5A.-Feroz, enorme, e imaginario

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Pasó la noche sin mayores impresiones. Un par de curiosos se limitaron a mirar al interior de la tienda, y se marcharon. Por ahora, sólo queda aguardar en tu puesto, el sol ya saldrá. Es cierto, todavía te preguntas qué pudo haber comprado un cefalópodo capaz de andar erguido. Salsa de soya seguro no es.

Llega el señor sol, y con él, el propietario. Es un hombre jovial, biempensante y todo lo hace a cámara lenta. También es extremadamente informal. Aquí todo suele tener la cadencia del calipso.

―Veamos, sí, correcto. Sí, una venta. Lo que vale es la intención. ―Mientras hace un improvisado balance, notas el dejo de sarcasmo en su último comentario. No menos notorio es que trae colgando de los hombros algo. Parece un par de valvas de almeja unidas por un cordel. Lo son, y de cierto tamaño, más bien modesto.

El hombre se percata de tu perspicacia, y repentinamente acelera para ocultar de tu mirada eso. Da igual, no crees que se haya líado con una sirena. Si la hubiera cercam le harpias una consulta sin honorarios, tal vez.

―Si te quedas hasta mediodía serán cuatro días más de salario. ―La oferta fue pronunciada desde su despacho, que era sólo una caja fuerte acompañada de un banco detrás de un tablón, y una estatua de escritorio todavía más fea que un Botero: algo obeso, sin cabeza y con las manos extendidas. Lo que sea.

―Hasta el mediodía. ―Repites para ti mismo, aceptando. Cualquier oportunidad para sacarle provecho a este sitio es para tomarse. Hablando de oportunidades, después de dar el riguroso "Sí", te diriges al elegante despacho para preguntar algo: ― ¿Qué es "lusca"?

―Así le llaman aquí a un animal imaginario. Una especie de pulpo enorme con dientes en lugar de pico. La gente lo inventó para alejar a los curiosos de las pozas azules... es peligroso bucear en los más engañosos. A veces hay corrientes y succionan todo. ¿Comprendes? Decían que se comía todo a su paso, hundía barcos, canoas... esas cosas. Hace años vino un oceanógrafo francés... Jacques algo. Supuestamente le interesaban las historias del lusca. ¡Paparruchas! No sé quién lo haya inventado, los ingleses, los españoles o los taínos, o los árabes, o los franceses... igual lo de las islas que aparecen y desaparecen, o el "Triángulo de las Bermudas", es sólo eso, un invento.

"Un invento" fue quien hizo la única compra de la noche, más un gasto adicional a tu cuenta. Regresaste a tu sitio, empezando a hacerte preguntas. La más incisiva es el cómo la gente de ese sitio sabe describir a la perfección a quien había entrado y salido por esa puerta. En escala mucho menor, eso sí. No hay demasiado motivo para inquietarse. La realidad siempre es más ramplona que la ficción. El hombre rollizo se marcha, dejándote a cargo de todo.

Por fin, llegaron los clientes. Todos turistas cocidos al sol, en su mayoría. Manosean, maldicen y pagan. Llegan en manadas, a veces de par en par. Por fin cesa el desfile. Tiempo para respirar.

Ves asomarse algo. Reconoces de inmediato que es una cabeza azul con un par de ojillos escudriñadores y sin nariz. El "lusca" del mito es sólo una turista no muy brillante en asuntos de geografía.  

Debe reconocerte―Como si no tuvieras tu nombre bien visible― y está por entrar. Sin previo aviso, es desplazada bruscamente. No es tan divertido verle los dientes en esa circunstancia, si bien, se confirma que no debe tener muchos huesos. Nadie saldría ileso de ser apretado por un par de gordacas como ésas.

El par de desagradables especímenes tiene al menos diez capas de grasiento bloqueador, sudor, suciedad, y salitre por encima de sus pliegues cutáneos, invulnerables a las rayas adelgazantes. Parecen la viva imagen de la fea cosa en la "oficina", sólo que con cabeza.

No comprendes qué pretendan al cubrir sus enmohecidas canas con cancerígeno tinte pistacho. En cambio, sí entiendes lo que sería una memorable amalgama entre elefante marino y bulldog: es lo que te observa desde detrás de unos lentes negros.

Crónica de una jornada laboral accidentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora