9A.-La vida sigue

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―Es... bueno. Más bien... era... ―Se pone algo emocional. Mantienes la compostura, aunque sí duele algo verla en ese estado. Suspira mucho, parece un fuelle. Y crees que está por llorar a lágrima viva.

―Está bien. ―Cortas, firmemente, con todo el tacto posible. Entiendes que "Connor", si ello es su nombre, su apellido, su apodo, lo que sea, es alguien importante para Ruby. Intuyes algo más cercano que un amigo. Demasiado cercano. Y demasiado lejano al mismo tiempo. ―Lo siento.

―No, no debes disculparte. ―Los moluscos también tienen su corazoncito. ―La vida sigue. El mundo sigue. Y es eso lo más relevante.

Asientes con la cabeza. Casi dices un inoportuno: "Todos vivimos en nuestro pequeño mundo", contenido en un último momento. Ser lento de habla es todo menos una tara en estos momentos.

Por genuina curiosidad, o simplemente por sepultar sus propias penas, la escuchas preguntarte algo que no logras entender bien, al principio, hasta una repetición:

― ¿Te parece... que soy molesta?

"Molesta". Lo que se dice "Molesta". Obviamente no es normal dialogar con una especie de sepia azul, bípeda y con dientes. No es normal escuchar de la misma sepia que tiene un problema personal con alguien. Para nada es normal. Pero... ¿Molesta?

Descubres, hasta ahora, algo desagradable. Tras esos simpáticos ojos notas algo mucho menos inocente, por ponerlo de una forma sumamente suave; será el momento, o será sólo algún sentimiento reprimido desde el primer encuentro. Tienes la misma sensación de un animal asustado por el relámpago. Es menos de un segundo, y pasa. Nada más. Imaginación tuya. Pero "molesta" ... no, no lo es.

―No. ―Ni el menor asomo de inseguridad en tu voz

Qué vueltas tiene la vida. Es ella quien, ahora, te estudia con morboso detenimiento. No parpadeas, sigues en la misma posición. Hasta que vez una cosa brillante...

Ignorando todo el episodio, das una zancada a la izquierda y te arrojas al suelo, apoderándote del objeto. Sólo un botón camisero. Mala suerte. Creíste que era un dólar de plata.

Mientras te pones de pie, notas que Ruby tiene su enorme mano derecha extendida en cierta dirección descendente. Debió pensar que te ibas a desmayar.

―Disculpa. ―Metes el botón en tu bolsillo. ―No me parece... que seas molesta.

Tiene una ligera carcajada. Entre divertida y frustrada, lograste arrancarle su inicial inseguridad.

― ¡Está bien! ―Su larguísima mano se junta con la opuesta en una estridente palmada. ― ¿Coleccionas botones?

No respondes nada. Sólo extiendes la mano, en ofrecimiento, con el gran "tesoro". Sin pensárselo dos veces, lo toma y se lo guarda. Supones, rápidamente, que ella debe ser el terror en la liga de pancracio colegial. La ausencia de esqueleto podría suponer una injusta ventaja sobre la mayoría de las rivales.

― Mejor en un frasco que en mar. ―Comentas inopinadamente.

―Ya lo creo. ¡Me pone enferma ver a dónde va a dar todo! Todo ese plástico. ¿Sabías que las gaviotas se lo comen y lo guardan en su estómago?

Asientes con la cabeza.

― También termina en otros sitios... ―Tienes en mente a otro animal, y otros órganos. Rectificas, es un poco "brusco" siquiera mencionarlo. ―... subsuelos, lechos de ríos.

―¡Mal hecho! ―Por un momento mira con desaliento al entorno. Está pulcro, siempre cuidan la imagen. Hay que competir con los otros paraísos tropicales. Ruby parece poner atención más al mar mismo. ― ¿Sabías que el pez león ya es una especie invasora del Caribe?

Crónica de una jornada laboral accidentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora