El Nasguel Alado Evolucionario

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Edgar, Alan y Luca estaban todavía en el interior del pozo traslador. El mago había usado su magia para eliminar cualquier conjuro maldito que los pudiese arrastrar a la perdición. Pensó que desde ese momento debían actuar con cautela. Edgar sabía que esa misión era más arriesgada que la del rescate de George, pues estaban en un reino enemigo y estaba seguro que debían enfrentarse a cosas tremendamente poderosas.

De repente, de los bordes del muro circular de piedra que conformaba el pozo emanó una luz que irradió hacia arriba, llegando a una altura inalcanzable en el kilométrico cielo. A través de la luz se podía observar el campo de trigo, el bosque y el castillo de Lendar.

Igual que el humo de un cigarro, el castillo empezó a evaporarse poco a poco y junto a él, el amplio trigal y la montaña de las rocas donde Alan había observado a los magos caer en arresto frente a los guerreros evolucionarios y donde, si hubiera podido hubiese hecho lo posible por salir de la montaña y convertir al guerrero líder en un montón de polvo.

Luca seguía atento a cada movimiento, a cada cosa que les pudiese pillar por sorpresa. Observó con atención el cambio de escenario. Sujetaba firmemente su bastón por si ocurría algo inesperado.

La luz que había irradiado hacia arriba empezó a perder el color, dejando ver cada uno de los nuevos elementos. Apareció un gran páramo verde, cuyo césped tenía un color verde resplandeciente y cuyas grandes rocas se amontonaban distribuidas sobre él. El pequeño muro del pozo desapareció después de la luz. Un gran lago descansaba en la parte izquierda del páramo, pero lo más sorprendente era ver lo que había al final de un acantilado de cientos de metros de altura, cuyo mar sacudía, en ese momento, sus rocas con tremenda ira.

Luca miró en todas direcciones. Pensó que saldrían decenas de soldados entre las rocas. Sin embargo, le sorprendió ver que el lugar estaba lleno de calma y serenidad. Al igual que los terrenos del castillo, también ese escenario era de extraordinaria belleza. ¿Cómo era posible que un reino que va en contra de la naturaleza tuviera ese aspecto? Luca esperó encontrarse ante las puertas del mismísimo infierno.

Un camino de cristal poco ancho y demasiado largo como para cruzarlo sin que temblara su suelo, a través del cual se podía contemplar el mar y las rocas que yacían debajo con total transparencia, conducía hasta una gigantesca cúpula semicircular que se alzaba en el aire y apoyaba su gran peso sobre dos grandes soportes de metal, anclados a la rocosa pared del acantilado. El camino de cristal tenía a sus lados grandes cristaleras de vidrio y un techo también de cristal, pero de un color azulado, que se podía confundir perfectamente con el color del cielo.

Al igual que Luca, Edgar y Alan pensaron que aquel era un paisaje idílico, digno de su pueblo y de los que aman verdaderamente la naturaleza. A pesar de la belleza, el mago seguía alerta como un guardián vigilante, siempre atento a cualquier indicio de peligro.

—¿Este es el reino de Lamar?—preguntó Alan con un toque de sarcasmo.

—No parece un lugar peligroso. Ni siquiera hay guerreros vigilando estos terrenos— dijo Edgar, que se agachó para rozar el césped con la mano y coger un poco de tierra. La acercó a su nariz y la olfateó cómo un perro de presa. Después se coló entre sus dedos y cayó al suelo.

—Ser precavidos y pensar que este sitio no está pensado para gente que no pertenezca a la población de Lamar. Seguramente por ese motivo no hay nadie vigilando. Sin embargo, la calma que se respira puede ser una trampa para que caigamos cuando más confiados estemos. Abrir bien los ojos y estar atentos a cualquier cosa sospechosa que veáis— dijo Luca cuando empezó a caminar por el sendero adelante. Alan y Edgar caminaron tranquilos junto al mago.

<<Debo controlarme esta vez. Antes casi meto la pata cuando he salido para intentar rescatar a los dos magos de nuestra población>> pensó con los cinco sentidos activos.

Alan Carter y la destrucción del oráculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora