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Las oficinas parecían estar más llenas que nunca cuando Harry Styles pisó el suelo junto al ascensor, un segundo después de que las puertas le mostraran el caos.

La situación era crítica, lo sabía más que nadie. Sin embargo, le sorprendió el hecho de que incluso los abogados estaban allí, listos para un juicio que la familia Connor ni siquiera estaba dispuesta a iniciar. Al menos eso creía, por ahora.

Abrió el despacho de Jeffrey y esta vez la alegría y energía fingidas que siempre parecían recibirlo habían sido reemplazadas por la máscara de la preocupación y la seriedad.

Saludó a todos con un fuerte apretón de manos, mientras mantenía un rostro apacible y serio, acompañando al aura poco célebre de la habitación. Tomó asiento y aclaró su garganta, esperando que alguien dijera la primera palabra. No fue así.

—He hablado con la familia Connor y no presentarán cargos —explicó rápidamente, queriendo terminar con todo aquel desfile inútil de abogados que jamás tocarían una sola hoja del caso.

—No lo sabemos con seguridad, Harry, lo mejor será actuar rápido. ¿Cuánto dinero estamos dispuestos a ofrecerles? —Jeffrey, como siempre, pareció hacer caso omiso a las palabras de Harry, y aquello comenzaba a irritarlo como la etiqueta de una camisa que jamás había sido quitada.

—No es necesario. Hablé con los padres y me he hecho cargo personalmente de todos los gastos del hospital, así como de su estadía en la ciudad. Ellos simplemente quieren que su hija se recupere y entienden que fue un—

—Déjame interrumpirte ahí, Harry, porque es necesario que entiendas que esto no es algo que se soluciona con tu bonita sonrisa y carisma. La gente quiere dinero, y el hecho de que seas Harry Styles hará que te quieran sacar hasta los ojos en cuanto tengan la oportunidad.

—Se verá en el momento y se le dará lo que corresponda. Por lo pronto, no quiero que intervengan en la situación. Lo tengo bajo control.

—No puedes tener bajo control ni tu propio auto, mucho menos esto, Harry. No seas ingenuo—

Esta vez, lo que interrumpió su falta de respeto y menosprecio fue el golpe rotundo de las palmas de sus manos contra la enorme mesa de juntas que separaba las puntas, donde se encontraban Harry y su representante. Pudo ver por el rabillo de su ojo a Sydney retraer sus hombros por la impresión del golpe; sin embargo, eso no evitó que la firmeza de sus palabras saliera disparada.

—Creo que no te has dado cuenta, Jeffrey, que aquí yo soy el maldito jefe. No tú, no ellos y absolutamente nadie más. Estoy cansado de que desafíes mis decisiones y mi autoridad. He dicho que no quiero que mis abogados ni nadie intervenga en la situación. —Si alguien hubiera tenido una tijera a mano, podría haber cortado perfectamente el aire de la sala.

Los ojos verdes de Harry jamás se habían visto tan serios y profundos como en ese momento. Su brillante y elegante personalidad siempre había sido intachable, al igual que sus buenos modales. Sin embargo, su equipo de trabajo parecía haberlo empujado, golpe a golpe, a un precipicio del que solo tenía forma de salir peleando.

Jeffrey se sintió desafiado y desautorizado, observando el cuerpo firme de quien había controlado como a su marioneta. Parecía querer soltarse de los hilos y aquello no era exactamente ventajoso en esta situación.

Analizó la situación, por supuesto. Parecía obvio que necesitaba aflojar ligeramente las cuerdas antes de que el muñeco se soltara y destrozara el trabajo de su vida. La sensación de libertad le daría al hombre la tranquilidad para dejar de tirotear y sería así mucho más fácil volver a manipularlo como al comienzo. Así lo hizo.

Harry salió con una victoria, inflando su pecho y ensanchando su espalda. El vaso se había cerrado con su firme puño, y aunque deseó haber tenido el mismo temperamento para haberse interpuesto en otras decisiones, se alegró de saber que, por primera vez en muchos años, se había llevado a cabo lo que él deseaba.

Subió al auto, manejando por las calles de la ciudad con un ramo de flores que había pasado a comprar. Aunque deseaba saber qué tipo de flores prefería Sam para decorar la sala del hospital, se sintió bien poder hacer algo por sí mismo.

Había cosas que Harry deseaba hacer como cualquier otro ciudadano. Por ejemplo, el poder ir de compras y elegir sus alimentos. También le gustaría poder ir a una cafetería y disfrutar de la tranquilidad y soledad de un día gris sin que tuviera 20 cámaras apuntando su rostro. Pero nada de eso parecía posible.

Eran cosas básicas, incluso insulsas o tediosas para el resto de la población que las tenía que hacer a diario. Sin embargo, en el fondo, Harry las extrañaba, porque él era un alma libre que estaba apresada en barrotes de oro por personas a las que ni siquiera le importaba.

Estacionó frente al hospital y cerró el auto con seguridad, sintiendo los flashes golpeando su rostro mientras caminaba y los paparazzi se amontonaban.

La seguridad del lugar actuó rápido y los sacó, haciendo un cordón humano e impidiendo que pudieran seguirlo más allá de las puertas, donde, por fin, el silencio lo llenó y pudo estar solo con sus pensamientos, con un ramo de flores amarillas apaciguando el aroma a cloro y desinfectante que tanto odiaba.

Divisó a la señora Connor en el camino por la sala de espera y rápidamente la abrazó, dándole un beso en la mejilla y dejando el ramo de flores en la mesa junto al sillón donde se encontraba. Habían preparado una sala especialmente para ellos, con una ventana que daba hacia la sala donde Sam respiraba a través de la tecnología que le brindaba el costoso pero eficiente hospital.

La sala era pequeña, pero acogedora. Había una alfombra, sillones, una cama y una mesa en el centro donde estaban esparcidas las pertenencias de Sam, aquellas que él había visto el día del accidente.

—¿Cómo está todo? Lamento la demora. Tuve una junta importante. Le he traído el desayuno —Harry le tendió una bolsa de papel madera, donde había dos cafés y varias donas.

La mujer lo tomó y sonrió, una sonrisa que no llegó a sus ojos y mostró el cansancio que la mujer tenía luego de una noche en vela.

—Están haciéndole análisis. Van a llevarla a tomografía cerebral para que puedan ver el progreso desde el accidente hasta hoy.

Harry asintió, mientras Cristina bebía del café caliente, agradeciendo en su cuerpo la recarga de energía. Él la acompañó con su café, observando por la ventana el sinfín de cables que ahora mantenían a Sam Connor con vida.

—Puedes ir a descansar. Tengo la tarde libre y necesitas descansar. ¿Han podido ir a casa?

—Arthur está allí. Fue a darse una ducha y descansar. Yo no quería dejarla sola —la señora explicó, y Harry asintió, entendiendo perfectamente la situación. Él tampoco había querido dejarla sola un minuto.

—Puede ir también. Yo estaré aquí. Mi chofer está a su disposición para llevarla donde necesite. Traerán mi laptop y mis cosas pronto, por lo que puedo trabajar aquí mismo.

Cristina asintió suavemente y palmeó el hombro de Harry antes de dejar el café en la mesa del medio, con un ritmo tan lento que él creyó que en cualquier momento se desvanecería del sueño en el suelo.

La acompañó con la mirada, viendo que se preparaba para ingresar en la sala donde estaba la castaña, y entonces tragó duro, sintiendo su nuez bajar y subir en el movimiento. Aún no podía verla directamente, aún no podía sacar ese sentimiento de culpa que lo arrollaba y lo empujaba profundamente en la tristeza.

Le llevaría tiempo, estaba seguro, pero lograría darle el respeto de poder observarla directamente y ver lo que había logrado.

The color of her eyes | Harry Styles.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora