Capítulo siete

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𝒜𝓂𝒶𝓃𝒹𝒶

Las ásperas manos de Rav aterrizaron sobre mis rodillas, dobladas, y las abrió de par en par hasta que mis muslos estaban prácticamente rectos sobre la cama. Yo era flexible, y de pronto me sentí agradecida por el riguroso ejercicio físico que, aunque no había hecho desaparecer mi peso extra, me mantuvo flexible y lista para…
—Ah, Dios…
     La lengua de Rav se introdujo dentro de mis húmedas profundidades, haciendo que mi espalda se arqueara. Demonios, ningún hombre debería tener una lengua tan gruesa como la suya —ni tampoco tan larga. Levanté mi cabeza para mirarlo.
—Mírame.
     La orden de Grigg hizo que mi vagina palpitara alrededor de la lengua de Rav, y mis dos compañeros jadearon cuando mi excitación saturó la conexión creada por los collares. La lengua de Rav me acariciaba por dentro y por fuera, estimulando mi clítoris y luego follándome intensamente. La superficie de su lengua era más áspera que la de cualquier hombre que me haya saboreado anteriormente; era áspera y la manejaba con habilidad.
    Se detuvo, y sus palabras hicieron que Grigg levantara una ceja.
—Está tan mojada, que su crema recubrió mi lengua como vino.
—Pruébala de nuevo, Rav. Lámela y saboréala, hasta que sus piernas tiemblen y su vagina se hinche, presionando tu lengua. 
     Rav volvió a ocuparse de mi vagina y yo me estremecí, mordiendo mi labio para resistir los gritos de placer que amenazaban con escapar. Dejando caer mi cabeza, miré a Grigg, quien me observaba retorciéndome; el contacto visual me excitó mil veces más.
     No debería disfrutar la sed que veía en su mirada. No debería excitarme tanto con la idea de que estuviera observando a Rav follándome con su lengua, pero me excitaba de todos modos. Sabía que si esto continuaba, le rogaría que me tomara. Le rogaría que me tocara. Me sentía como una pervertida, como una chica muy, muy sucia. —Chupa su clítoris, Rav. Provócala, pero no dejes que se corra.
    Negué con la cabeza en señal de desobediencia hacia su orden, porque quería correrme tanto, pero no podía apartar mi mirada de los intensos ojos de Grigg mientras me observaba. Él notaba todo, hasta los detalles más mínimos. Sentía que estaba tratando de meterse en mi mente. Se dio cuenta cuando la lengua de Rav tocó un punto sensible dentro de mí, provocando que diera un respingo. Observó, frunciendo el ceño, cuando cerraba mis ojos por demasiado tiempo. Cada contracción de mi cuenca vacía me hacía gemir de deseo; mi excitación estaba a tal grado que la ensenada de mi vagina dolía, sintiéndose demasiado llena. Las suaves sábanas que se deslizaban bajo mi espalda tenían cierto erotismo; se sentían más suaves que la seda al contacto con mi piel, pero esa era la única sensación que se me permitía sentir aparte de la boca de Rav sobre mi clítoris.
    Estaba vacía. Mi piel, desnuda. Aparte de la lengua hábil de Rav, nadie más me estaba tocando.
    Quería ser tocada. Lo necesitaba. Necesitaba la conexión con alguien más. Me sentía como si estuviera flotando. Era irreal. Comencé a sentirme perdida. Abrumada.
—Fóllala con tu lengua, Rav. Haz que se corra. Las palabras de Grigg provocaron que el hombre entre mismo piernas soltara un gruñido, mientras que tres de sus dedos me abrían, follándome al ritmo de la áspera lengua que lamía mi clítoris.
    Unas manos se posicionaron sobre mis hombros, sosteniéndome. Grigg. No lo había escuchado moverse. La presión de sus manos me impidió moverme. No podía ir a ningún lado. No podía escapar. Estaba atrapada, presa en medio de ellos; y tan excitada que mi cerebro se desconectó. Me sentía como un animal, como un caballo mesteño salvaje siendo destrozado.
—Mírame, Amanda. Mírame cuando te corras.
    No había advertido que mis ojos estaban cerrados. Los abrí, y mi mirada se conectó inmediatamente con la de Grigg, mi compañero.
    Se inclinó hacia mí, observando cómo mi pecho subía y bajaba y mis piernas temblaban. Mi espada se arqueó y levanté mis caderas en un intento de huir de la boca y los dedos que me producían sensaciones que jamás había experimentado antes. Era demasiado, todo era demasiado intenso. No podía soportarlo. Iba a estallar.
—Esto… No puedo… Oh, Dios…
    Rav gruñó, su intensa bestialidad me embestía por medio del collar mientras contemplaba cada uno de los movimientos de mi cuerpo. Grigg me sostenía con más fuerza. No había escapatoria. Mi cuerpo estaba aprisionado.
—Córrete, Amanda. Ahora.
    Mi mente —mi cuerpo les había pertenecido a ambos desde hacía tiempo—se desconectó totalmente, sujetándose de la autoridad y el dominio aplastante de Grigg. La orden de Grigg desencadenó un sentimiento tan oscuro y desesperado dentro de mí que perdí todo el sentido de mi ser; mi cuerpo reaccionaba ante su presencia de manera instintiva, y grité mientras me desmoronaba por el éxtasis.
   Grigg fijó sus ojos sobre los míos mientras estallaba del placer; él era mi ancla mientras su deseo y su necesidad me encendían aún más. Cuando el orgasmo disminuyó, se atenuó, y finalmente acabó, no me sentía en calma. No estaba completa.

     Estaba fuera de control. Gimoteaba. Rogaba. Quería que me follaran, que me reclamaran, que me hicieran suya. Necesitaba más. Mi cuerpo estaba más agitado de lo que había estado momentos antes, estaba a punto de tener otro orgasmo solo por el suave movimiento deslizante de los dedos de Rav, entrando y saliendo de mi cueva húmeda; por los gruñidos débiles de su satisfacción mientras lamía con delicadeza mi clítoris, bebiendo de mi estanque como si estuviera probando el mejor vino de todos.
    No quería que me lo hicieran lentamente ni con delicadeza. Quería ser tratada con brusquedad, con fuerza, con movimientos rápidos. Quería que me follaran. Que me hicieran sentir completa. Que me tomaran. —Ahora —rogué.
   Las manos de Grigg se dirigieron hacia su miembro, agarrándolo bien y acariciándolo. Su enorme cuerpo estaba tenso, listo para atacar tal cual predador. En vez de asustarme, me excitó aún más. Lo quería. Ya. Ahora mismo.
—Fóllala, Rav. Atiborra ese coño con tu sólido pene.
    El shock de Rav se sintió como una sacudida eléctrica a través de nuestro vínculo.
—¿Qué?
—Me oíste.
    Miré a Grigg a los ojos, y sentí como brotaba la confusión de Rav por medio del collar.
—Soy su segundo, Grigg. Eres tú quien debe follarla. Su primer hijo te pertenece por derecho.
   Las protestas de Rav hicieron que Grigg se pusiera derecho, imponiéndose sobre mí. Por primera vez despegó la mirada de mí para contemplar a su segundo.
—Fóllala, Rav. Eres mío, de la misma manera en la que ella es mía. Tu pene me pertenece. Tu semilla es mi semilla. Si lleva a nuestro hijo en su vientre, entonces el niño será parte del clan guerrero de Zakar. Fóllala. Cólmala. Ahora.
   El shock inicial de Rav desapareció, reemplazándolo por lujuria, anhelo, excitación, y un extraño sentimiento de soledad que me hizo jadear. La intensidad de su necesidad derribaba el muro que resguardaba mi corazón, muro que nunca había dejado a nadie siquiera tocara. Toqué su rostro con ambas manos, no podía evitarlo.
