11. "¡Te quito a besos!"

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Faltaban dos meses para acabar el semestre. Entre lágrimas de Beck, golpizas de Friend y patanerías de Heng, habíamos hecho mucho esfuerzo para mantener cada materia con una calificación decente.

Esos años eran de verdadera batalla! Google estaba en pañales, el mensajero eran dos muñecos, uno verde y otro azul que giraban cada que iniciaban sesión en una computadora rentada en algún establecimiento. Una de las cosas maravillosas era poder ir a biblioteca, tener libros reales en tus manos, embriagarse con ese aroma a lignina mientras estudias hojas amarillentas hasta la madrugada. Beck cada vez odiaba menos la biblioteca gracias a mí. Yo la sobornaba con una paleta y ella a mí con un cigarro.

Heng ya no era quien le besaba la mano o la acompañaba a tomar el autobús, cada vez había más pretextos para estar con ella y su mirada "alegre, perfecta y cordial" hacia mí se había convertido en una mueca y un gruñido, cuando no me ignoraba el infeliz. Yo reía en mis adentros al ver la molestia que le causaba darse cuenta que el día de hoy no me había aplastado el tren y yo había llegado a clases.

Eran ya secretos a voces que, Heng y la "mejor amiga" de Becky estaban liados, y que, más que ser novias, yo era la propiedad de Friend, quién también se veía cada vez más envuelta en rumores de "aventuras" con chicos de la facultad. De hecho, me tranquilizaba saber que ella estaba entretenida haciendo infeliz a alguien más y dejándome respirar un poco. Había días que llegaba muy tarde al departamento, alegre y no me maltrataba mucho., con evidente estado etílico, incluso, un par de marcas en el cuello. Ya no me importaba, de hecho, esperaba el día en que decidiera que yo ya no era su juguete y me diese libertad. Terminar con ella no era opción, lo intenté infinidad de veces y siempre se disculpaba, lloraba, me daba regalos... Era tan predecible que no iba a dejar ir a su juguete tan fácil...

Pidió permiso en la facultad, viajaría a casa a ver a sus padres. Yo no podía darme ese lujo, así que, me tocó disfrutar, quiero decir, "sufrir su ausencia" por tres días seguidos!!! Mis lágrimas fueron genuinas, pero no precisamente de tristeza, aunque ella sonrió satisfecha pensando que era por eso. Cada vez era mayor su descaro al hacerme ver qué adoraba hacerme desdichada. Yo la dejaba ser, por no discutir, y por que en realidad, ya no me afectaba tanto. Era como "un daño colateral" con el que debía cargar por el simple hecho de querer seguir ahí, estudiar y estar cerca de Becky.

También comenzaban los rumores, aunque Friend se burlaba de mí y hablaba muy mal de mí, nunca aceptó que ella y yo fuésemos algo más que "conocidas y compañeras de departamento", pero ya todos sabían, al menos las personas cercanas, que yo era su pendeja, su esclava sumisa, su diversión íntima. Y ese mismo hecho daba pie a que comenzaran los rumores de que algo se cocinaba entre Becky y yo. Por eso Heng se comportaba cada vez más molesto conmigo, aunque, extrañamente nunca me enfrentó (en el fondo también temía que yo lo hiciera pasar un ridículo frente a todos, dándole una golpiza exquisita, lo sé por que me lo comentó uno de los compañeros en una reunión de borrachera hace poco).

Iniciaba el mes de mayo, el cumpleaños de Becky se acercaba, y yo ya estaba planeando qué le regalaría. Llegué feliz a la facultad, recién bañada y oliendo lo más rico que pude! Hasta me peiné y limpié mis botitas!!!. La vi desde lejos, sentada sola en una de las jardineras circulares de ficus, en el patio principal de la facultad.

Me dí asco al percatarme de que llegué hasta ella dando brinquitos como una cabra bebé (¡vaya monumento a la cursilería!). Mi sonrisa se borró cuando ella se agachó, limpió sus lágrimas con la manga de su sudadera, jaló con la nariz y volteó a verme sonriendo obligada.

Su mano en mi antebrazo fue lo que me detuvo cuando aventé mi mochila al suelo, puse cara de perro rabioso, y miré alrededor buscando a Heng. Sólo un paso dí quitándome los lentes con furia y descuidadamente, apretando mi mandíbula al grado de hacer mis dientes rechinar, cuando ella se soltó a llorar de nuevo, se levantó para abrazarme fuerte y sólo dijo con un susurro cerca de mi oído -"¡No!, quédate conmigo, por favor"-. Eso para mí fue una orden automática, como cuando un soldado, con un sólo empuje de su pie logra detener el tanque que conduce.

Una vida cualquieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora