OFICIAL STEELE

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ANASTASIA STEELE.

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Estoy terminando mis estiramientos de la clase de yoga mientras mi mente sigue barajeando mis opciones: literatura inglesa en otra escuela o algo nuevo, como administración de empresas.

Sé que puedo ser buena si me aplico, pero me falta la motivación.

—Podría hacer... Carajo, ¿Qué se supone que quiero hacer de mi vida?

Renunciar a mi sueño es la cosa más difícil que he tenido qué hacer. Bueno, eso y tratar de superar a mi ex novio, ¿Puedo considerar a Christian mi ex?

Necesitando despejar mi mente, me doy una ducha rápida y me visto con jeans oscuros y una chaqueta negra. No acostumbro salir de noche, pero ya que falta un mes para mi cumpleaños, podría comenzar a hacerlo.

Y merezco un premio por mantener tan excelentes notas.

Bajo la escalera llevando solo un bolso pequeño y el móvil. Le pedí a Fred que alistara el auto para una salida rápida porque estoy de humor para una comedia. Nada de romance, por supuesto, incluso tal vez algo de terror, pero nada que implique besos o promesas de amor.

—¿Annia? ¿Vas a salir?

Giro para mirar a mi madre en la sala con una copa como acostumbra.

—Ana, mamá. Y si, voy a salir.

Sorbe de su vaso de whisky antes de mirarme.

—Es peligroso que salgas de noche, ¿Por qué no te quedas aquí con... Gretchen?

Pongo los ojos en blanco, luchando contra la frustración que me ocasiona mi mamá y su falta de interés en mí.

—Puedo cuidarme sola, mamá. Además, Fred va conmigo.

Como siempre.

—No puedes cuidarte sola, Anabel, no eres la mujer maravilla.

Agh, comienza a irritarme.

—Puedo patear a quien sea. —Y sé yoga, por si sirve de algo.

—Deberías tener un guardaespaldas... O un novio. O ambos.

Suficiente.

La ignoro y salgo de la casa a dónde Fred me espera. Abre la puerta para mí, metiéndome rápido en el asiento trasero con un gruñido.

—A veces la odio —me quejo—. En su mente sigo teniendo 5 años, y la única razón por la que se preocupa por mí es que pierde su manutención si muero.

Fred me dedica una mirada cariñosa por el espejo retrovisor, luego pone el auto en marcha hacia el cine en el centro de Seattle.

Y no sé qué me molesta más. Que Carla me trate como una niña, o que piense que soy estúpida por el solo hecho de ser mujer.

—Carajo, de verdad me molesta.

Fred lo sabe, no tengo qué explicarlo. Él lo ha visto a lo largo de los años y conoce a Carla. Mierda, incluso sé que conoce a papá a la perfección.

Cuando estaciona, deja sus guantes y el sombrero que usa para complementar su uniforme, luego me lanza una mirada inquisitiva.

—¿Qué vamos a ver?

—Algo de sangre y muerte —aviso, cambiando mi preferencia—. Explosiones, culos pateados y héroes atractivos.

Me sigue por el pasillo, riendo de mi elección de palabras hasta la taquilla. Compro dos boletos, refrescos y palomitas con queso antes de entrar a la sala.

La película que estaba en cartelera es sobre un equipo de marines que deben rescatar a un político de un complot o algo así, usando sofisticadas armas y armamento de lujo.

—Yo podría hacer eso —señalo en la pantalla al chico que lleva una ametralladora—. Parece divertido.

—Ana... —gruñe en ese tonito de regaño.

—Bueno, olvida las armas y concéntrate en la actitud.

—No —canturrea y sé a lo que se refiere.

—¡Oh, vamos! ¿Por qué es tan difícil creer que puedo hacer eso? —gruño bajito para no molestar a los otros—. Puedo hacer exactamente lo mismo que hace un chico y lucir fabulosa en un uniforme ajustado.

Mierda.

Tengo una idea.

La mantengo para mí misma hasta que puedo revisar algunas opciones, luego le pido a Gretchen que llame a papá con urgencia.

Si consigo esto, tendré solo algunos días para coordinar mi nuevo horario.

La noche siguiente cuando papá entra a mi habitación, sé exactamente lo que voy a obtener.

—Quiero ser policía.

Sus cejas gruesas se arquean y luego caen en un ceño fruncido.

—¿Qué dijiste?

—Que quiero ir a la academia de policía de Seattle.

—¿Por qué? —casi chilla de sorpresa—. Podrías ser cualquier otra cosa que desees, ¿Pero policía?

Mientras más lo pienso, más creo que me gustaría hacer un cambio por mí misma, y qué mejor forma que ser un servidor público.

—Porque son defensores de las leyes y la justicia, ¿No te parece emocionante? ¡A mí me encanta!

—Hija... —suspira, sabiendo que me mima demasiado—. Es peligroso.

—Lo sé, y por eso me concentraré en ser la mejor. Aprenderé defensa personal, manejar armas y todo lo que sea necesario.

—No estoy seguro de esto, Annie. Y ni siquiera tienes la edad suficiente para ir a la academia.

Es momento de mis argumentos.

—Dijiste que podría estudiar lo que quisiera, lo prometiste —le recuerdo, un acuerdo por renunciar a la Universidad de Portland—. Y estoy segura que puedes hacer que me acepten, después de todo, eres el senador Steele.

Cuando una enorme sonrisa se estira en sus labios, sé que lo tengo.

—Carajo, niña, eres tan persistente como tu padre —se acerca para besar mi cabeza—. Tendré que hablar seriamente con un amigo mío y se asegure de mantenerte a salvo.

—¡Papá! —chillo ofendida—. Ese es precisamente el motivo por el que quiero hacer esto, para defenderme a mí misma y cuidar mi propio trasero.

Ray parece pensarlo un poco, luego suspira con resignación.

—Juro que me tienes envuelto en tu dedo, mi niña. Pero si de verdad es lo que quieres, veré qué puedo hacer.

Se despide con un abrazo y sale de mi habitación, dejando la puerta abierta. Lo escucho hablar con Gretchen en el pasillo y luego ambos se alejan.

Fred es el único que queda.

—Espero que tus motivos sean verdaderos.

No hay reproche en su voz, simplemente un consejo.

—Te lo aseguro, no hago esto por él. Incluso prometo que ni siquiera voy a buscarlo, lo dejaré en paz.

Lo entendí.

Lo juro.

Los Extras de MíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora