17

289 28 6
                                    

Harry siempre había escuchado que la fe movía montañas; sin embargo, jamás había sido especialmente creyente. Quizá por eso mismo es que la fe no lo acompañaba o no actuaba de la manera en la que lo hacía con los demás.

Anne, su madre, solía decir que Dios lo acompañaba en cada paso y había dejado un don en él, un don que ayudaba al mundo. A Harry, o más bien a su orgullo acuariano, le gustaba pensar que el éxito y lo conseguido habían sido producto de su trabajo duro desde la adolescencia, el esfuerzo de años de giras y horas encerrado en habitaciones de hotel, sacrificando los momentos que normalmente un adolescente viviría: relaciones, colegio, universidad, amigos y vida privada, sobre todo esta última.

Harry no era escéptico, por supuesto; sabía que había algo, alguien, como quisieran llamarlo, que estaba allí para cuidarlo, y se había dado cuenta a lo largo de los años.

Había estudiado sobre diferentes religiones y culturas. Además, el dinero y la posibilidad de viajar por el mundo le dieron una mente amplia y brillante, una que se enriqueció con diversas creencias. Aunque ahora le gustaba meditar y navegar por las diferentes culturas, estaba casi seguro de que la cruz que estaba pegada a su pecho le había regalado una posibilidad más: una de ver sus ojos.

Al principio, creyó que se trataba de un sueño. El color de sus ojos no era nada que hubiera visto antes, y aunque sabía perfectamente lo que había visto el día del accidente, el volver a tenerlo frente a él era casi un milagro que jamás creyó ver.

Por supuesto que había tenido fe. Había manifestado también y había puesto su confianza en la medicina, todo lo que pudiera ayudarle a traer a la dueña de aquellos ojos de vuelta a la vida. Pero con el paso de los días y las dificultades que parecían haberlo rodeado en los últimos meses, la fe se había vuelto más bien una nebulosa tapada por la incertidumbre y el miedo.

Harry sintió su boca secarse y se preguntó si aquello era producto del sueño o de la impresión de ver aquellos ojos observándolo atentamente, como si se tratara de una aparición hecha persona.

Ella quiso hablar; sin embargo, pareció que su garganta había dejado de funcionar y que las semanas manteniéndola en un sueño profundo le habían sacado cualquier posibilidad de habla, o quizá era la impresión de observar a quien consideraba su máximo ídolo frente a su rostro.

Harry la observó boquear y rápidamente pudo compartir aquel sentimiento. Agua. Sam necesitaba agua.

Caminó hacia la pequeña mesa a la izquierda de la habitación y sirvió, con manos temblorosas, un vaso de agua, colocándole un sorbete que acercó a la boca de la muchacha para que pudiera hidratarse, mientras mantenía sus ojos abiertos para él, observándolo como a una obra de arte indescifrable.

— Llamaré a la doctora —, susurró Harry, y Sam asintió, aún sin dejar de beber el líquido que parecía que su cuerpo necesitaba más que ninguna otra cosa.

Cambió de lugar el sorbete con su lengua y analizó cada uno de los movimientos del hombre.

Harry se obligó a empujar sus pies fuera de la habitación y tocar el botón de emergencia que estaba en la sala conjunta, llamando al equipo médico mientras sus manos temblaban y sus piernas parecían haber sido reemplazadas por dos barras de gelatina, inútiles.

Repasó sus manos por su cabello y rió, casi demencial. ¿Ella lo había visto así? ¿Hacía cuánto estaba despierta? ¿Era su mano la que había estado acariciando su cabello durante los últimos minutos o había sido producto de un sueño? ¿Era este un sueño macabro que le traía a su mente todo aquello que jamás podría tener? Esa era la única explicación que le daba al peculiar color de sus ojos.

Los médicos entraron y los segundos parecieron haberse puesto en cámara lenta, mientras observaba a todo el equipo ingresar en la sala, dejándolo del otro lado de la puerta.

Deseaba verla. Debía confirmar una vez más que aquella mujer que lo miraba con ojos desorbitados era la misma que había atropellado, la misma que lo había sacado de una soledad inminente y la misma que ahora se había convertido en parte central de su vida.

Con manos temblorosas, tomó su teléfono y marcó a los padres de Sam. La respuesta fue inmediata y, aunque al principio parecía que sus cuerdas vocales tenían la misma capacidad de habla que Sam, finalmente unas cuantas palabras cortadas salieron desde el fondo de su garganta.

— Despertó. Ella está despierta. — fue todo lo que Harry llegó a decir antes de escuchar gritos, risas y llanto.

El júbilo se alzó entre las líneas telefónicas y la cabeza le daba vueltas.

Creyó que si su madre tenía razón y existía un Dios, este jamás sería tan perverso para darle todo aquello y arrebatárselo de los dedos, como agua fresca.

— Bobby les enviará el avión, preparen todo y él estará en contacto —, mencionó antes de cortar, observando a su mano derecha caminar de un lado a otro por la sala, haciendo llamadas y enviando correos a diestra y siniestra, organizando por completo cada detalle de aquel viaje.

Harry se palmeó la cara y entró al baño. Se miró al espejo y analizó sus pupilas. Era verdad. No estaba soñando. Realmente Sam se había despertado. Estaba sucediendo y él estaba allí, como lo había prometido.

Lavó su rostro y sus dientes, también acomodó su cabello e intentó alinear su ropa. Sin embargo, la posición en la que se había dormido parecía no haberle dejado posibilidades de parecer alineado.

No sabía por qué se preocupaba. Sam no parecía ser la clase de chica que se fijara en eso, sobre todo cuando había salido del coma. Pero de alguna manera deseaba verla, por lo menos, decente.

Salió del baño, con la cabeza en algo y los hombros rectos. Entonces verificó su celular: llamadas perdidas, mensajes, amenazas. Allí había de todo, sin embargo, nada parecía más importante que la presencia del doctor, que parecía estar llamando su atención justo frente a él.

— Parece estable. Está algo deshidratada, por lo que le inyectamos suero, pero todo parece estar funcionando bien. Vamos a hacerle análisis y es necesario que por el momento no se levante. Acomodamos la cama para que esté sentada, es posible que tenga mareos y náuseas, ya que su cuerpo no ha cambiado de posición en semanas. — El médico comenzó a hablar en un idioma inentendible mientras le daba indicaciones y avisos sobre diferentes procedimientos, pero sus ojos se desviaban hacia el cristal que permitía ver a Sam, despierta y casi rejuvenecida al otro lado de la pared.

— Lo que sea necesario, doctor. Aunque me encantaría que su médica la acompañara, ella ha estado en el proceso de Sam desde el primer día —, mencionó Harry, y él asintió, balbuceando algo sobre ponerse en contacto.

Harry lo saludó y luego se metió en la habitación, tocando dos veces en la puerta antes de entrar, observando a Sam ser acompañada por la enfermera que pasaba todos los días con ella.

— Yo, lo siento, quería saber cómo estabas. Soy Harry —, susurró, casi tímido, justo al lado de la puerta, observándola como si fuera aquella la primera vez.

— Lo sé, Harry. Soy Sam. — La voz de Sam era ronca, producto de los días sin hablar, pero también suave y relajante, tímida y amable, todo lo que él había esperado de ella. Y sus ojos, bueno, sus ojos eran de un suave color violeta.

El color de sus ojos no tenía comparación con nada de lo que había escuchado antes. El color de sus ojos lo atrajo a un abismo y lo empujó a un océano profundo. Era tan maravilloso como la sensación que lo estaba llenando desde la punta de sus pies hasta su cabello, erizándolo por completo.

— Así que, ¿qué tal tu película, Harry?

Él sonrió.

The color of her eyes | Harry Styles.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora