Capítulo cinco

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𝐂𝐨𝐧𝐫𝐚𝐯

—RAV —dijo Grigg, su tono destilaba necesidad, pero seguía estando totalmente a cargo. Vi cómo se hincharon sus fosas nasales, pues él también había olido el deseo de nuestra compañera.

   Con su cabeza hacia atrás y su cuerpo tenso, se podría pensar que ella estaba haciendo todo esto bajo coacción. Nos había dado su permiso y, tal como le habíamos dicho, su cuerpo no mentía. Le gustaba su nueva posición, le gustaba sentirse vulnerable y exhibida. Era su aroma lo que la traicionaba. Cada segundo que pasaba, su aroma se hacía cada vez más concentrado, como si pudiese sentir mi mirada fija en su vagina; como si percibiera los oscuros impulsos que me obligaban a olvidar aquella prueba médica, a quitarme los pantalones y a follarla hasta dejarla inconsciente. Como prillones, estábamos perfectamente conscientes de nuestras compañeras en cuanto a esto. Podíamos percibir la excitación, la necesidad de follar; y la usábamos para atender a nuestras compañeras. Esto aseguraba que las novias estuviesen felices y satisfechas.
—¿Qué sucede? ¿Algo va mal?
La voz de Amanda me trajo de vuelta a la realidad súbitamente, y me incliné hacia un lado para que pudiese ver mi rostro cuando le respondía.
—No, compañera —me aclaré la garganta—. Disculpa.
Comenzaré con la prueba de inmediato. Volvió a recostar su cabeza sobre la mesa, aún sin mirar a Grigg, quien estaba de pie a su derecha con una expresión glacial en su rostro. Conocía esa maldita expresión. Estaba herido, lo estaba escondiendo, y estaba a punto de hacer algo estúpido a menos que lo mantuviera ocupado con algo más. Sabía que podía oler su deseo por nosotros. Sin embargo, al parecer, eso no era suficiente para calmarlo.
—Grigg, ¿podrías sostener la mano de nuestra compañera?
Esta primera parte puede llegar a ser un  poco inquietante.
  Tanto mi compañera como mi primo obedecieron mis órdenes, pero sabía que era solo porque no había nada más que pudieran hacer. Sin embargo, la fuerte mano de Grigg se envolvió delicadamente alrededor de la pequeña y delicada mano de nuestra compañera, y suspiré aliviado cuando sus dedos se entrelazaron con los de él; su color crema se contraponía con el tono más oscuro, dorado, de Grigg.
—De acuerdo, Amanda —dije, volviendo a mi rol de doctor—.
Lo primero que insertaremos será el estimulador de placer.
Luego, el estimulante nervioso y el bioimplante que se encargará de tu vejiga y tu vagina.
Amanda fijó su mirada en la pared, ignorándonos.
—Suena divertido. Apuraos y acabad con esto.
   Grigg dejó escapar un gruñido ante su respuesta fatalista, pero lo busqué con los ojos y negué con la cabeza. Era crítico que excitáramos a nuestra compañera e hiciéramos que nos necesitara. Ella estaba asustada, acababa de llegar aquí, y estaba muy lejos de todo lo que conocía. Aún no comprendía lo mucho que significaba para nosotros ni cuánto la apreciábamos. Pero lo sabría. Oh, sí que lo sabría. A partir de ahora.
Coloqué mi mano en la parte interna de su muslo, sobre la piel más suave que alguna vez haya tocado; e intenté no ofenderme cuando dio un respingo.
—Tranquila, Amanda. Prometo que no habrá agujas ni dolor. Suspiró y se tranquilizó, y coloqué mi mano más abajo, dirigiéndola hacia la resplandeciente vagina rosa que anhelaba probar. Mis pelotas se sentían tan pesadas que dolían; colgaban de mi cuerpo como si fueran plomo, justo debajo de mi pene, el cual estaba tan duro como una piedra. Pero ignoré la incomodidad y levanté la vara hasta la altura de la entrada a su vagina.

  El dispositivo médico probablemente se sentiría frío contra la piel, y con él di un suave toque a sus labios, abriéndolos poco a poco hasta que pudiese comenzar a introducirlo dentro de ella sin problemas, hundiéndolo cada vez más dentro de su cuenca húmeda.
Uno de sus pies se movió del soporte y arqueó su espalda.
—¿Qué demonios?
Sonaba enojada y confundida, pero esta prueba era un requisito del protocolo del Programa de Novias Interestelares y no lo podíamos saltar. Grigg sostuvo su pie y lo colocó sobre el soporte nuevamente.
—Quédate quieta, compañera.
Con la sonda totalmente dentro de su vagina, los delicados pliegues de su sexo se envolvían alrededor de ella como un manto de seda, rodeándola en sus profundidades. Puse ambas manos sobre sus muslos y traté de tranquilizarla.
—Este examen es parte del protocolo, Amanda. Siento mucho que estés incómoda. ¿Preferirías que llamara a otro doctor para que complete la examinación?
—¡No! —jadeó, como si estuviera escandalizada de que siquiera lo haya sugerido.
Gracias a los dioses por eso, porque la idea de tener a otro hombre observándola de esta manera me hacía querer asesinar a alguien, y además dudaba que Grigg lo permitiese. Aún no estaba segura, aún no era nuestra. No la habíamos reclamado ni follado; no le habíamos puesto nuestro collar alrededor de su cuello, no habíamos plantado nuestra semilla dentro de su cuerpo, no la habíamos hecho gritar de placer, ni había rogado para que la tomáramos. Era vulnerable. No tenía compañeros y no había sido reclamada aún. Y era tan divinamente hermosa que sabía que, si no tenía nuestro collar puesto en su cuello, entonces, en el mismo momento en el que abandonáramos la estación médica, nos desafiarían por poseerla.

Dominada por sus compañeros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora