ANASTASIA STEELE.
(Un mes después).
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—¿Puedes creer esto? ¡Es mierda! —chillo, girando la cabeza para ver a la chica sentada a mi lado.
Ella arquea las cejas en respuesta y no sé si es por lo que dije o porque estoy gritando en la biblioteca de la escuela.
Vuelvo mi vista al libro, a la línea en específico que dice: sé la mujer que él quiere que seas.
—¿Cuándo escribieron esto? ¿En los 50's? —chillo de nuevo, pero sin mirar a la chica—. ¿Se supone que así recupere a Christian?
Es una estupidez.
Dejo el libro en la pila de la basura motivacional que encontré sobre recuperar a tu hombre, poniendo ahí todo lo que diga que debes arrastrarte.
Tomo otro libro más y voy rápidamente al índice, pasando el dedo por las líneas que describen las etapas del duelo y yendo directo a los consejos. El primero y más importante: Cambia tu apariencia de forma radical para que te veas más linda.
Pongo los ojos en blanco al mismo tiempo que lanzo el libro a la pila, gruñendo en voz baja y atrayendo la atención de mi vecina de lectura.
—Libro estúpido, ¿Puedes creerlo? —chillo mirando a la chica—. ¿Que no soy lo suficientemente linda? Estúpido libro, por supuesto que lo soy. Ese no es el problema.
Pongo todo en la mesa central para que la encargada pueda volver a ponerlos en su lugar, llevando solo dos conmigo: el de los hombres que vuelven solos y el de las cabronas.
Eso va más con mi estilo.
Muestro mi credencial de estudiante para que me permitan sacar los libros del recinto, luego le mando un mensaje a Fred para que sepa que estoy lista para irnos.
Normalmente saldría caminando a buscarlo, pero hoy está lloviendo a cántaros y me preocupa mojar los libros.
Espero a que el auto estacione frente a la biblioteca antes de caminar hacia él llevando los libros debajo de mi suéter tejido. Fred ya tiene la puerta trasera abierta cuando me acerco y me deslizo rápidamente en el asiento.
—Gracias, está fría —señalo la lluvia que cae sobre nosotros—. ¿Fred?
Lo llamo porque él está mirando distraídamente algo en la otra calle, ignorando mis palabras.
—¡Fred! —pega un pequeño brinco de sorpresa.
—¿Si, señorita?
—Dije que ya podemos irnos, tengo frío.
—Por supuesto.
Cierra la puerta y rodea el auto para subirse en el puesto del conductor, mirándome por el espejo antes de poner el auto en marcha.
—¿Eso quiere decir que no habrá helado por hoy?
Rayos.
—¿Podríamos detenernos en alguna cafetería? Estoy de humor para un chocolate caliente y un panecillo de mantequilla.
—Como diga, señorita Steele.
Además, he comido demasiado helado las últimas semanas y puedo ver que mi cadera tiene ya una pequeña curva. Decido llamarlas reservas calóricas porque suena más bonito.
Debería hacer algo con eso, además de estar sentada sobre mi trasero lamentando la decisión de Christian. ¿Pero qué?
Cuando estoy en mi habitación, enciendo mi nueva playlist y dejo que At My Worst se reproduzca en repetición, luego pongo mis libros y mi chocolate sobre el escritorio.
Un pequeño anuncio sale en el borde de la pantalla, algo sobre una chica haciendo una extraña posición llama mi atención. ¿Saludo al sol? ¿Qué carajos es eso?
Doy clic y me envía a una clase en línea de yoga. Tal vez cuando termine mi chocolate podría intentar algo de eso, luce entretenido y no tendría que salir de casa para hacerlo.
Si, creo que intentaré hacer yoga.
No acostumbraba hacer ejercicio, así que me toma al menos tres semanas más para comenzar a notar cambios en mi cuerpo y puedo decir que las reservas calóricas se acomodan en los lugares perfectos.
Eso y mis exámenes finales cerca son todo lo que necesito para mantener mi mente ocupada.
Mi mente divaga en algunas ocasiones hacia él, y en lo que estará haciendo, pero ya no duele tanto. Supongo que me hice a la idea de que no lo volveré a ver y debería hacer algo más con mi vida.
¿Pero qué?
Fred pasa por mí a la escuela como todos los días y pregunta por mis calificaciones, más preocupado que papá o que Carla por mis notas.
—Otro diez, por supuesto —chillo de orgullo—. Aprobé el resto, así que creo que me merezco un helado de chocolate, hace mucho tiempo que no lo como.
Me mira por el espejo como acostumbra hacer y entrecierra los ojos sabiendo que de todas formas me llevará a dónde yo diga.
El día es bonito y soleado, perfecto para sentarse en las mesitas de la entrada y admirar el precioso paisaje de Seattle. Viéndolo sé que nunca querré irme de aquí.
—¿Vienes? —le pregunto a Fred antes de bajar del auto.
—No, señorita Steele, la espero aquí.
—Bien.
Él es lo más cercano a un amigo que tengo, pero también es un empleado de papá. ¿Es extraño que le pida que tome un helado conmigo?
Voy dentro de la tienda y pido un helado de vainilla y fresa para cambiar mi elección de siempre, luego voy a la mesita del frente.
Puedo ver claramente a Fred sentado en el auto, con el brazo colgando de fuera y la mirada puesta en las calles, siempre vigilando.
—Aquí tiene, señorita. —la chica pone una enorme copa de cristal con chispas chocolate.
Tomo una cucharada de helado y casi gimo de gusto cuando pruebo el bocado.
—Delicioso —digo para mí misma, aunque al parecer no estoy sola.
Dos chicos con camisetas de la universidad pasan a mi lado y sonríen, asintiendo y guiñando sus ojos. El movimiento agita sus peinados perfectos de protagonistas de novelas.
—Hey —dice uno y siento mis mejillas sonrojarse.
—Hey.
Se sientan a una mesa de distancia, ambos mirándome y sonriendo mientras esperan a que la camarera venga a tomar sus pedidos.
Me concentro en mi helado porque sé que Fred está mirando y va a burlarse de mí por esto, lo sé.
Antes de que pueda echar otro vistazo a los chicos que me miran, el rechinido de llantas de un auto atrae mi atención hacia la calle.
Y la de Fred, que mira con las cejas fruncidas.
¿Qué rayos fue eso?