Capitulo once

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𝓐𝓶𝓪𝓷𝓭𝓪

El agudo placer de su mano sobre mi trasero nunca me invadió y gimoteé en modo de protesta.
-No te muevas. Aún no acabo contigo.
Me quedé helada de manera instantánea, estaba por completo a su merced; el tono autoritario que desprendía su voz hizo quemi vagina se contrajera alrededor de la nada. Quería su pene.Ahora mismo.

Alcanzó el objeto que estaba en la pequeña cómoda, el que había ignorado antes, y me di cuenta de que era uno de esos tapones anales de la caja.

Dejé caer mi cabeza con poca voluntad de protestar, porque lo cierto era que lo quería dentro de mi culo mientras él me follaba;y me follaría, eventualmente. La lujuria que emanaba de él por medio del collar era embriagante. Quería esa sensación de estartotalmente llena, totalmente dilatada, reclamada; tal como lo habían hecho la noche anterior.

Separó mis nalgas rápidamente e introdujo el lubricante dentro de mi cuerpo con uno de sus dedos ásperos y gruesos.Respiré al sentir sus atenciones. El tapón, cuando estuvo dentro de mí, era más grande y ancho, y sabía que había escogido uno delos que tenían una cabeza prominente y un extremo aplanado, locual lo mantendría fijo en su lugar y también le permitiría moverse un poco dentro de mí mientras me follaba.

La sola idea de aquello me hizo gimotear, y me aferré a supierna con una de mis manos.

-Así es, compañera. Eres mía. Tu sexo es mío. Tu culo es mío.Sus palabras me hicieron retorcerme, presionándome contra el objeto que me expandía por dentro.
Grigg introdujo el tapóndentro de mí lenta y cuidadosamente hasta que mis músculos cedieron y se deslizó hacia dentro, hacia mis profundidades; mi cuerpo intentaba cerrarse alrededor de él una vez más hasta queel extremo, mucho más fino, se apoyó contra mi trasero,manteniéndolo fijo en su lugar. Lancé un gemido al sentirme tanllena. Ya podía sentir la presión aumentando dentro de mi feminidad y me pregunté cómo podría soportar el inmensotamaño de su pene colmándome, también.

¿Mi cuerpo sentiría dolor en el momento en el que me follara?¿Y por qué la idea de sentir algo de dolor mezclado con este placer me hacía querer comprobarlo tan desesperadamente?
-Fóllame, Grigg. Por favor.

Ya hace mucho tiempo había dejado de sentir vergüenza al rogar. Por toda respuesta, mi compañero me dio unas nalgadas nuevamente, y el tapón anal hacía que la fuerza de su mano se sintiera en mi sexo, también. Un grito se escapó de mis labios.

-¿Qué hacías con la caja, Amanda?
¡Maldita sea! ¿De nuevo con esto? Mi frustración traspasó loslímites, y sentí las lágrimas agolpándose en mis ojos.
-Nada, ¿de acuerdo? Solo estaba siendo estúpida.

Pronuncié cada palabra con sinceridad, y Grigg debió haber sentido por medio del collar que estaba diciendo la verdad,porque dejó de azotarme y me tomó en brazos hacia la pared queestaba cerca del extremo de la cama.

Grigg me dejó sobre el suelo, frente a la pared, y extendí mimano para frotar el escozor que sentía en mi trasero desnudo.Pero Grigg tenía otros planes; tomó mis muñecas y, cuando mirépor encima de mi hombro, pude ver que sus ojos eranprácticamente negros, con intensidad.

-No. Tu dolor es mío. Tu placer es mío.
Cielos, era un animal. Era tan carnal, tan primitivo; y meencantaba.Negó con la cabeza lentamente.

-No tienes permitido tocarte.Cierto. Eso lo había olvidado. Así que, ¿qué se suponía quehiciera? ¿Dejar que mi trasero ardiera?

No dejó que mi mente vagara por demasiado tiempo. Abrió un pequeño compartimento que estaba dentro de la pared, y revelóun juego fijo de esposas unidas a soportes metálicos que sehallaban a la altura del hombro. En cuestión de segundos, mismuñecas estaban atadas con una versión extraterrestre denuestras esposas. Tiró de mis caderas, colocó una mano sobre mi espalda para que las doblase, mis manos estaban extendidassobre mi cabeza; las esposas sostenían fijamente mis manoscontra la pared. El juguete que estaba adherido a mis pezonescolgaba de ellos; me apretaba, me soltaba, y se aferrabanuevamente con aquel extraño movimiento de succión quenunca había sentido antes.

Dominada por sus compañeros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora