3A.- Cthulhi

76 8 0
                                    

Echaste la llave a la puerta, y cambiaste el letrero a "CERRADO". Sales por la otra puerta, y examinas la costa. No hay moros. Claro, porque eso es el mar Caribe, no otro en el que hay muchos.

Pasando la esquina, distingues las cuatro sombras. Se pierden, pasando una plazoleta. No han debido notar las estatuas, medio verdes de lama, en las que aparecen representados unos monstruos imaginarios.

No puedes evitar encontrarles parecido con Ruby, sólo que con caras espantosas y extremidades adicionales. Exageraciones del artista, desde luego. La luz de la farola más oculta que demuestra. Te viene bien. Esperas tranquilamente a que la comitiva siga su curso. Y justo ahora, cuando ya estás por seguir con tu furtiva andanza, descubres algo labrado en el bronce, justo bajo la estatua más cercana.

Es una palabra, "Cthulhi". ¿En qué idioma? ¿Y cómo se pronuncia? Te preguntas varias veces qué puede ser eso, cuando recuerdas tu cometido. Es muy tarde. Se han esfumado.
Buscarlos era totalmente imposible. No lo vale. Estás de regreso en el minisúper, fresco como lechuga, mientras afuera siguen asándose los vacacionistas. Queda esperar al siguiente cliente.

Pasan horas y horas. El bullicio de la calle mengua. Todos habrán regresado a sus habitaciones de hotel, o donde quiera que se hospeden. Dicen algunos que lo peor que se puede hacer es ir a estas islas acompañado de tus padres. Es perderse el desenfreno de los bailes, la temeridad de arrojarse del balcón a la piscina, y todo lo que no se puede hacer en tierra continental, con los padres y los hermanos menores.

Tremendas "libertades" no te sorprenden tanto como el pensamiento que casi terminas. Debe haber un ticket de compra cercano, seguramente se quedó cerca de la caja. Ahí está, como lo habías sospechado, cerca del cambio que siguió sin ser entregado.

Notas el absurdo de todo. Acabas de encontrarte con alguien peculiar, y te emocionas más por un papelito. No es para tanto. Antes contaban historias sobre burros parlantes. La verdad, ahora hay humanos que rebuznan. No varía demasiado la cosa.

La única evidencia disponible es un trozo de papel, del que ahora te resistes a examinar. ¿Qué compró? Venía en paquetes plastificados como cajetilla de cigarros. No, eso no puede ser. Los tienen en el mostrador. Alguna golosina es lo más probable.

¿Quién se pone triste por eso? Incongruente. Si se rompió uno de sus especiales dientecillos al morderlo, eso a lo mejor. Quizás el mundo nunca lo sabrá. Lo mejor será olvidarlo.
Doblas discretamente la nota y la escondes en tu billetera, cautelosamente. Quieres saber qué fue, pero sin hacer trampas. Un último intento por averiguar de qué se trata te lleva a pasear por el pasillo. Banditas adhesivas, tabletas contra el mareo, guías turísticas, cortaúñas, pisapapeles, adornos ridículos hechos con animales marinos... de pronto, todos los objetos te parecían tener algún significado especial. Permaneces toda la noche observando, contando, suponiendo. No tanto por el artículo en sí, sino por lo que pudo haber significado para ella.
Una sospecha algo macabra te sale de la mente. Abres los ojos como platos y recuerdas otro artículo que habías pasado por alto. Se trata de...

A) ¡No lo crees! (Pasa al capítulo 4A)

B) Te rindes. No vas a perder el tiempo en suponer. Por ahora. (Sigue leyendo)

Lo único que sacas de todo esto es la confianza de que la respuesta espera en tu propia billetera, si algún día decides mirar. Mientras caminas a la caja, cuando ya habías arrojado todo por la borda, te acomete la conjetura final. La actitud de sus amigos, esa necesidad de mantener privacidad, esa angustia. Sumado todo, el resultado te lleva al pasillo más accesible para quien anda a toda prisa. Tiene sentido. Bajo el espejo se encuentran unas cosas altamente vergonzosas, altamente penosas. Lo que usualmente usan para prevenir algunos incidentes potencialmente fatales. "La prevención es mejor que la cura".

Los flotadores. Todo es posible. Puede no saber nadar. Debió haber pasado un momento terrible en la piscina. No puedes evitar sentir pena por ella. Rara gente, pero bastante gentil. Sus amigos también podrían tener sus problemas particulares.

― "¿Cu-tu-li?" "¿Clu-li?" "¿Su-li?" "¿Cu-tul-hi?" "¿Ce-tu-li?" No encuentras como pueda pronunciarse. No, no puedes. Pero hay algo, algo en esa palabra, que resulta inquietante... y en esas estatuas, y en esa criatura. Algo a lo que más vale no prestar atención. Algo que hace que mires la nota de compra en tu billetera, y veas lo que tanta pena causaba.

El aire se torna pesado como el plomo. Caes rendido, incapaz de aceptar las sencillas letras... P-R-E-S-E-R-V-A-T-... ves imágenes sin forma, escuchas graznidos y poco antes de perder la conciencia, te parece ver un par de patas palmeadas... ¿Pingüinos en el mar caribe? Lo contarás al psiquiatra cuando salgas del trance.

FIN.
















































Crónica de una jornada laboral accidentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora