10B.-El viejo y el mar

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Trabajar en las vacaciones no es algo que se considere divertido, para la mayoría. Para ti, en cambio, lo anormal es considerar estar tirado con casi medio kilo de pintura encima, junto a otros dos sujetos que no conoces, mientras tres mujeres danzan frenéticas con una bandera capturada en un campo de paintball. Añadimos el ardiente sol caribeño para adobarlo todo aún más. Lo hecho, hecho está.

—¡Vaya! —Una de tus compañeros de infortunio, un pelirrojo con pecas, comenta mientras se quita la careta protectora. Es el tipo de gente que parece experta en programación, tiene una madre sobreprotectora, malos hábitos de higiene personal y una barriga roja. —¡Sí que disparan rápido!

—¡Ouch! —Respondes al unísono con el otro.

—¡Vamos! ¡Otra vez, otra vez! —La voz de Ruby sigue insistiendo detrás de su propia careta. Más impresionado estás de que su pulposa cabeza... su pulposa cabeza entrara en eso.

—¡Ya me aburrí! —Una de sus amigas se quita todo su equipo de protección. Si mal no recuerdas, se llamaba Margot. —¡Éstos no pueden con su alma! Bueno... alguno que otro sí. —Le da un codazo a la cefalópoda. —¿Qué tal te fue con el tuyo?

—Ammm... bueno...bi-bien, supongo.

—¿No era más alto?

—¿Y no hacía surf? —Su otra amiga también se descubre la cara, se ve algo incrédula. Crees que le dicen Bliss.

—Bueno... todo estuvo bien.

—Me cuentas todos los detalles más tarde, ¿Vale? Mejor vámonos a comer.

—Sí, mejor vamos a comer. ¿Les parece bien a todos? —Tiene todos los gestos de quien intenta mentir conscientemente.

—¡Oh... yo mejor me voy! Lo siento. —El pelirrojo de las pecas se excusa, haciendo un esfuerzo enorme por ponerse de pie, aunque lo ayuda su "ejecutora" Bliss. —Tengo que volver... mis tíos están por terminar con sus lecciones de buceo y no les he avisado de esto.

—¡Y yo tengo que ir al campo de golf o mi padre me dará otra paliza! —Se pone en pie, con ayuda de la escandalosa Margot, el segundo, uno que bien podría ser de la isla... sólo que en realidad es de Jamaica, pero no de ésos que adoran a Haile Selassie y a Bob Marley... más bien de los que usan anteojos gruesos y pesan treinta kilos en mojado.

—¡Buena suerte! —Primero con sorna, luego como disolviéndose, las otras dos se despiden de sus aporreadas víctimas. Se ponen rojas como clavelito, suspiran y se abrazan mutuamente mientras suspiran otra vez. ¿Qué habrán visto en esos dos pelmazos? No resuelves. Tampoco qué cosas habrán pasado entre ellos esa noche.

Ruby tiene algo de timidez. Mira en otra dirección cuando sus amigas fantasean locamente con sus dos machos omega. Sin mirarte, intenta darte una mano. Toda ayuda es bienvenida.

—Siento haberte disparado... —Su triunfal júbilo se ha esfumado, casi por completo. No sabes... te da un no sabes qué. Hay algo de triste dulzura en esa mirada, temerosa. Estás arrinconado, debe ser un chantaje para aceptar la siguiente invitación... entre perder dinero, ganar moretones, o vivir con el remordimiento, definitivamente optas por la primera opción.

—Yo invito. —Dices con toda la tranquilidad posible, dadas tus circunstancias.

—¡Oh, no, no, no, no, no! —Parece una gran gelatina azul mientras lo niega. —¡De eso nada! Cada una pagará lo suyo.

—Insisto. —Contraatacas. —Sé dónde hay un buen lugar.

—Tiene razón, Ruby. —Margot no parece ser capaz de callarse. — ¡A las vencedoras, los despojos!

—Está bien. —Insistes.

Ya sea porque rechazar tu propuesta es otra humillación, o por la insistencia de sus dos amigas, ella termina cediendo. Mientras tanto, no puedes evitar pensar en cómo sería la vida en la tierra si todos los humanos desaparecieran, dejando solos a los de su raza disparándose pintura.

¡de ! Por ahora, es mejor preparar la billetera. Con tres damas en la misma mesa que tú, esperas ansiosamente que no ordenen langosta...

Pues no, no ordenan ninguna langosta. Se conforman con simple souse y arroz con quisquillas. Bien podías no haber pedido más que un analgésico para tus cardenales, pero hay que ser solidarios, y pides el mismo souse de todas.

No paran de hablar entre ellas de Oceanside, de California y de un montón de cosas propias de los yanquis... de los yanquis de ahora, es decir. Hasta Ruby parece embeberse de todo eso. No del todo inusual, es con lo que tiene que convivir a diario.

Por tu parte, no guardas tanto aprecio por esas cosas... el día de San Patricio, el cuatro de julio, el día de Dar Gracias, el Álamo... ¿Significarán lo mismo para alguien medio humano, medio pulpo? ¿Habrá más gente como ella en alguna región de los EEUU? ¿Vivirán en ghettos insalubres, reservaciones especiales exentas de impuestos, o en comunidades cerradas? ¿Habrá más de ellos alrededor del mundo, quizás en el fondo del mar, viviendo sin interesarse mucho por los humanos? Es claro que la leyenda del lusca tiene algo qué ver. Exageraciones, desde luego. Nadie de aquí parece interesarse en comerse a los marineros.

Un ruido desagradable interrumpe, por un momento, el ambiente. En una mesa cercana hay un comensal extraño. Parece rondar los cuarenta. Lleva un impecable traje blanco, y zapatos ad hoc, con corbata impoluta de seda.

Lleva demasiado oro encima... anillos, pulseras, cadena, hasta un Rolex. Pese a lo ostentoso, su aspecto es desagradable, así como su dieta: un inmenso plato ikizukuri con unos pulpos, todavía vivos y agitándose. No tiene ningún miedo a morderles en todas partes y escupirlos repetidas veces. Parece aderezarlos con salsas más por torturarlos que por el sabor. Casi parece estar a punto de echarse a andar en cuatro extremidades... o reptar por el suelo. Por primera vez en mucho tiempo, no sientes tanto interés en observar el oro.

Por tu parte, prefieres no seguir observándolo, e intentas distraer a todas con el tipo de preguntas tontas para la ocasión...

—Así que... ¿son de Estados Unidos?

—Sí, de California. —Ruby ha entendido la idea perfectamente. —Oceanside.

—¿Tienen algún plan para el futuro? ¿Oxford, Yale, Harvard, Miskatonic?

—No... todavía no... he escuchado que Miskatonic es buena.

—No diría que tanto. —Margot se adelanta. —No tienen muchas carreras.

Por un momento te distrae un sonido, como el golpeteo de un trozo de madera. Un viejo de gruesa barba blanca, y floreada camiseta, se sienta a la misma mesa que el desagradable ricachón. Le falta una pierna, como demuestra su anticuada prótesis de madera.

—¿No es ese el viejo Lighthouse? —Bliss pregunta en voz baja.

—Sí... me parece. —Ruby responde, mirando con cierta repugnancia al desagradable sujeto del traje.

Éste no da la impresión de saberse observado. Parece hablarle al vejete de una forma muy tranquila, sin prestar atención a nada... ¿Por qué parece que ese viejo, ese tal Lighthouse, te ha echado el ojo?

(Continua en el cap 11B)


Crónica de una jornada laboral accidentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora