La tarde se desplegaba suave y apacible sobre las adoquinadas calles de San Telmo. HeungMin, recién entrando a su tercer década, caminaba pausadamente bajo el cálido resplandor del sol que se filtraba entre las ramas de los árboles centenarios. Las hojas, en su último baile de otoño, susurraban secretos al viento y creaban danzas cortas en su camino hacia el suelo.
El profesor de literatura se sentía particularmente nostálgico en ese día. Reflexionaba sobre los años que habían pasado desde que tomó su primera clase frente a un grupo de alumnos expectantes, llenos de juventud y preguntas incontenibles, incluso pensó en aquellos al fondo del salón que de vez en cuando lo sacaban de quicio. La literatura, su gran pasión, lo había mantenido comprometido con cada palabra, cada verso y cada personaje a lo largo de los años. Cada libro que exploró, cada historia que compartió, se había convertido en parte de su ser. Y aún así, todo ese conocimiento y sabiduría dejaban en su alma una sensación de vacío.
HeungMin se hallaba en una encrucijada, lidiando con la transición de la juventud a la adultez, un período que le recordaba a las hojas que caían a su alrededor: un ciclo inevitable de comienzos y finales. No quería oxidarse, no quería... Caer.
Sus pensamientos se escabullían por las calles empedradas que conocía tan bien, donde en cada esquina se ocultaba una historia, un recuerdo, un rostro que ya no estaba.
A medida que avanzaba, las sombras de los edificios históricos de San Telmo proyectaban un manto de penumbra sobre su camino. Se preguntaba si también él se estaba desvaneciendo en alguna narrativa perdida, si su vida, con todas sus páginas escritas y por escribir, tendría el mismo peso que las historias de sus autores favoritos. ¿Acaso alguien querría escribir su historia? Los años transcurridos habían esculpido en su rostro una mirada más serena y reflexiva, y aunque añoraba la ligereza de la juventud, comprendía que su evolución como ser humano y profesor de literatura estaba marcando un nuevo capítulo en su vida. Tenía un nuevo trabajo, y temía que las arrugas en sus ojos comenzaran a ser notables.
Suspiró, desganado.
El eco de la boda de su hermana aún resonaba en su corazón. Fue un evento que había celebrado con alegría, pero que también había avivado un fuego en su interior, el deseo de encontrar a alguien con quien compartir su vida, sus alegrías y sus tristezas. Alguien bueno, considerado. Alquien que lo quiera lo suficiente como para decirle de frente que lo ama. Había sido testigo de cómo el amor florecía en el compromiso de Hana, y mientras lanzaba pétalos de rosas al aire, se preguntaba si alguna vez experimentaría ese mismo tipo de amor en su propia vida.
Los amores pasados, sin embargo, lo atormentaban. Como un libro de páginas desgarradas, había conocido el dulce inicio de las historias de amor, solo para llegar al amargo cierre de despedidas y corazones rotos. Como hombre homosexual, había enfrentado desafíos adicionales en su búsqueda de una conexión auténtica en un mundo que a veces miraba con indiferencia o intolerancia.
A veces no le gustaba esa palabra, se sentía muy formal, muy distinto. Raro.
Casi sin darse cuenta llegó a un rincón encantador que parecía ser un refugio para almas inquietas. Se detuvo frente a un pequeño establecimiento que desprendía un aura de nostalgia de los años noventa, su juventud. La fachada de ladrillos rojos estaba adornada con enredaderas verdes que añadían un toque de frescura a la escena. Todo era -aparentemente- plástico, pero seguía siendo lindo. Había un cartel negro, donde se lucía un escrito en dorado, que anunciaba el nombre del lugar: "Andrómeda."
Al entrar, fue como si el tiempo se hubiera detenido. El interior de la librería-café Andrómeda era un verdadero portal a un pasado cálido y acogedor. Estanterías repletas de libros, y mesas de madera oscura con sillones acolchados invitaban a los visitantes a quedarse y perderse en sus lecturas. La tenue luz de las lámparas de escritorio creaba un ambiente íntimo, como si el lugar hubiera sido diseñado específicamente para aquellos que buscan la soledad en compañía de las palabras escritas por gente desconocida, o grandes autores como Borges, García Márquez.
HeungMin se sumergió en la atmósfera, y mientras exploraba los pasillos de la librería, sus pensamientos vagaban entre las páginas de los libros que lo rodeaban. Fue entonces cuando fue interrumpido.
—Hola, ¿puedo ayudarte a encontrar algo en particular? —dijo el hombre, que llevaba una camisa blanca.
HeungMin se dio la vuelta y le devolvió la sonrisa.
—Estoy chusmeando, pero sí, me gustaría... Ay, disculpe —dijo, para luego extenderle su mano—. Me llamo HeungMin, es la primera vez que vengo acá.
—Un gusto, Cristian —le respondió, apretando brevemente su mano—. Tenemos variedad de libros para que pueda elegir, si quiere le puedo recomendar algo, pero si me cuenta sobre sus gustos, seguro le encuentro algo. Además, si tiene hambre o sed, se puede acercar al mostrador de allá —dice, señalando— y mis compañeros lo atenderán.
La dualidad de las opciones ofrecidas hizo que HeungMin sonriera aún más ampliamente.
—Me gustaría un poco de las dos cosas. Y te pido un favor, tuteame: Me siento viejo sino.
El comentario logra que Cristian sonría, casi queriéndose reír. Luego, con una sonrisa amigable y una actitud tranquila, asintió con entusiasmo y se adentró entre las estanterías rebosantes de literatura. En breve, regresó sosteniendo un libro en la mano y lo ofreció con un aire formal, a pesar del lenguaje.
—Mirá, te recomiendo "Historias de cronopios y de famas" de Julio Cortázar. Es un golazo si te gusta romperte la cabeza.
HeungMin tomó el libro con interés y caminó hacia la zona de lectura, donde unos sillones cómodos esperaban junto a las estanterías. Al lado del asiento, había una mesita pequeña, ideal para el tamaño de un tazón, servilletas y la carta. Se acomodó en uno de ellos y comenzó a hojear las primeras páginas del libro de Cortázar. Mientras se sumía en las palabras del autor argentino, no podía evitar echar un ojo a la distancia, donde Cristian charlaba con otros empleados, quienes se veían sumamente cómodos con su compañía. Animados, sin ser escandalosos. HeungMin notó que Cristian no solo era un dedicado a la literatura, sino también alguien que sabía conectar con la gente de forma auténtica.
Mientras Cortázar lo transportaba a mundos literarios, HeungMin seguía observando de reojo a Cristian, preguntándose qué más habría detrás de ese asesor de libros tan... simpático.
Luego de unos minutos, Cristian regresó con una taza humeante de café y un plato con una porción generosa de tarta de manzana, cuyos aromas llenaron el aire. Le entregó la merienda a HeungMin con una sonrisa, y este asintió agradecido. Se sintió afortunado por encontrarse en un lugar que no solo le ofrecía buenos libros, sino también comida deliciosa.
El tiempo pasó, y la librería-café "Andromeda" comenzó a vaciarse a medida que la noche avanzaba. La gente se despidió, y HeungMin, sumido en la lectura, no se dio cuenta de que la hora avanzaba rápidamente.
Finalmente, Cristian se acercó a su mesa y, con amabilidad, le informó que estaban a punto de cerrar.
—Uh, disculpá, no me di cuenta —exclamó HeungMin, algo apenado por su descuido.
Cristian, sin embargo, le entregó un folleto con una mirada llena de entusiasmo.
—No te preocupes, suele pasar. Te tengo algo: el próximo fin de semana, vamos a realizar un evento de poesía. La "Andromeda" se transforma en un bar literario por una noche. Habrá lecturas de poesía clásica y, si te animás, también podes compartir tus propios escritos. Creo que podría interesarte.
HeungMin tomó el folleto y lo miró con interés. La idea de participar en un evento literario le pareció atractiva. Sería una oportunidad para romper con su rutina y compartir su amor por la literatura con otros apasionados.
Mientras caminaba de regreso a su hogar, no podía dejar de pensar en la conversación con Cristian y en el roce casual de sus manos cuando le entregó el folleto. El encuentro en "Andromeda" le había dado una razón para ansiar el próximo fin de semana, y no solo por la poesía.
Agarrate Catalina
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ANDRÓMEDA: cutison
FanfictionHeungMin ha estudiado letras, y aún así, muchas veces no sabe qué decir.