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Juguemos al Mario Kart

Cansado y muerto de frío, saqué mi teléfono y marqué.

Luego de mucho andar por la autopista logré conseguir un taxi a mitad de camino que me trajo a casa de Paula, y como de costumbre, el vecindario estaba desierto.

«¿A los ricos no les gusta tener vecinos?»

Después de repicar unas dos veces, contestó.

—Señor Olmedo —fue lo primero que dijo. Una sonrisa se dibujó en mi rostro al escuchar su voz.

—¿Alguna vez te has imaginado a tu príncipe azul llegando a mitad de la noche y tocando a tu puerta?

Unos segundos de silencio...

—No me digas que estás aquí... —murmuró.

—¡Sorpresa! —exclamé por lo bajito recostándome del muro que rodeaba su casa—. Quería... verte.

—Por Dios... —dijo en un hilo de voz—. ¿Estás ahí afuera con este frío? ¿Estás loco?

Antes de que pudiera responderle, cortó la llamada.

Me quedé mirando la pantalla. ¿Querer verla era estar loco? Iba a volver a marcar cuando de pronto escuché un pitido. La entrada se abrió y Paula emergió a la acera, buscándome con la mirada hasta hallarme a tan solo centímetros a su lado.

Nuevamente, ahí estaba ella, la chica más hermosa ante mis ojos, a la que podía admirar por horas enteras, la que descontrolaba mi corazón.

Tontamente le esbocé una sonrisa algo torcida.

—Hola.

Paula soltó una exhalación que fue visible por el frío de la noche.

—¿Por qué no avisaste que vendrías?

—Lo olvidé —me excusé—. Las ganas de verte eran muy fuertes.

Tuve que tragar saliva, ya no era tan evidente, pero aún me sentía un poco nervioso cuando le decía cosas así.

Se cruzó de brazos, recostándose de la pared, frente a mí.

—Temo que algún día corras en medio de una tormenta eléctrica solo para verificar que tengo una manta encima —dijo.

Un mechón de cabello se le fue a la frente y con gentileza se lo apartó, colocándolo detrás de su oreja.

«Preciosa... Eres tan preciosa»

—Esquivaría mil rayos y caminaría sobre el fuego por ti...

Sus mejillas adquirieron un tono carmesí, seguido por un pequeño brillo en sus ojos. De un momento a otro dio unos pasos hacia mí, y, extendiendo sus brazos, me abrazó.

—¿Y esto qué es?

—Un abrazo.

—¿He hecho algo bien? —dije, tratando de no reír.

—No te confundas —se pegó más a mi cuerpo—. Solo... no quiero que mueras de frío por mi culpa... Pero considéralo un premio, por llegar hasta aquí.

Solté un resoplido, junto a la pequeña risa que mantenía guardada. Llevé mis brazos a su espalda y le devolví el abrazo, acurrucándome en su cuello.

—Que afortunado soy.

—Mi padre no está —dijo, alejándose unos centímetros y tomándome de las manos—. Será mejor que entremos si no queremos morir de frío.

No había notado que traía puesto un pijama de ovejitas negras y unas pantuflas de tiburoncitos... ¡Y medias con orejitas de conejo!

Parpadeé un par de veces y me llevé una mano a la boca.

HEIDREN [Iguales: 1] (Completa ✓) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora