El puente de mando de la Nave Zakar no lucía como me esperaba que lo hiciese. Había visto Star Trek varias veces, y había imaginado un montón de sillas frente a una pantalla, con elcomandante en el centro, sentado sobre su trono como un rey.Vaya broma.
La sala era redonda, con un pasillo central para poder caminar, y múltiples pantallas que descendían del techo en elcentro. Varias pantallas adicionales se veían en el tercio superiorde las paredes externas, también. El espacio completo era deltamaño de un café pequeño, y era mucho más activo de lo quehabía pensado. En las pantallas se mostraban planetas ysistemas internos de las naves, comunicaciones y planes devuelo, esquemas e informes que no comprendía ni tenía manerade comprender. Los objetos que se mostraban eran controlados ,aparentemente, por más de un oficial de Grigg, desplegados en elborde externo de la sala. Cerca de treinta oficiales de distintosrangos manejaban los terminales o se daban prisa. La comunicación era precisa y metódica, y los guerreros trabajabancomo si fuesen una máquina perfecta.
Algunos vestían con la armadura negra de los guerrerosa guerridos; algunos, de azul, indicando que eran ingenieros; y rojo para las armas. Había tres guerreros de blanco. No sabía lo que hacían, y no quería interrumpirlos con mis preguntas. El aireestaba cargado de tensión, y esa energía se desprendía de micompañero y se dirigía hacia mí mientras se preparaba para observar a sus guerreros entrar en combate.
El preescolar que se encontraba en alguno de los pisos deabajo era todo lo opuesto a esto. Aquello era vida. Esto... esto era vida y muerte.
Esta no era su primera batalla, pero sí era la mía. Mis palmas sudaban, y las sequé con la suave tela de mi túnica azul mientras seguía a Grigg por la habitación, como si fuese un cachorro;escuchando todo lo que se decía, observando y absorbiendo todolo que pudiese. Aquellos que despegaban la vista de sus pantallasa sentían respetuosamente, pero sentí que el respeto era unadistracción. Me sentía como una distracción para ellos y para Grigg. Pero él quería que yo viera. Necesitaba que lo hiciera.Vi armamento, sistemas de rastreo de naves, y arsenal denavegación que les haría agua la boca a los astrofísicos eingenieros de la NASA. Todo estaba aquí, y Grigg no me ocultónada. Nada.
—Comandante, la Octava Ala de Combate está en posición. El transbordador también lo está.Grigg asintió. Me había dicho que las alas de combate se encargarían de destruir cualquier intento de resistencia mientrasel transbordador aterrizaba para rescatar a cualquier prisioneroque haya sido atrapado por el Enjambre. Actuaban comoprotección, eran la fuerza del indefenso transbordador. Cuandolos prisioneros fuesen liberados, las cazas destruirían la pequeñabase del Enjambre. Mi compañero caminó dirigiéndose hacia el único asiento vacío de la sala. Posicionándose entre el rojo de loscontroles de las armas y el azul de la ingeniería, hizo un movimiento con la mano para pedirme que me sentara a su lado.
—¿La Cuarta? —preguntó.
—Lista, señor.
—Coloca al capitán Wyle en el intercomunicador.
—Sí, señor.
Algunos segundos después, la pantalla que se encontrabajusto en frente se iluminó y reveló el rostro de un guerrero dePrillon con ojos dorados; su cara estaba ligeramente tapada con un casco de piloto.
—¿Comandante?
Grigg se puso en pie y comenzó a dar vueltas.
—Wyle, ¿cuál es tu estatus?
Los ojos del capitán se movían rápidamente, verificando datosy sistemas que no podíamos ver.
—Tenemos luz verde, comandante. Leo que solo hay tres naves exploradoras y ningún soldado. Debería ser una descontaminación sencilla, señor.
Grigg asintió.
—Bien, capitán. Estás a cargo del operativo. Estaremos monitoreando desde aquí. Adelante.
—Comprendido.
El rostro del capitán desapareció de la pantalla, pero lapequeña caminata de Grigg se volvió más agitada mientras susurraba algo entre dientes.
—Algo no está bien. Es demasiado fácil.
Un enorme guerrero con bandas doradas alrededor de sus muñecas, un señor de la guerra de Atlan, según lo que recordaba,se volvió a Grigg desde su estación en la sección de armamento.
—¿Quiere que le devuelva la llamada?
—No, ahora esto es decisión del capitán Wyle.
—Todo encaja, señor. Las patrullas exploradoras no captaron ninguna presencia adicional del Enjambre en la luna. Solo lasUnidades de Integración.
El gigante tenía cabello café oscuro, y su piel lucía máshumana que la de todas las otras personas que estaban a bordode la nave. Utilizaba una armadura negra, no roja, y a juzgar porlas líneas tensas que surcaban sus ojos y boca, me daba cuenta deque estaba tan disgustado como Grigg por estar atrapado aquí enesta operación.
—Lo sé.
Los ojos de Grigg se posaron sobre mí, y estaba consciente de que yo era parte de la razón de su ansiedad y nerviosismo. Lo sentía por medio del collar de manera sencilla, pero también sesentía en el aire. La presión, la intensidad de lo que estaba apunto de ocurrir. Quería tocarlo y asegurarle que estaba bien.Había estado en situaciones mucho más escalofriantes que esta.Yo no era un tímido capullo que necesitara ser protegido. Quería saber lo que sucedía allí afuera. Necesitaba saberlo.
—Ha comenzado —dijo un joven guerrero vestido de blanco, ytodos se volvieron frenéticamente hacia sus monitores.
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Dominada por sus compañeros
RomanceAmanda Bryant ha sido una espía durante cinco largos años, pero cuando los alienígenas aparecen repentinamente, afirmando que un enemigo mortal amenaza la supervivencia de los habitantes de la tierra, los superiores de Amanda la envían a enfrentar l...