—Rav.
    Su cuerpo se movió sobre el mío, aprisionándome con fuerza contra las sábanas; su pene daba empujones hacia adentro mientras su boca reclamaba mis labios.
—Fóllala, fóllala con fuerza.
    Grigg estaba caminando de un lado a otro cerca del extremo del lecho, contemplándonos. Esperaba, como un predador listo para atacar, para tomar su turno junto a su presa. Su satisfacción resonando a través de mi cuerpo me causaba casi tanto placer como el pecho cálido y firme que estaba contra el mío, con sus labios adueñándose de mí.
    Rav movió sus caderas; su pene seguía avanzando, empujando dentro mi entrada. Era tan jodidamente enorme que los labios de mi sexo se separaron, abriéndose de par en par a su alrededor. Aparté mi boca de la suya, mi cuello se arqueaba mientras tenía problemas contra la sensación de su miembro colmándome lentamente, abriéndome hasta el límite entre el placer y el dolor. Me retorcí, y moví mis caderas para ajustarme a su tamaño.
—Tómalo, Amanda. Levanta tus caderas. Fóllalo. Acoge su miembro dentro de tu húmedo sexo. Rodéalo con tus piernas. Ábrete. No puedes alejarnos de ti. Nos perteneces. Puedes tomarlo. Fóllalo. Reclámalo. Hazlo tuyo, compañera. Déjalo entrar.
   Esto era un lío. No podía poner en orden el torbellino de emociones que me sofocaban. Mis emociones. Las de Rav. Las de Grigg. Todo era una desastrosa mezcolanza de anhelo, lujuria, deseo, soledad, necesidad. 
   Era la necesidad la que me hacía pedazos. ¿Era suya? ¿Era mía? No tenía ni idea, y no me interesaba saberlo mientras envolvía mis piernas alrededor de las caderas de Rav y elevaba mi pelvis, dándole el ángulo que necesitaba para penetrarme con una sola estacada lenta.
    Acogí la sensación de cómo me dilataba, el dolor que pronto se desvaneció y se convirtió en éxtasis. Esto nunca se había  sentido así antes. Nunca.
—Fóllala, Rav.
   Las manos de Rav se enredaron con las mías, palmas contra palmas, nuestros dedos entrelazados mientras me estrujaba contra la cama. Me besó de nuevo, su lengua invadió mi boca mientras elevaba sus caderas y me penetraba tan divinamente una, y otra, y otra vez, aumentando cada vez más el ritmo, que me hizo gemir mientras sentía mi orgasmo llegando. Estaba al límite, justo al borde de otro orgasmo. Otro más.
—Detente.
    La orden de Grigg hizo que lanzara un grito de protesta, pero Rav se detuvo, su miembro enterrado en lo más profundo de mí. Necesitaba que se moviera, ¡maldición! —No.
   Mi protesta salió de mis labios entrecortada y débil, pero Grigg tuvo la osadía de reírse.
—No te preocupes, compañera —replicó—. Vamos a ocuparnos de ti.
   La oscura promesa hizo que mi sexo se contrajera, haciendo gruñir a Rav. El sudor se escurría de sus cejas y aterrizaba sobre mi pecho. Había estado tan cerca de correrse, que este retraso le resultaba insoportable, también.
—¿Qué quieres, Grigg?
—Date la vuelta sobre tu espalda, pero no dejes que tu pene se salga de su vagina.
   En cuestión de segundos, Rav se había girado y estaba ahora debajo de mí; su miembro me atiborraba aún más en esta posición, sobre sus caderas, y jadeé. Tenía que colocar mis manos sobre su pecho para mantener el equilibrio, la cálida sensación de su pecho casi abrasaba mis palmas. No podía resistir, presioné mi clítoris sobre su firme abdomen y dejé que mi cabeza se echara hacia atrás, mis ojos cerrándose por el abandono. Tan cerca. Estaba tan, tan cerca.
¡Zas!
     La mano de Grigg aterrizó sobre mi trasero, provocado una aguda dentellada de dolor, y me sacudí, aturdida; la sensación comenzaba a arder y mi movimiento hacía que el pene de Rav me penetrara con más profundidad, y mi jadeo de estupefacción se transformó en un gemido.
—¿Qué estás haciendo? —gruñó.
    Giré mi cabeza para encontrar a Grigg junto a mí con los brazos cruzados.
—Yo…
—Sostenla, Rav. Mantén tu pene dentro de ella, pero no dejes que se mueva.
—¿Qué? —me quejé—. ¿Siempre… siempre eres así de mandón?
    Los brazos de Rav envolvieron mis hombros y tiro de mí hacia abajo, mi pecho ahora descansaba sobre el suyo. Fijé mi mirada sobre él y vi las comisuras de sus labios levantándose.
—Asumo que con “mandón” te refieres a que es autoritario. Sí, siempre le dice a la gente lo que tienen que hacer.
    Sus enormes brazos eran como cintas de acero que se enredaban alrededor de mi espalda, su miembro ocupaba todo el espacio dentro de mi sexo, y mi trasero estaba al aire, vulnerable de una manera tal que ni siquiera estaba segura si me gustaba. Las palabras de Rav me tranquilizaron, Grigg era tan dominante por naturaleza. También sentí que Rav era lo suficientemente poderoso por sí mismo como para protegerme de cualquier cosa, incluso de Grigg, si fuese necesario. —¿Qué… qué estás haciendo? —le pregunté a Grigg, mis palabras escapaban de mis labios con cada uno de mis jadeos—. Por qué… ¿Por qué me hiciste parar?
   Grigg alzó una ceja.
—Me mentiste, compañera. Sí te gusta cuando observo. Te gusta lo que te estamos haciendo. Me parece que ya habías escuchado que si le mientes a tus compañeros, entonces serás .
   Mi mente se encontraba envuelta encastigada una capa tal de niebla y lujuria, que tuve que pensar por casi un minuto para recordar la conversación que habíamos tenido en la estación médica. Mentirle a mis compañeros estaba prohibido y solo haría que recibiera…
—No puedes estar hablando en enserió toda respuesta, Grigg azotó mi trasero.
—¡Grigg! —grité. El escozor se transformó en una sensación cálida y nítida. Me dio otra nalgada.
Y otra.
Zas.
Zas.
Zas.
—¡Grigg!
    Una sensación de fuego recorrió mi trasero dolorido mientras continuaba azotándome; y mientras más intentaba apartarme, más profundo me embestía el pene de Rav, hasta que el calor del azote y el dolor cortante del mástil de Rav colmándome me impulsaron hacia otro orgasmo mucho más rápido de lo que podía soportar o de lo que podía comprender.
    Me sostuve de los hombros de Rav, mis uñas se clavaban en su piel. La primera silueta de la ola de éxtasis me hizo gimotear, pero así de rápido, Grigg tomó mi cabello entre sus manos, y elevó mi cabeza para que pudiera mirarlo.
—No. Aún no puedes correrte, compañera. Todavía no.
—¿Qué? Yo no…
    Sus palabras hicieron que mi cuerpo se desconectara, y sollocé con desespero. —Por favor.
    Recorrió delicadamente mi espalda con su mano, y se alejó para tomar algo de uno de los cajones al otro lado de la habitación antes de volver conmigo. Cada segundo que transcurría se sentía como una hora. El pecho de Rav subía y bajaba, como el mío, pues también sentía la tensión de contenerse. Miré a Rav, esperando que me diese alguna pista para comprender a Grigg. —Shh —me arrulló suavemente—. Él sabe lo que necesitas.
   Eso lo ponía en duda, pero cuando Grigg se arrodilló en la cama, detrás de mí, y colocó sus manos sobre mi trasero con gentileza, suspiré aliviada. Quizás Rav tenía razón. Quizás Grigg sabía lo que necesitaba, pero solo actuaba demasiado lento para llegar a eso.
Al cabo de un par de segundos, estaba retorciéndome de nuevo mientras derramaba sobre mí el mismo aceite caliente que recordaba haber sentido en mi otro orificio cuando estábamos en la estación médica.
—¡Espera! ¡Zas!
—Quédate quieta, compañera. Estoy introduciendo un pequeño dispositivo de entrenamiento dentro de ti, para que cuando Rav y yo te reclamemos al mismo tiempo, no sientas otra cosa que no sea placer puro mientras nuestros penes te llenan por completo.
   Dios, era ese sueño de nuevo. Dos hombres. Atiborrándome. Haciéndome…
—Ahh —me retorcí ante la incómoda sensación mientras Grigg introducía el dispositivo dentro de mí. Tal como lo había prometido, no era muy grande; pero teniendo el grueso pene de Rav dentro de mí, me sentía increíblemente llena. Demasiado llena. Era demasiado—. No puedo… Es…
—Rav.
   La palabra que musitó Grigg hizo que Rav moviera sus caderas debajo de mí, embistiendo su cuerpo contra mi clítoris. Ah, sí, esto se sentía tan bien.
—Haz presión sobre su pene, Amanda. Estrújalo hasta que se corra.
    Me encontraba más allá de pedirle algo. Más allá de los ruegos. Más allá de, incluso, pensar sobre lo intenso y dominante que era Grigg. Estaba completamente a su merced. Si quería correrme, haría lo que Grigg me ordenase. Lo quería, y quizás era por el collar, pero sabía que Grigg me daba solo lo que pudiese soportar, lo que realmente quería en lo más profundo de mí. Quizás tan profundo, que ni siquiera yo estaba consciente de ello.
    Me recosté sobre el pecho de uno de mis compañeros mientras el otro acariciaba y jugaba con el tapón que llenaba mi trasero, y yo obedecí. Contraje mis músculos internos alrededor del rígido miembro de Rav, los relajaba, y luego repetía la misma acción una y otra vez hasta que sentí cómo su pulso se aceleraba y su cuerpo se tensaba debajo de mí. La respiración entrecortadade Rav era como rugidos oscuros.
—Ven, Rav —ordenó Grigg—. Ahora. Rellénala con nuestro semen.
   Grigg masajeó mi trasero, separando aún más mis labios vaginales en el momento que Rav se corrió, lanzando un grito. Su pene se sacudía y rebozaba mi sexo con su semen. Estaba esperando sentir el delicioso calor que emanaba de su semen, porque había algún extraño químico en él que mi cuerpo absorbía. Lo esperaba, pues ya lo había sentido antes en la sala de examinación cuando Grigg había tocado mi vagina con sus dedos llenos de líquido preseminal, pero no pude controlar mi reacción.
    Reventé, y nada de lo que nadie hubiera dicho o hecho hubiese detenido el estallido de éxtasis que embargaba a mi cuerpo. Temía que mi corazón fuera a explotar, temía no sobrevivir la intensidad de la experiencia. Grité, cerré mis ojos con fuerza y tensé cada músculo de mi cuerpo. Sucumbí, me rendí ante la sensación.
    A medio camino del orgasmo, Grigg me apartó de los brazos de Rav, me retiró de su pene y me colocó en el extremo de la cama, con mis caderas apuntando hacia el borde. Aún recostada sobre mi panza, Grigg separó bien mis piernas y se arrodilló detrás de mí. En una estocada —el camino se había suavizado por el semen de Rav— me colmó con su inmenso pene. Mi orgasmo todavía no había acabado, y mi cuerpo se agitó alrededor de su miembro, ordeñándolo por completo.
    Sus manos sobre mis caderas se movían con brusquedad, con fuerza, desesperadas mientras me echaban hacia atrás cada vez que me penetraba. Estaba más cerca con cada estocada, y me movía hacia atrás para sentirlo con más profundidad.
—¡Sí! —grité, necesitando más y más, lo que sea que pudiera darme.
—Toca su clítoris, Rav. Haz que se corra de nuevo.
    Grigg estaba casi sin aliento, pero sus palabras fueron muy claras, y Rav se movió inmediatamente en la cama. Se recostó sobre su espalda, su rostro estaba a meros centímetros del mío, su largo brazo se deslizó entre mi cuerpo y la cama para hallar mi clítoris y acariciarlo mientras Grigg me follaba por detrás. Lo que sea que haya puesto en mi trasero estaba siendo incrustado más y más adentro con cada embestida, su pelvis chocaba con la pestaña que lo mantenía en su lugar.
    Rav lucía aturdido, conmocionado y conocía ese sentimiento. No tenía ninguna intención de tocarlo, pero lo hice; acerqué su boca a la mía, y lo besé con cada ápice de deseo que sentía en mi cuerpo. Mientras Grigg me follaba bruscamente por detrás, mi beso con Rav era más sensual y cariñoso, como una exploración y reclamación delicada de mi parte.
    Me asombró cuando mi cuerpo volvió a pedir más. El semen de Rav era como fuego en mi sangre. ¿La sensación de estar llena en ambos orificios? Cuatro manos sobre mi cuerpo. Dos bocas sobre mi piel. Todo esto combinado me llevó al límite de nuevo.              

Nunca me había sentido así. Salvaje e indomable, sin inhibición alguna. El orgasmo no se parecía a ninguno que hubiera tenido antes. Nada se había sentido como esto. Por medio del collar sentí su propio desespero por correrse, y esto solo hacía que el mío aumentara. Era como un círculo, un remolino que nos levantaba a los tres al unísono, cada vez más y más alto.          
    Grigg gruñó cuando mi vagina se contrajo alrededor de él como si fuese un puño estrujándolo, su semen bombeándome como si estuviera vertiendo gasolina sobre el fuego, y mi orgasmo continuó por más tiempo hasta que, finalmente, me desplomé sobre la cama. El miembro de Grigg aún estaba dentro de mí, su firme cuerpo se instaló a mis espaldas. Era un peso que mi cuerpo apreciaba.
    Estuvimos así durante muchos minutos. Los tres buscábamos calmarnos, intentábamos recuperar el aliento. La mano de Rav acarició mi larga cabellera. Grigg rozaba mi costado, acariciando con delicadeza el recorrido desde debajo de mis senos hasta las caras internas de mis muslos; sus labios delineaban los baches de mi columna vertebral desde mi cuello hasta abajo.
     Cerré mis ojos y dejé que me poseyeran. Todos ignoramos las lágrimas que se escapaban a través de mis pestañas cerradas. Estaba vacía. Utilizada. Les había dado todo. Todo.
    Y ahora estaba dividida en dos. Habían visto cada oscuro rincón de mí, me conocían de una manera en la que nadie antes me había conocido. Estaba abierta y expuesta. Era vulnerable y débil ante ellos.
     Y en ese momento, me di cuenta del lío en el que estaba metida. Sería demasiado fácil enamorarme de mis compañeros, sería demasiado fácil querer este cuento de hadas que me presentaban en bandeja. Y si permanecía aquí, acostada por más tiempo junto a ellos, sintiéndome querida, deseada, y valiosa, más me daba cuenta que traicionarlos rompería algo dentro de mí.
     Y aun así, no podía darle la espalda a la obligación que tenía con mi gente. Tenía que descubrir con exactitud la amenaza que suponía el Enjambre para nosotros y enviar tanta información como fuera posible a la Tierra. Dejar a la humanidad en la oscuridad y en las garras de la Coalición Interestelar no era una opción para mí, daba igual lo alucinante que haya sido el sexo con mis compañeros.
    Vaya, vaya. Qué idiota.


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Dominada por sus compañeros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora