Capítulo tres

315 17 0
                                    

𝐂𝐨𝐦𝐚𝐧𝐝𝐚𝐧𝐭𝐞 𝐆𝐫𝐢𝐠𝐠 – 𝐂𝐮𝐚𝐫𝐭𝐞𝐥𝐞𝐬 𝐏𝐫𝐢𝐯𝐚𝐝𝐨𝐬, 𝐍𝐚𝐯𝐞 𝐙𝐚𝐤𝐚𝐫

Por decima noche consecutiva, me encontraba mirando impacientemente al techo sobre mi cabeza. Estaba esperando a alguien. A ella.
  No sabía quién era. ¿Una diosa, quizás? ¿Un producto de mi imaginación? ¿Una imagen evocada por mi roce con la muerte?
  Todo lo que sabía era que mi pene se volvía duro como una piedra; y la suavidad de su piel, la húmeda calidez de su vagina me perseguía hasta en sueños, hasta que me despertaba gimiendo y bañado en sudor, viéndome obligado a tocar mi pene para aliviar la incomodidad. No necesitaba mucho tiempo, una caricia o quizás dos, para correrme como si fuese un muchacho excitado.
  Ella rondaba en mi cabeza.
  Incluso ahora, durante el cuarto y último turno en el programa de la nave, mientras la mayoría de mi gente dormía, yo no podía hacerlo. No había podido descansar desde que me desperté dentro de la cápsula ReGen ante el ceño fruncido de Rav y el gesto amargado del capitán Trist. No habían dicho ni una sola palabra sobre mi reciente encuentro con la muerte. No había sido necesario. Mi padre había vociferado por dos horas enteras hasta que su rostro se hubo teñido de anaranjado brillante por la ira, y me temía que mis orejas comenzarían a sangrar. De nuevo.
—Ah, idos al diablo. Todos vosotros —dije a nadie en particular, estaba solo en mi cuartel espacioso y sobre mi enorme cama, aunque era lo suficientemente grande como para albergar a tres o cuatro cuerpos sobre ella.
  No es que no pudiese encontrar una mujer para hacer mi cama más acogedora, si lo deseara. Pero no quería. Por lo menos, jamás me había preocupado en esto, sino hasta ahora.
  Cuando era más joven y mientras estaba de permiso, tuve compañía femenina de sobra para satisfacerme. A medida que cumplía más años y subía en rango, las mujeres esperaban más. Para ellas, ya no era suficiente con follar a un guerrero joven y fuerte. Ahora me miraban con miradas calculadoras. Ahora era un comandante y tenía valor. No querían follarme a mí, a Grigg. Querían ser emparejadas a un comandante de Prillon. Querían el estatus, el rango; la riqueza y el poder.
   Pero follar y tener una compañera eran dos cosas totalmente distintas. Follar significaba tener un par de horas de placer sin ataduras. Unirse a una compañera significaba… todo.
  Puse mi mano sobre mi mástil. Mi miembro palpitaba y estaba listo para descargarse. Froté varias veces la parte inferior con mi pulgar. Sabía cómo correrme, y lo hice rápidamente. Mi cuerpo se tensó; mi respiración se interrumpió mientras una visión borrosa de ella invadía mi mente, y mi semen salió disparado sobre mi mano. 
  Mis pelotas estaban vaciadas —por ahora— y suspiré; aparté las sábanas y caminé desnudo hacia el baño contiguo. Demonios, se me había puesto dura de nuevo. Quizás algo estaba mal conmigo. No iba a decirle a Rav que mi pene se ponía duro una y otra vez porque pensaba en una hermosa mujer. Suspiré, tomando mi pene de nuevo entre mis manos. Sí, por supuesto que me creería. Aún peor, quizás me creería en serio y entonces se partiría de la risa.
   Una ducha caliente podría ayudarme a dormir, pero antes tenía que aliviar el dolor que asomaba en mis pelotas de nuevo.
   Unos momentos más tarde, cerré mis ojos y dejé que el agua caliente corriera sobre mi cuerpo. Me lavé rápidamente, disfrutando el privilegio y la tranquilidad. No necesitábamos agua para bañarnos, pero manteníamos la antigua tradición solo por una simple razón… Placer.
  Mi duro miembro estaba empapado, y una gota de líquido preseminal se formó en la punta. Diablos, quizás la cápsula ReGen me había sanado demasiado bien y me había dado una especie de súper pene, porque nunca me había recuperado tan rápidamente como lo había hecho. Envolviendo mi mano alrededor de la cabeza de mi miembro, me di la vuelta en torno al chorro de agua, me recosté contra la tubería mientras el calor me abrigaba, y traté de recordar.
  Aquel sueño. Su vagina húmeda. Sus grandes pechos redondos. El extraño color de su piel, su cabello y ojos oscuros, extraños y exóticos. No era una mujer dorada de Prillon, sino una alienígena. Extraña. Hermosa. Separaba sus piernas y los labios de su vagina con mi rígido…
—¡Comandante!
  La voz agitada retumbó a través del intercomunicador del baño, y me quedé de piedra bajo la ducha. Demonios.
—Zakar al habla —bufé.
  Mis pensamientos sobre ella eran mucho más claros ahora. Recordaba más detalles sobre ella, y aquella llamada había interrumpido mi visión. El momento había sido arruinado, ella había desaparecido una vez más en los rincones de mi mente.
—Comandante, tenemos una emergencia. Le necesitamos en la estación médica número uno.
—¿Qué sucede?
  Hubo un breve silencio, y acaricié mi pene una vez, luego dos veces, y entonces solté un gruñido. Esta vez no tuve tiempo de correrme. Tendría que meter mi pobre miembro en un uniforme decente y soportar el traje negro y rígido apretando mi pene y mis pelotas, tal como si fuese una llave.
—El doctor Zakar ha dicho… No puedo decírselo, señor.
  Me reí entre dientes. No podía imaginarme lo que el listillo de mi primo le había ordenado decir al joven oficial.
—Habla tranquilamente. ¿Qué dijo? Suspirando, el oficial respondió:
—Dijo que debía mover su trasero hacia la estación médica y apurarse de una vez por todas. Su compañera ha llegado.
—¿Mi qué? —mi potente voz retumbó en las paredes del pequeño baño.
—Debo terminar esta llamada ahora. Lo siento, señor.

Dominada por sus compañeros Donde viven las historias. Descúbrelo ahora