17. DULCIS

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La oscuridad es peligrosa... porque es su hogar.

Mis ojos tardaron unos segundos en adaptarse a mi entorno hasta que pude ver algunas siluetas. Grité cuando una mano cálida sostuvo la mía.

—Soy yo. —Me recordó Adriel acariciando mi palma suavemente—. Todo está bien, Ann, respira. —Y ahí noté que había dejado de hacerlo, me ardían los pulmones por la falta de aire—. Estoy aquí y estás a salvo. —Quería creerle, anhelaba poder encontrar tranquilidad en sus afirmaciones, pero sabía que no eran ciertas. Nunca estaría a salvo.

Adriel apretó mi mano y recordé la furia de Madness ante este tipo de contacto. Instintivamente, aparté la mano de Adriel.

—Ann, todo va a estar bien, esto sucede todo el tiempo. La electricidad falla muy a menudo por aquí en el invierno, quizás se deba a la tormenta de nieve —explicó con un tono de voz bajo y calmado, como si supiera que estaba a punto de entrar en pánico. Me enderecé, recuperando un poco de cordura porque enloquecer no iba a resolver nada, lo sabía por experiencia.

—Necesitamos luz —afirmé mientras una brisa helada se abría paso por la ventana entreabierta—. ¿Tienes velas?

—Sí. —La cama se sacudió cuando él se puso de pie—. Iré a buscarlas, quédate aquí. —Oí sus pasos hacia la puerta y no pude controlar mi miedo.

—No, no quiero estar sola —susurré quitándome las sábanas. Al instante, el frío golpeó mis piernas expuestas. El vestido de verano que llevaba puesto no era apropiado para este clima, pero supongo que eso era todo lo que Adriel tenía allí. Me levanté de la cama, temblando.

—Ann, quédate en la cama. —dijo Adriel preocupado—. Todavía tienes fiebre.

—No puedo estar sola, tengo miedo.

Si me dejas sola, temo que él vuelva.

Me sentía vulnerable cuando estaba sola porque Madness apareciera cuando no había nadie más.

Adriel suspiró.

—Muy bien, sólo ponte esto. —Me ofreció algo, no podía verlo bien. Lo agarré sin estar segura, era una chaqueta. Me la puse; su calor envolvió mi parte superior del cuerpo haciéndome sentir mejor. Olía a Adriel, pero no me quejaba porque olía muy bien.

Salimos de la habitación; la luz tenue que entraba por las ventanas era lo único que nos guiaba. Lo estaba siguiendo a través del pasillo cuando se detuvo bruscamente. Me estrellé contra su espalda, mi nariz palpitó dolorosamente.

—¡Oh! —Adriel se volvió hacia mí—. ¿Estás bien? Lo siento.

—Estoy bien. —Mentí sosteniendo mi nariz.

Llegamos a lo que parecía ser la puerta trasera de la casa. Adriel salió porque el cobertizo donde guardaban todo estaba en el patio. Tuve que quedarme porque caminar en la nieve descalza con fiebre no era una buena idea. Además, no parecía estar muy lejos.

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