19.-Algún partido se saca

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¡Uff! ¡Menos mal! Ya reacciona. Se incorpora lentamente, con ayuda tuya. Descubres que tiene branquias en el cuello; solucionado el enigma de la respiración. Los demás deberán esperar.

—¿Ah? —Se lleva una de sus manazas a la cabeza. —¿Qué ha ocurrido?

—¿Bien? —Omites las palabras superfluas, como buen ahorrador. —¿Qué es un pedazo de pay?

—Sí... gracias. —Observas sus pupilas en busca de cualquier cosa inusual. —Ah... un pedazo de pay sería una fracción aproximada del número irracional Pi. —La respuesta no es lo que tenías en mente. No importa: es claro que no tiene daño cerebral, y es suficiente. Te abstienes de preguntarle qué es un creampie.

—Regresamos. —Anuncias.

—¡No, no, no, no, no! ¡Estoy bien! —Insiste. No quiere terminar tan abruptamente la excursión.

Piensas en llamar, cuanto antes, a un médico. Sólo que no sabes si el apropiado será un alergólogo, un ginecólogo o un malacólogo. Por lo pronto, no pones cara de alivio, buscas el celular. ¡No está! Has debido dejártelo en el pozo, repite tu movimiento y... tampoco tiene el suyo. Los dos se han quedado allá abajo.

Haces gesto de que espere. Piensas regresar al agujero por los dos aparatos. Eso sí, no le quitas el ojo en un buen rato. Sigue preocupándote. Preocupándote por lo difícil que es sostenerla en esas condiciones, claro.

Otro paso sobre la "escalinata" y uno más abajo... Sí, aquí fue. El suyo se quedó al pie de los petroglifos, justo bajo ese raro símbolo. Mirándolo ahora, parece ser un pentagrama hecho de curvas.

Sacudes la cabeza. Ver monigotes tallados en piedra es lo último que desearías hacer ahora. Tu teléfono... no está a la vista. Recoges el de Ruby, y tratas de averiguar dónde está el tuyo. Temes que pudiera haber ido a dar al agua.

Suspiras de alivio al descubrir, felizmente, el artefacto en un "peldaño" inferior, más estrecho que los anteriores. Te agachas, y estiras cautelosamente el brazo. No logras alcanzarlo. Un poco más... ya casi. Lo tocas.

¡No hay caso! Debes descender. Das un salto cortito, y llegas al peldaño. Es casi el último. Tomas el teléfono y...

¿Qué es eso que brilla, al fondo? Parece ser algo redondo, y... dorado. ¡Nah! No crees que sea... Hasta que estiras la mano y lo tomas. ¡No puede ser!

Independence. 1973. Fifty Dolars. Un par de flamencos ante una salida del sol. Al reverso, el perfil de la reina Isabel II con la leyenda The Commonwealth of... ¿Será posible? No hay forma de saber cuánto lleva bajo el agua.

No lo crees. Seguro es falsa.... Al igual que esas otras, hundidas en el agua. Parecen ser densas... como el oro real. Falsas, seguro de cobre cubiertas con una capa de oro barato. ¿Oro barato? No... esto parece ser demasiado real. Muy real. Alargas la mano para tomar dos más. Todas tienen la misma densidad y tamaño. No hay desgaste, ni se sienten jabonosas. Son... son reales. Tienen el mismo aspecto de otras monedas, verificadas, que has tenido entre los dedos. ¡Y ahora están a tu alcance!

Más las observas, más descubres. Son exactamente seis. Alcanzarlas todas tomaría tiempo, y... Ruby podría no estar tan bien como parece. No has debido dejarla sola. Ya es mucho... pero tomar unas cuántas no te hará mal. Seis monedas de oro son pocas.

Estiras las manos y te haces de todas las que puedes, haciendo un poco de chapoteo. Estás sacando buen partido de esta amistad tan dispar. ¿Gillman? ¿Gillman quién?

Una tras otra, van a dar a tus bolsillos. Parecen salir de la nada. ¡Oro! En eso sí que crees. La última está alejada. ¡Debes tenerlas todas! Poner los pies en el agua, te llega a un poco más arriba de los talones. Das pasos, haciendo mucho ruido. Ya no estás interesado en nada más. ¡Oro! ¡Oro! ¡Para esto has nacido! ¡Venga el oro!

—¡Eh! —La voz de la pequeña kraken te saca del frenesí. Sin pensar en sí misma, salta hasta el fondo y cae algo lejos de ti. —¡¿Estás bien?! —Repite tu nombre, y corre en dirección a donde estás.

Tapas apresuradamente el tesoro, y evitas mirarla. Es una completa vergüenza haberla olvidado por esto. Siempre quieres tenerlo todo.

—Caí. —Mientes. Logras aferrar la última moneda, entre tus codiciosos dedos y te pones de pie, rápidamente metiéndola en el bolsillo de atrás. —Nada roto.

Le entregas su teléfono. Muy educadamente, te da las gracias y vuelve a disculparse por haber tenido ese percance. De cualquier forma, es suficiente. Hay que salir de aquí. Señalas con un dedo la salida. Te parece que ella está bien, y en pleno ejercicio de sus facultades mentales. Te ahorras llamar al malacólogo. La mejor parte es que ahora sí has sacado muy buen partido. Hará falta confirmar que las monedas son de oro, pero para eso falta mucho. Sí, mucho.

Un salto, y algo de esfuerzo. A ella le es fácil, siendo invertebrada. Debió tener problemas enormes en la primera infancia para sostenerse. Es un poco llamativa la forma en que echa para arriba sus enormes piernas y le sigue el resto del cuerpo.

Por algún motivo decides interponerte entre los burdos tallados y ella. Algo está mal. Esto no es simplemente un agujero en el suelo, medio lleno con agua de lluvia.

Crees ver algo más. ¿Será posible? ¡Otra moneda! ¿Por qué no la has visto antes? ¡Debes tenerla! ¡Qué predicamento! Si la tomas delante de sus nari- es decir, sus agallas, vas a quedar mal. Si te vas, te quedas sin más oro. Podrían ser falsas. No habría pérdida en dejar una.

Y si son verdaderas... ¡vas a lamentarlo! Razonas que será peor perder una si son verdaderas a conservar las que ya tienes si son falsas. Mientras ella da el último paso... finges que te has resbalado. La altura es insuficiente para suponer un peligro serio.

—¡Ay, ay! —Intentas hacer la pantomima lo más convincente posible. Hasta te llevas la mano a la rodilla.

Baja rápidamente, sin detenerse para nada. Otra vez. Crees que tiene algo de incredulidad. Es hora de "recuperarse". Y de salir, ahora sí, de inmediato de ahí...

Algo te sujeta la mano. ¡¿Qué es eso?! Una cosa viscosa y desagradable, emergiendo de los guijarros. Parece un par de dedos bastante largos... forcejeas, pero no cede. Ruby acude en tu ayuda, una vez más... primero, tirando junto a ti.

Es inútil. Esta cosa es demasiado fuerte. No te suelta para nada. Más te estás desollando la muñeca con todo este jaleo. Ya te olvidaste de la condenada moneda.

Ves una especie de destello rosa. Sientes que te elevas por los aires. Y ahora, te ves sujeto por otro par de dedos, estos mucho más largos, blandos y morados. Estás libre.

No puedes evitar cierta impresión al ver esos enormes ojos, en ese rostro sin nariz.



Crónica de una jornada laboral accidentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora