El plan de Lendar

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Edgar caminó hacia la entrada de la tienda. Pensó en los segundos que quedaban para el enfrentamiento con su mujer y sintió un escalofrío. Antes de sobrepasar el umbral, detuvo sus pasos, se calmó y respiró hondo. Pensó en las palabras que iba a decir.

—Lena, tenemos que hablar—dijo alzando la voz al interior de la tienda. Ni siquiera la había visto.

Entró en la tienda. Sus ojos se abrieron como platos cuando se encontraron con el cuerpo de George sobre la alfombra. Una nube de moscas volaba alrededor de su cabeza y las hormigas reptaban sobre los párpados y la boca. Un vago hedor inundó sus fosas nasales. Era un hedor a cementerio. Edgar se acercó. No se había percatado del hecho de que su mujer no estaba en la tienda. De repente olvidó todo lo relacionado con ella y su mente intentó centrarse únicamente en lo que estaban viendo sus ojos. Cuando vio la pistola en su mano izquierda, se dio cuenta de que no había sido un asesinato, sino un suicidio.

—¿Qué has hecho, chico?—preguntó. Cogió con cuidado el arma y la apartó. Mientras observaba con detenimiento el cadáver, escuchó unos pasos afuera de la tienda. Giró bruscamente la cabeza hacia la entrada y caminó rápidamente. Edgar observó las siluetas de Luca y Alan en la distancia acercándose lentamente hacia el interior. Luca vio un ligero malestar reflejado en el rostro de Edgar, una palidez repentina que le hizo preguntarse qué estaba pasando por la mente de su compañero en esos instantes.

—Luca, será mejor que veas esto.

—¿Qué ocurre?

El mago y Alan corrieron hacia el interior. Luca sintió un disgusto convulsivo y se cubrió la boca con el brazo. Alan dirigió una mirada a todos los rincones de la tienda, para comprobar que no había nada extraño.

—¿Qué le ha ocurrido?—preguntó Luca. Edgar señaló la pistola, la había dejado encima de una mesa. No dijo ni una palabra.

—Por el gran dragón muchacho, ¿Cómo se te ha ocurrido hacer esto?

Alan salió de la tienda y se sentó en una roca. Se llevó las manos a la cabeza y empezó a pensar en el miedo de nuevo, a pesar de que Luca lo había apartado de su mente con tanta sabiduría y empatía. Pensó que podría haber sido calcinado por el dragón de la primera prueba, que podría haber muerto a manos del falso Klevchrono en los pasadizos del miedo y que podrían haber caído al mar de fantasmas con tremenda facilidad. Entonces imaginó la pelea contra Klevchrono. Imaginó que él era tan poderoso que acababa con su vida con un simple movimiento de su espada, con un solo gesto de su mano. Una sensación de desesperación creció en su pecho al enfrentarse a la realidad de que estaba a punto de enfrentarse a un enemigo mucho más poderoso. Se levantó de golpe para intentar cortar de raíz esos pensamientos y volvió a la tienda. Se quedó en el umbral, con los pies clavados en el suelo.

Luca estaba agachado contemplando el cadáver con lástima. Pensó en los años que había pasado junto a George encerrado en el castillo. Nunca había tenido la oportunidad de hablar con el muchacho. Aunque habían pasado quince años unidos por el mismo castigo, no habían creado una relación de amistad ni ningún tipo de conexión emocional engendrada por un mismo sufrimiento y trato inhumano. Cuando estaba en el interior de la cabina apenas hablaba. Se limitaba a dormir y a esperar con resignación la siguiente tortura. Luca lo miraba con pena desde su cabina, pero jamás pudo hacer nada por él.

<<Lo dejamos solo antes de irnos al reino, pero no teníamos otra opción. Debíamos ir y hacer lo que hemos hecho. Aunque... quizá lo correcto hubiese sido dejarle en otra tienda y que una familia hubiese cuidado de él. Aunque no se hubiese recuperado, ellos habrían evitado esto, estoy seguro>> pensó el mago sintiendo un repentino ataque de culpabilidad.

Edgar estaba dando vueltas en la tienda, cuando su vista reparó en algo que antes había pasado desapercibido. Clavó la mirada en el espejo ovalado de encima de la mesa y observó que se reflejaba en él algo que al él le era muy conocido. Con los cinco sentidos funcionando, caminó despacio hacia la mesa. Ahí estaba el colgante que Lena había dejado antes de huir. Edgar sintió cómo su corazón se aceleraba. Agarró la cuerda con la mano derecha y lo elevó ante sus ojos. Alan lo miraba desde el umbral. Una alarma de alerta se había encendido en su mente, la cual le alertaba de que algo malo le estaba a punto de ocurrir a su tío.

Alan Carter y la destrucción del oráculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora