el aceite, el fuego...
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LA YEGUA blanca corría con todas sus fuerzas, Deinira gritaba en el oído de Jacaerys pero el chico no podía diferenciar si sus gritos eran de pánico o de risa. Lo más probable es que fuera la última opción. Las manos del príncipe bastardo se aferraban a las sogas del caballo mientras este cruzaba saltando rocas y terrenos imperfectos. La rubia estaba aferrada a la cintura del muchacho, y con las piernas alrededor del animal pálido para evitar caer.
Jacaerys perdió la cuenta de cuantos minutos la yegua estuvo corriendo sin detenerse, parecía sentir algún peligro y las exclamaciones incoherentes de sus dos jinetes alterados no la tranquilizaban en lo más mínimo.
──¡Jacaerys, cuidado! ──gritó Deianira, el castaño sintió como ella se agachaba, pero fue muy tarde para él, pues pequeñas ramas lo golpearon en el rostro, dejando rasguños y marcas en la piel.
La cara le ardió y, en un reflejo, llevó sus manos a las heridas, soltando el agarre que tenía sobre el corcel. El animal corrió en dirección a una enorme lago, la chica intentó tomar las cuerdas pero fue demasiado tarde. Jacaerys jaló de la soga que estaba atada al hocico del animal en el último segundo y este dió una vuelta brusca, arrojando a los adolescentes que estaban encima de su lomo.
Jacaerys y Deianira cayeron al agua, hundiéndose en las profundidades por los primeros segundos, hacía frío y la chica sintió desesperación al ver que no podía tocar el fondo con los pies. El castaño vio que la menor estaba luchando para mantenerse en la superficie y su corazón se aceleró, en otro momento de su vida hubiera dejado que se ahogara un rato, pero ahora no.
El primogénito de la heredera nadó hasta la ojimorada y la tomó en sus brazos, poniendo una mano en su espalda y la otra debajo de sus muslos, acercando su cuerpo hacía el borde del lago.
Deianira salió del agua, tosiendo y arrastrándose sobre el césped. Jacaerys se aproximó hasta ella y puso una de sus palma contra su espalda mojada, dándole suaves palmaditas. La muchacha, completamente avergonzada y enojada lo apartó golpeándole la mano.
──¡Auch! ──se queja ──¿Y eso por qué?
──¡Hiciste que nos arrojara al agua! ──le reprocha, con las mejillas rojas, mientras intenta enfocar su vista en la cara de Jacaerys y no en su pecho, donde la camisa mojada se había pegado a su torso. El chico sonríe.
──Tú me pellizcaste ──dice, y las palabras suenan repetitivas, entonces se levanta del suelo, viendo hacia dónde se fue el animal ──¿Deberíamos ir tras ella?
Deianira se reincorpora, quedándose a su lado, mientras su cuerpo tiembla ligeramente por la brisa fresca y fría.
──Esa era la yegua más veloz de la fortaleza, créeme, no la alcanzaremos jamás ──murmura, poniendo sus manos a los costados de su cintura, el sol había bajado un poco, pero aún faltaba mucho para que cayera la noche ──. Sigamos el camino, encontraremos a los demás pronto.