El pozo traslador

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Edgar se levantó esplendoroso. En su cara brillaba una felicidad que no había sido muy propia en él desde antes de que su pueblo tuviera que exiliarse en las colinas para proteger al entonces pequeño Alan y a cada uno de los miembros de la población de Lendar. Sintió felicidad al saber que su sobrino estaba aprendiendo a controlar sus poderes. La conversación de Luca la noche anterior había sido completamente convincente y había pensado desde esa mañana que ninguna de las palabras que dijese su mujer en contra de la guerra las iba a aceptar.

La tienda estaba reluciente. La cuidada alfombra con encajes dorados yacía pulcra bajo la cama de Edgar. El fuego en el que George había plantado su mirada el día anterior ya se había convertido en ascuas. El muchacho no se había levantado aún. En la mesa principal de la tienda estaban sentados Alan, Edgar y Luca. El silencio se rompió cuando el tío de Alan comenzó con la conversación que dejó el mago a medio la noche anterior.

—Luca, ayer hablaste de un plan que no te convenció bastante—dijo. Se preguntó con ansia de qué se trataba y decidió que si era lo suficientemente bueno como para la derrota del enemigo, le ayudaría a sacarlo adelante.

—¿Y bien?—insistió, al ver que no se decidía a hablar.

—¿Y bien qué?—preguntó Alan taladrado con la mirada al mago. También él pudo atisbar destellos de duda en sus ojos. Luca dio un sonoro suspiro y pensó bien las palabras antes de hablar, cómo si estuviese en una especie de exámen oral.

—Le hablé al chico en el entrenamiento del mago moralista— dijo Luca señalando a Alan. — ¿Te lo ha dicho?— Edgar miró a su sobrino, pero él negó con la cabeza la pregunta.

—¿Qué tiene que ver el fundador de nuestro pueblo con un plan para derrotar a Klevchrono?— preguntó Edgar. Luca arqueó las cejas y se rascó la barba. Pensó de nuevo en las siguientes palabras. Quería tenerlo todo bajo control.

<<Tengo que abordar cada detalle con cuidado. Conozco a Edgar y no le va a sentar nada bien la misión de la que les voy a hablar, aunque finalmente acabe creyéndome. Sé que no se va a privar de uno de sus fuertes cabreos>>

—Existen unas reliquias en un reino oculto. Unas reliquias muy poderosas, las cuales nos pueden servir de ayuda para la guerra—continuó.

—¿Unas reliquias? ¿De qué reino hablas?—intervino Alan. Edgar dedicaba una mirada seria al mago.

—Ante todo Edgar, debes saber que todo lo que os voy a contar tiene una lógica justificación y que si quiero llevar dicho plan a cabo, jamás me atrevería a ponerme en contra de nuestras leyes ni de nuestra moral. Debes saber que jamás traicionaría ni al mago moralista ni a nadie de nuestra población, incluidos el chico y tú— afirmó de pie, con las manos sobre la mesa. Edgar le miró, confuso. ¿Qué plan había estado tramando?

—En ese caso, ni yo ni Alan nos opondremos tampoco—dijo Edgar.

—Las reliquias son poderosas. Tan poderosas que son capaces de confundir y engañar a cualquiera. Fueron creadas con ese fin por el mago moralista hace cientos de años. Se trata del colgante de la duplicación y de la esfera de dimensión espacial— dijo después.

—¿El mago moralista? ¿Para qué iba a crear él unas reliquias que deben ser usadas para engañar? Eso no tiene ningún sentido... Él apoyó siempre la moral y la ética y nos la enseñó a nuestra población.

—No te quito la razón, pues esa es la verdad, pero todo tiene un sentido y un por qué—respondió el mago. Se sintió impotente al verse obligado a ocultar la verdad. Edgar había empezado a alterarse. Se levantó y empezó a caminar lentamente por el borde de la mesa.

—Espera... ¿Estás diciendo que usemos unos artilugios tremendamente peligrosos contra el enemigo, para así ganarles mediante engaños y mentiras?—preguntó Edgar. Alan permaneció callado, pero sin apartar la mirada de ellos ni la mente de la conversación.

Alan Carter y la destrucción del oráculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora