Crónica de una jornada laboral accidentada

9B.-Arrojando la primera piedra

Hoy hay algo extraño. No en el condenado clima tropical, ni en las actitudes de los turistas... bueno, sí. Es el caso de unas gentes. Es su actitud.

Si en los días anteriores parecían interesadas en hacer compras, hoy se portan extrañamente esquivas. En lugar de entrar, miran hacia el interior, siguen su camino, y no las vuelves a ver. Hasta se diría que te evitan a toda costa. Gente extraña, decides no dedicarle más pensamiento. Economía, ante todo.

Nada mejor para apartar pensamientos absurdos que el trabajo remunerado. Tomar dinero, dejarlo en la caja, y a lo siguiente. Así es la vida. Si mueres hoy, o en el futuro cercano, el esfuerzo será en vano. Si vives en el futuro lejano, te arrepentirás de no haber dedicado más a ganar dinero. Así es la vida. Tomar dinero, dejarlo en la caja, y a lo siguiente.

Fin de turno. Al fin puedes dejar de pensar en meter dinero a la caja, fregar los pisos y otras tareas vistas con desdén por tus modelos a seguir. Financiar organizaciones no gubernamentales, partidos políticos, grupos guerrilleros, artistas, y otros entes invisibles; eso sí es algo propio de tus modelos a seguir. En el fondo, esos espectros son cajas gigantescas. El principio de financiar a una ONG preocupada por "visibilizar" a gente invisible, e intangible para el adicto a Internet medio es el mismo detrás de meter dinero a una registradora. Todo el dinero, real o especulativo, se debe mantener a buen recaudo, lejos de los dedos de otros. Paradójicamente, esos "otros" son los que deben darle su validez.

Ese cliente no es tu responsabilidad. Está mirando al feo "Botero" decapitado. ¿Va a comprarlo? ¿Qué hace, en primer lugar, estatua tan hortera en un mini súper? Ah, vale. Para responder preguntas hubieran contratado al de la serie "Cosmos".

Sales del laburo. Todos ríen y gritan. Pasas cerca de la competencia, sin negras intenciones. Lo usual en el libre comercio es obstaculizar lo posible al contrario. Pero todavía no estás en esa posición. Todavía estás en un nivel negativo en la escala. Eso cambiará.

¿Qué le pasa a esta gente? No son turistas. Están demasiado vestidos, y demasiado amargados para serlo. Tampoco son locales, pocos entre ellos son del aspecto. La mayoría parecen actores de alguna película ambientada en la época colonial. Viejos, leucodermos, pelo a la altura de los hombros, narices y miradas afiladas. ¿Qué es lo que pretenden cerrándote el paso?

Entre todos, blancos y negros, bloquean tu camino. Un forzado "Disculpe", y a retroceder. ¿Qué sucede? Te impiden volverte sobre tus pasos. Estás completamente rodeado por amargosos de elevada estatura.

No hay tiempo de hacer más. La pinza se cierra, logras empujar lejos a uno, a dos, pero el tercero es imposible; el cuarto, llega con algún objeto.

El objeto del cuarto es un saco negro. Quedas imposibilitado del todo para nada. En tu mente se crea un cuadro a partir de impresiones auditivas y táctiles: te atan con cuerdas, te alzan en vilo, te arrojan a un maletero, y echan a andar los motores. Logras decirles algunas verdades, pero... la verdad no te hará libre ahora. Lo único tangible es que estás comprimido como lata, medio sofocado en un maletero sacudiéndose violentamente con cada pedrusco y bache en el camino a no sabes dónde.

Se detiene. Oyes voces cercanas. Unos pasos sobre guijarros. Sólo puedes visualizar como se abre el maletero, y te arrastran por el suelo. Esos malditos guijarros hacen todo peor. La cosa no mejora cuando llega el escalón y sigue por el piso.

La temperatura cambia. Hace frío y está húmedo. ¿Seguirás en la misma isla? No sabes. Te arrojan contra una pared, y alguien rompe el saco, dejándote respirar, finalmente, a tus anchas.

Entre cada frenética bocanada de aire, logras acostumbrarte a la enfermiza luz de cientos, quizá miles de antorchas. Estás en una especie de salón hecho enteramente de mármol mohoso. El lugar debía haberse caído a trozos hace mucho tiempo, si tus observaciones eran correctas.