Epílogo

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Florencia, Italia.

8:15 PM.

Un mes después.

DESCONOCIDO

«Tres... Cuatro... Cinco»

Contaba los números que se marcaban en la pequeña pantalla del ascensor, subiendo piso por piso.

«Dieciséis... Diecisiete... Dieciocho...»

Revisé mi vestimenta viéndome a través del espejo en las paredes, enderezando mi corbata, sacudiendo mis hombros, peinando mi cabello con mis dedos, y colocándome mi máscara preferida.

«Veintiuno... Veintidós... Veintitrés...»

Veinticuatro.

El ascensor se detuvo en el último piso, las puertas se abrieron y me adentré al pasillo, directo a la suite al fondo.

Mientras caminaba, metí una de mis manos en el bolsillo del saco azul marino de mi traje hecho a medida, sacando un par de guantes negros, colocándomelos con total paciencia.

Luego, saqué el arma que mantuve guardada a mi espalda, colocándole el silenciador y tarareando mi canción favorita. Porque eso sí, amaba y disfrutaba mi trabajo.

En cuanto llegué a la puerta, di dos toques suaves a la madera, y cuando oí pasos acercándose, presioné sutilmente mi garganta con mi dedo anular.

—¿Quién? —preguntaron al otro lado.

—Servicio a la habitación —dije, con voz fingida, digna de un galardón—. Traigo el filete miñón que ordenó, señor.

—Yo no ordené ningún filete —contrarió. Solté mi garganta y esperé tres segundos, solo tres segundos a que se acercará a la mirilla de la puerta—. ¿A nombre de quién está? 

Puse el cañón en el pequeño orificio de cristal.

—De la muerte —respondí con mi voz real al mismo tiempo que presionaba el gatillo.

Dos segundos después se oyó un ruido seco, semejante a un saco de harina cayendo al suelo.

Tomé la llave de mi bolsillo trasero, abrí y lo primero que vi fueron las paredes del pasillo, salpicadas con sangre, trocitos de carne y sesos, y tirado en el suelo, un cuerpo viejo, gordo y desnudo, con un orificio en el ojo derecho sobre un pequeño charco rojo que se iba haciendo más grande.

«Maldito cerdo»

Pasé sobre esa asquerosa pelota de carne muerta (con cuidado de no tocarlo, no quería que mis zapatos se llenarán de basura), y entré a la lujosa habitación. Sobre la cama había una mujer rubia, sentada en posición de yoga sin nada de ropa.

Ni siquiera notó mi presencia pues tenía los ojos cerrados y un audífono en cada oído, moviendo su cuerpo al ritmo de alguna canción.

Sus pechos brincaban mientras lo hacía, y me di el gusto de verlos un poco: tenían un tamaño considerable, tan redondos y con pezones rosáceos. Era joven y linda.

Pero tan pronto como los detallé, volví a enfocarme en mi misión.

Rodé la manga de mi traje y mire la pantalla de mi reloj inteligente, justo como indicaba, me moví hacía la mesita de noche al lado de la cama y abrí el primer cajón.

«Bingo». Canté en mi mente.

Saqué el pequeño maletín blanco dentro del cajón, lo abrí y observé la tableta electrónica de color negro metálico que reposaba en el interior.

HEIDREN [Iguales: 1] (Completa ✓) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora