Capitulo seis

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𝓐𝓶𝓪𝓷𝓭𝓪

Grigg gruño, y mi sexo traicionero palpitó
con fuerza, contrayéndose alrededor de la nada con un deseo nada agradable.
—Si no aceptas el collar, cualquier guerrero sin compañera que te vea puede reclamar el derecho de cortejarte por treinta días. Podía cuidar de mí misma, así que, ¿cuál era el problema?
—¿Y si solo digo que no?
Rav suspiró.
—No puedes, Amanda. Has llegado a nosotros por medio del Programa de Novias Interestelares. Eres una novia declarada, una compañera idónea, perfecta para los guerreros de Prillon Prime. Si no accedes a colocarte el collar, otro tendrá el derecho a reclamarte durante el mismo período de cortejo de treinta días. Es demasiado tarde para cambiar de parecer. Por cada hombre que rechaces aparecerá otro más, y luego otro más. Habrá peleas a muerte. Buenos guerreros morirán por tener la oportunidad de cortejarte. Eso era medieval. Absurdo.
—¿Peleas a muerte? Eso es un disparate.
—Es lo habitual. Si alguien intentara reclamarte, lucharía en una pelea a muerte por ti, Amanda. Y ganaría. No estaba segura si la seguridad de Grigg en sí mismo provenía de la intensidad de nuestra conexión o de sus habilidades como guerrero.
—¿Qué sucede si tenemos una hija? ¿Debe ser emparejada con otro guerrero al nacer? ¿No podrá ir a ningún lado sin un hombre? Eso es absurdo.
   La respuesta de Grigg resonó en su ancho pecho.
—Por supuesto que no. Respetamos en grande a las mujeres. Las honramos. Las mujeres que nacen en Prillon son protegidas por todos los guerreros de su clan hasta que llegue a la edad de buscar un compañero y acepte colocarse su collar.
—¿Y qué pasa si no hay más guerreros? ¿Sería una huérfana? ¿O una viuda?
   Ahora era un poco tarde para preocuparme por estos detalles, pero no podía concebir en mi mente traer a una hija a este desastre si en el futuro sería tratada como propiedad. Nunca. Claro, tampoco iba a tener hijos. Estaba aquí para ser una compañera. O no realmente. Tenía una misión que hacer. Necesitaba recordarlo. Ya casi había terminado de pensar en aquello cuando las siguientes palabras de Grigg casi me hicieron sonreír.
—La pregunta es irrelevante. Cualquier hombre que se atreva a mirar a nuestra hija será eliminado.
   Rav se rio, pero respondió mi pregunta.
—Si todos los guerreros de un clan están muertos, a las mujeres restantes se les permitirá elegir alguna de las otras familias de guerreros. Aquí no se abandona a nadie. Esta es la razón principal por la cual las novias de los Prillones en las líneas de fuego son favorecidas con dos compañeros. Si Grigg o yo morimos, tendrás la protección y el amor de tu compañero vivo para que cuide de ti y de tus hijos.
—¿Y luego qué? ¿Tengo otro compañero? —Generalmente, sí. Si el compañero que te queda aún está luchando activamente, podrás escoger a un segundo.
   Me quedé observando la cinta negra en mis manos, aparentemente benigna, y respiré profundamente. Había sido tan arrogante al aceptar esta misión. ¿Ir al espacio? Seguro. ¿Participar en un programa que asigna novias a alienígenas?

No hay problema.
¿Engañar a mi nuevo compañero para que confiara en mí, y luego enviar datos e información a la Tierra? No era tan sencillo.
   ¿Y mantener la cabeza fría? ¿Profesionalidad? ¿Guardar la calma y mantenerse en control?
   Como se demostró con el alucinante orgasmo que había experimentado recientemente, estaba jodida. Y mucho más de lo que quería admitir.
   Rav me observó detenidamente, como si estuviera intentando leer el torbellino de emociones que me embargaban. Si tenían un artefacto que podía determinar mi nivel de excitación, me preguntaba si tendrían también uno que pudiese leer mi mente. Si lo tenían, Rav no lo estaba agitando frente a mí.
   No podía saber que sentía ira, frustración, arrepentimiento. Culpa. Eso último me conmocionaba. Había conocido a estos hombres por un tiempo brevísimo, y ya estaba sintiendo culpa por mi ineludible traición. ¿Por qué? ¿Porque me hacían sentir hermosa? ¿Femenina? ¿Porque el orgasmo fue, literalmente, del otro mundo y me iba a convertir en esclava de mis impulsos? ¿En una idiota que no podría controlar sus emociones ni su cuerpo? Había afrontado demasiadas cosas en mi profesión como para rendirme tan rápidamente a mi sentido de identidad.
    Al mismo tiempo, tenía a dos hombres fantásticos que realmente me querían. Sabían cómo hacer que me corriera sin necesidad de una cosa succionando mi clítoris. ¿Qué mujer sería lo suficientemente tonta como para desconocer lo que estos hombres podían darme? Orgasmos jodidamente explosivos. Podía conseguir la información y también echar un polvo al mismo tiempo. Quizás le debía a todas las mujeres de la tierra tener todos los tríos que pudiera tener mientras estuvieran buenos. 
    Rav asintió y apuntó al collar.
—Es tu decisión, Amanda, pero te aseguro que si no estás usándolo, entonces no podremos salir de la estación médica sin ser desafiados.
—Pero solamente he sido asignada a vosotros. ¿Por qué me querrían los otros guerreros?
   Grigg dio una vuelta a sus hombros, como preparándose para la batalla.
—Porque eres hermosa, Amanda. Y eres una novia no reclamada. Las mujeres son escasas por estos lados. Estarían más que dispuestos a arriesgarse por ti, y deseosos de llevarte a la cama para convencerte.
    Hice una pregunta más, queriendo recuperar una fracción de mi control, presionándolos tal como ellos me habían presionado en esa mesa de examinación.
—¿Qué sucede si no quiero ponérmelo?
   Los tiernos ojos color oro y miel de Rav adoptaron un color ámbar oscuro.
—Entonces Grigg y yo lucharemos contra cada guerrero que se interponga en el camino de aquí a nuestros cuarteles privados, si es necesario.
   Me mofé, pero el rostro de Rav estaba totalmente desprovisto de humor. Me di la vuelta en los brazos de Grigg para ver que también tenía la misma expresión de gravedad. Hablaban en serio.
—¿Una pelea a muerte? —pregunté.
—No estoy al tanto de cómo es la situación en la Tierra, pero para nosotros el proceso de reclamación es serio. Crucial. Elemental. Tenemos una ventaja, porque has sido asignada a nosotros. Sabemos que eres perfecta para nosotros —aclaró Rav. —Acabaremos con cualquier guerrero que intente apartarte de nosotros —añadió Grigg—Eres nuestra.
    ¿Exactamente en qué lío me había metido? Para poder salir de la habitación, debía colocarme el collar. Si no lo hacía, se desataría un pandemónium. Aunque nunca había visto hombres peleando por mí, esto no tenía pinta de ser una pelea de bar. El término “pelea a muerte” era bastante evidente, y no quería que nadie saliese lastimado. Usaría el collar, mantendría a la gente con vida y me pondría a trabajar. Y quizás echaría un polvo mientras hacía todo lo anterior.
    Al mismo tiempo, percibía que esto era importante para Rav y Grigg. Esto no se trataba de colocarse un collar solamente. Era un símbolo que indicaba que les pertenecía. Era importante para ellos, y usarlo por un razonamiento falso parecía atenuar ese detalle. De nuevo sentía esta culpabilidad.
   Temblorosa, elevé el collar hacia mi cuello y lo envolví alrededor de él, como había visto que hicieron. Las puntas se ataron por su propia cuenta y sentí que la cinta se volvía más tibia, húmeda, como si estuviera derritiéndose en mi piel, como si se fusionara conmigo…
    Al cabo de unos segundos, estaba jadeando, pues mi mente y mi cuerpo se vieron invadidos por sentimientos que no me pertenecían. Deseo. Sed. Un impulso primitivo de cazar. De proteger. De reclamar.
    Emociones y deseos llenaron toda mi mente y no podía procesar nada de lo que sucedía.
—¿Qué está sucediendo?
Estaba a punto de vomitar. La habitación estaba dando vueltas. Estaba ahogándome. Cubrí mi boca con mi mano.
—Respira, Amanda. Estoy contigo.
    La voz de Grigg se convirtió en mi ancla, y me sostuve en ella desesperadamente para apaciguar el torbellino de emociones que arremetía contra mí; y entonces Rav habló.
—Controla tus emociones, Grigg. Nos estás ahogando a los dos.
—No puedo. No hasta haberla reclamado.         
    Rav maldijo mientras Grigg se ponía de pie y me sacaba de la pequeña sala de examinación, topándonos con el bullicio y el ajetreo de un concurrido pabellón médico. Por lo menos, diez pacientes y el personal voltearon a mirarnos con curiosidad para monitorear nuestro proceso, y Grigg me llevó en brazos hasta el otro lado de la habitación. Vi a dos hombres utilizando el mismo uniforme verde de Rav; uno era un hombre de la misma raza, alto y dorado, y la otra era una mujer más pequeña, con un extraño par de esposas doradas alrededor de sus muñecas y cabello color rojo cereza recogido en una trenza que llegaba hasta sus caderas. Los pacientes eran, en su mayoría, guerreros enormes con diferentes grados de desnudez; sus armaduras para el combate estaban hechas trizas alrededor de ellos, y sus corpulentos pechos desnudos subían y bajaban con dolor.

Dominada por sus compañeros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora