ANASTASIA STEELE.
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—¿Sabes a dónde vamos?
—No, señorita Steele —Fred conduce por las calles de Bellevue y me pregunto si papá le pidió traerme a su casa—. Solo tengo la dirección.
Rayos. Bueno, no es su casa y me alegro porque así no tendré que ver a Elena, suficientes problemas me ha causado su hija.
Fred se detiene frente a una caseta de vigilancia, bajando el vidrio para hablar con el guardia.
—El Señor Steele nos espera —es todo lo que dice.
El hombre revisa sus hojas, luego intenta echar un vistazo hacia el asiento de atrás donde estoy y asiente.
—Continúe.
¿Y ya? ¿No se supone que estos lugares son super seguros? Una gran mentira. Cuando pueda, compraré mi propia casa en una zona realmente segura.
El auto entra en el camino de una residencia más chica que la de papá, pero igual de elegante. Con pintura blanca y una enorme bandera ondeando al frente de la casa.
—¿Seguro que es aquí?
—Si. —saca el móvil para revisar el mensaje de papá donde le pide traerme aquí, luego suspira—. Creo que tienes qué bajar y llamar a la puerta.
Rayos.
—Pero vienes conmigo —chillo—. Si esto es un intento de papá para mandarme al otro lado del país te usaré como distracción para huir.
—Dios, no otra vez —se queja—. Dicen que la tercera es la vencida y yo de verdad amo este empleo, Annie.
Evito reírme cuando abre la puerta para mí y espera detrás mientras me acerco a la entrada. No he alcanzado el timbre cuando la puerta se abre.
—¿Si? —una mujer en uniforme gris nos recibe.
—El señor Steele nos espera —repito el mensaje que dio Fred al vigilante.
La mujer retrocede para que entremos, señalando hacia su derecha. La sala es acogedora y encuentro ahí a papá sentado, un hombre rubio en el otro sofá frente a él.
—Llegaste —estira la mano para que me acerque—. Capitán, esta es mi Annie.
El hombre presiona los labios en una línea tensa que me recuerda a cierto detective. Me mira un largo momento antes de volverse hacia Ray.
—¿Es su hija? —pregunta y puedo sentir el reproche en su voz—. ¿Y sus hijos...?
No termina la pregunta, sé lo que quiso decir. Lo que preguntan todos cuando saben de mi existencia: ¿Su familia sabe de ella?
—Esto no es sobre ellos, es sobre mi Annie. ¿No es hermosa? —acomoda mi cabello por detrás del hombro—. Necesito que la proteja.
El hombre rubio sigue mirando a papá, echando pequeños vistazos hacia mí, puedo sentir la tensión en el ambiente porque obviamente no es una visita social.
—Sigo sin entender, Senador. ¿Cómo espera usted que proteja a su hija?
El hombre está perdiendo la paciencia. Y papá también, porque le dedica una mirada tan intimidante como las que usa cuando tiene una conversación con mi madre.
—Mi hija tiene la absurda idea de convertirse en policía, incluso cuando es peligroso y poco satisfactorio. —papá se burla.
El hombre lo sabe, porque presiona sus dientes con fuerza que no contiene el gruñido.
—Eso depende de la persona que lo asegura, senador.
Ray lo ignora y continua.
—Quiero que usted garantice la seguridad de mi hija mientras asiste a la academia de policía, y tómelo como un halago Capitán. A nadie más le encargaría a mi Annie.
El capitán pasa de la molestia a la confusión, y yo me tomo un momento para analizar su postura rígida y formal.
—No tengo injerencia sobre la academia, Welch es el que...
—Welch hará lo que yo malditamente le diga, pero no confío en él para esto. —giro para mirar a Fred esperando en el pasillo, pero atento a la conversación—. ¿Le gustaría tener su puesto?
Oh.
Incluso yo me sorprendo por la propuesta. ¿Y quién rayos es Welch?
El hombre rubio se queda en silencio. No acepta, pero tampoco lo rechaza y veo que esto es algo importante para él.
La conversación se detiene porque el sonido de un auto en la entrada nos hace mirar, pero es hasta que pasa la puerta principal que puedo ver quién es.
—Ho... ¿Hola? —balbucea un chico rubio, muy parecido al hombre frente a Ray.
—Hola, —papá es el primero en responder—. ¿Quién eres?
El hombre se pone de pie y lo señala.
—Mi hijo Jesse, —luego señala hacia nosotros—. Jesse, te presento al senador Steele y a su hija.
Estrecha nuestras manos con una gran sonrisa y brillantes ojos azules.
—No sabía que tenías un hijo, Abernathy.
El hombre asiente.
—Jesse estuvo fuera dos años, sirviendo en el oriente —palmea el hombro de su hijo—. Regresó la semana pasada a descansar.
—¡Oh! Joven y bien entrenado, me gusta —el capitán frunce las cejas por el comentario de Ray—. ¿Te gustaría ser policía, chico?
¿Qué?
—Senador Steele, Jesse no quiere ser policía.
—¡Pero sería un grandioso elemento! Incluso será el mejor en tu equipo, justo como tú lo fuiste cuando tu padre estaba a cargo.
La tensión vuelve a la habitación mientras ellos discuten esto sin si quiere haberme preguntado qué quiero yo. Antes de que pueda protestar, Fred me hace una seña para que permanezca en silencio.
—Y será temporal hasta que Annie pierda el interés en esto, luego puedes volver a tu heroica labor o quedarte en el equipo cuando yo nombre a tu padre como el jefe de la policía de Seattle.
El chico mira a papá, luego voltea a mirar al suyo como si pudieran tener una conversación telepatía, dirigiendo después su mirada hacia mí.
—Lo haré.
Su padre resopla con fuerza mientras Ray ríe y palmea su espalda.
—Supuse que lo harías, Jesse. Me agradas, muchacho —extiende su mano para que yo me acerque a ellos—. Annie, puedes volver en el auto y comenzar a preparar tus documentos.
Me quedo inmóvil porque el señor Abernathy no luce contento, pero Fred toma con cuidado mi brazo y me lleva al pasillo.
—Es prioritario que su identidad permanezca anónima —escucho advertir a papá cuando abro la puerta—. Y Jesse, mi hija es una niña pura e inocente. Te sugiero que mantengas tus manos para ti mismo.