El mago moralista

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Cuando Luca y Alan volvieron a las colinas, sus ojos contemplaron el horror más espeluznante que habían contemplado antes. El chico pensó que todo había sido mil veces más terrorífico que cuando rescató junto a su tío Edgar al mago que ahora le acompañaba y a George Smith en el castillo de los evolucionarios. Sin embargo, había sido mucho más fácil que el enfrentamiento con Klevchrono. En el castillo había envejecido sin siquiera saber sobre sus poderes a Adonis y todos los demás guerreros habían quedado espantados. Al enfrentarse a su mayor enemigo, sus fuerzas se habían consumido. Además, su magia había desaparecido, pues todo el poder del tiempo ya volvía a residir en el oráculo. A pesar de que el alma del líder evolucionario ya descansase en el muro y de que todo hubiese salido tal y como habían planeado, Alan ya guardaba en su mente un doloroso recuerdo que sabía que nunca se evaporaría.

Cerca de una tienda quemada, cuyo humo subía al cielo en forma de nube densa y oscura, Edgar y otro guerrero portaban el cuerpo de uno de los numerosos hombres que habían muerto en la trágica guerra. Las colinas representaban una escena macabra y sangrienta. Los cuerpos estaban esparcidos por todo el terreno. Algunos niños lloraban mientras corrían hacia sus madres. Los hombres y los guerreros supervivientes inspeccionaban el lugar.

Edgar estaba malherido. No podía andar y su rostro era una estampa de moretones, cicatrices y hematomas. Empezó a caminar por los terrenos sobre los cuales se hallaban los cuerpos amontonados. Comprobaba que todos y cada uno de los enemigos fallecidos estuvieran realmente muertos. Los cadáveres de los guerreros de Lendar y de los evolucionarios se mezclaban sobre la tierra rojiza y sobre el césped, todavía caliente por las pisadas de todo aquel que había corrido sobre él.

Alan miró desesperanzado la escena. Una escena que le ponía los pelos de punta.

—¿Dónde está Klevchrono?, ¿ha salido todo bien?—preguntó Edgar. Se acercó a ellos cojeando.

—Alan lo ha encerrado en el muro y el oráculo ha sido restablecido. Todo ha vuelto a la normalidad— afirmó Luca.

—¿Hay algún evolucionario vivo?—preguntó al mago. Edgar levantó el brazo y realizó un movimiento que abarcó toda la colina.

<<Esto es una masacre. Nuestro ejército y población han sido destruidos. ¿Qué vamos a hacer ahora?>> pensó Alan con el corazón roto.

—Están todos muertos—afirmó Edgar después de que su pie tropezarse con un rifle.

Algunas familias estaban esparcidas por todo el territorio. Otros guerreros de Lendar seguían con la tarea de comprobación. En el terreno alejado, los coches y las motos habían sido quemados y desprendían un terrible olor a chamusquina. El humo se elevaba en el aire junto al de las tiendas.

Media hora después, Alan estaba sentado sobre una roca charlando con su tío Edgar sobre lo que había pasado en la cueva. Quería contarle todo con pelos y señales. Pensó que de esa manera podría sacar el terrible recuerdo que ya viviría por siempre junto a él. Luca había dejado atrás varios cuerpos hasta que llegó junto a una roca, donde había caído la esfera de dimensión espacial. Se agachó ante ella y la cogió. Después de colocarla bajo su brazo, siguió andando entre los cuerpos para buscar el colgante. Lo halló a apenas dos metros detrás de donde estaba la esfera. Cuando lo encontró, se quedó mirándolo pensativo. Reflexionó sobre la magia que debía usar para destruir los artilugios definitivamente.

—¿Así que un duelo?—preguntó Edgar mientras posaba su mirada en el rostro anonadado de Alan. —¿Cómo fue?

—Fue... fue... extraño. Yo salí de la batalla para llevar a Klevchrono hasta la cueva. Luca había dicho que para enviarlo al muro debía de estar cerca de ella, y así lo hice. Después me siguió y juntos llegamos hasta la explanada dónde se elevaba. Todo estaba calmado y él estaba furioso—inquirió con los ojos inexpresivos, mirando un charco de sangre que salía de la cabeza de un guerrero.

Alan Carter y la destrucción del oráculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora