Anastasia Steele.
(Viene del capítulo 31 de Mío #1)
.
.
.
*Lo siento por irme así, pero tenía trabajo qué hacer. Sé que no es lo que quieres escuchar, pero ya lo habíamos hablado, ¿Recuerdas? Tengo que dejarte ir por el momento, porque tengo que concentrarme en un caso difícil y no puedo permitirme distracciones, aunque sean muy lindas. Lo prometí, te esperaré. No me estoy retractando, ni intento deshacerme de ti, solo creo que debemos tomarnos un tiempo hasta que podamos estar juntos.*
Vuelvo a leer el mensaje por milésima vez y sigue doliendo. ¿Cómo pudo hacerme esto? ¿Por qué?
Dejo que la pantalla de mi móvil vaya a negro mientras sigo sollozando, sin lágrimas de tanto llorar y demasiado cansada por pensar en él.
Siento que esto es una despedida. Solo lo sé.
Escondo el rostro en la almohada justo a tiempo porque la puerta de mi habitación es golpeada, luego la escucho abrirse y eso solo significa una cosa.
Papá está aquí.
—¿Annie? —me llama desde el marco de la puerta—. ¿Estás bien? Dice Gretchen que no has salido de tu habitación en tres días.
¿Solo tres? Se sienten como una eternidad.
—¿Annie? —insiste.
Lo escucho caminar dentro de mi habitación y luego su peso en el borde de mi cama. Su mano acaricia suavemente mi cabello mientras lucho por controlar los sollozos.
—¿Te peleaste con Carla? —gruñe—. Esa perra...
Niego con la cabeza y él suspira.
—¿Es por lo de Portland? ¿Sobre la universidad? —oh, gracias papá, gracias por recordármelo—. Hay muchas escuelas muy buenas en la costa este, estoy seguro que puedes ir a cualquiera que desees, Annie.
Aparto la cabeza de la almohada para mirarlo con las cejas fruncidas de molestia, pero no niego sus palabras. Si le digo que me enamoré del detective que mandó a buscarme, sé que tomará represalias.
Y a pesar del dolor, no deseo eso.
—Mi niña... —toma mi brazo y lo empuja para que pueda verlo—. Anímate, ¿Sí? Ve de compras o algo.
—Pero no quiero, papá —respondo con la voz entrecortada por los sollozos—. Quiero estar sola.
Y a Christian.
Otro sollozo se forma en mi garganta y vuelvo a meter la cabeza en la almohada, odiando el hecho de que papá me vea así, como la chiquilla que soy.
No lloré cuando me dijo lo de la universidad. Si, hui, pero no derramé una sola lágrima. ¿Pero esto? Siento que me desgarro por dentro.
—Bien, te dejaré estar sola, pero prométeme que vas a comer algo Annie, no quiero recibir otra llamada de Gretchen.
—Si, papá.
Se inclina sobre mí y besa mi cabello antes de alejarse, cerrando la puerta detrás de él. Esta vez no trabo con seguro, solo tomo de nuevo el móvil y dejo que So Sick se reproduzca una y otra vez.
¿Por qué me hizo esto? ¿Por qué me dejó si sabía cuánto lo quiero? Mi primer amor, mi primera vez...
La canción termina y comienza inmediatamente mientras recuerdo las miradas, los besos, los abrazos y todo lo demás. Sus ojos, su olor, su voz.
—Christian... —chillo contra la almohada—. ¿Por qué?
El móvil entra de nuevo en modo de suspensión, dejando que mis pensamientos vayan de un lugar a otro. ¿Él jugó conmigo? ¿Solo lo hizo para alejarme?
Creí que estábamos llegando a algo, creí que se había enamorado de mí como yo de él, creí en su palabra.
Si no tuviera qué ir a clases, me quedaría todo el día en la cama escuchando música triste y llorando. Los días que voy a la escuela, mis compañeros me observan, seguramente notando las ojeras y el semblante triste.
Sin mencionar mi rostro más pálido que de costumbre.
Apenas pruebo comida, solo para evitar que Gretchen llame a papá y para mantener mi cuerpo funcionando, pero es obvio que estoy bajando de peso.
Dos meses después, no puedo más.
Necesito verlo.
Fred me lleva hasta la estación de policía, justo a la hora en que ellos terminan su turno. Se asegura de estacionar el auto en una calle alejada y se detiene a mi lado en la acera de enfrente, casi escondidos entre otros autos.
—¿Qué piensas? —pregunto cuando lo escucho suspirar.
—Que no deberíamos estar aquí, Señorita Steele.
—Fred... —entrecierro los ojos y lo miro.
—Ana... —responde en el mismo tono—. No deberíamos estar aquí, esto no te ayuda en nada a olvidarlo.
Es mi turno de suspirar.
—No quiero olvidarlo, solo... Quiero saber si él está sufriendo como yo.
Me mira, diciendo con la mirada que no, que estoy perdiendo mi tiempo, pero necesito verlo con mis propios ojos. Necesito ver que Christian se olvidó de mi sin importar cuánto duela.
Apenas algunos minutos después, escucho las risas antes de verlos salir por la puerta. Christian, su amigo, el chico rubio y la chica rubia sonríen y se empujan hasta los autos.
No lo distingo con claridad, pero sé que él está bien. Claramente ha seguido con su vida mientras yo vivo con el dolor en mi pecho.
—¿Suficiente? —pregunta Fred cuando ellos han subido a sus autos.
—Si.
Apoya su mano en mi hombro, me empuja hasta el auto y abre la puerta para que entre en el asiento trasero. No le digo a dónde ir, el conduce hasta una heladería y baja sin decir nada.
Cuando vuelve, me entrega un bote de helado de chocolate y una cuchara, luego enciende el reproductor de música del auto y So Sick suena por las bocinas.
—Gracias —digo, hundiéndome en el asiento.
Destapo el helado mientras Fred me lleva de vuelta a casa. Esta vez no hay lágrimas, ni sollozos. Solo una gran y profunda decepción por Christian y sus promesas.
Por primera vez en meses, su nombre no evoca ninguna emoción en mí.
¿Es normal que me sienta así?
¿Vacía?