Harry siempre había oído historias sobre los fabulosos ojos violetas de Elizabeth Taylor; sin embargo, siempre había creído que eran rumores, un truco de las empresas cinematográficas o un mito, como la mayoría de las historias de los años dorados de Hollywood. Ahora, teniendo los hermosos ojos de Sam brillando delante de los suyos, podía afirmar con seguridad que eran ciertos.
Según lo que había leído —y sí, Harry había investigado— no se trataban de ojos violetas, sino de un azul grisáceo tan profundo que así parecían.
Eran hermosos, y ahora, luego de meses de esperar por ellos, los adoraba.
Sam estaba hablando con su madre, mientras tenían los dedos entrelazados y su padre la miraba, parado al otro lado de la cama. Harry observaba todo desde la puerta, sin querer intervenir en aquella charla familiar que estaban teniendo en los últimos momentos en aquella clínica.
Habían pasado dos semanas desde aquel día, el día que había visto sus ojos. Los procedimientos habían sido largos y agotadores. Sam había pasado cada uno de ellos de manera sobresaliente. No habían tenido muchos problemas; aquel choque casi no había dejado secuelas y los medicamentos parecían estar funcionando a la perfección al regularizar sus síntomas y el funcionamiento de su cuerpo.
Habían decidido que, por motivos de seguridad y mayor control, Sam iba a quedarse una temporada en la casa con Harry, debido a que sus padres debían volver a Tennessee. Él se haría cargo de que ella recordara tomar sus pastillas y se presentara a rehabilitación, ya que aún le costaba mucho caminar debido al fuerte impacto.
Por el momento se movía en silla de ruedas, aunque era temporal, ya que todos los estudios iban a la perfección y sus músculos y huesos estaban respondiendo. Sin embargo, era un proceso en el que el británico deseaba participar.
—Harry nos llamará en cuanto tenga más noticias, no queremos que te preocupes por nada que no sea mejorar, Sam. Sabemos que él va a cuidarte, como lo ha hecho todos estos meses —murmuraba la mamá de Sam, mientras acariciaba su hermoso cabello.
—Puedo volver a mi departamento, mamá. Ya les he dicho que me siento bien.
—Ya lo hemos hablado, Sam, y Harry se ha ofrecido voluntariamente —él sonrió, intentando evitarlo, sin embargo le era imposible al ver a la preciosa chica protestar en voz baja, intentando que él no escuchara.
Sam y él aún mantenían ciertas distancias y conversaciones pendientes, pero ella aún tenía esa sensación extraña en su pecho; una que la hacía sentir segura.
Quizá se tratara de todo ese tiempo que Harry había pasado al lado de su cama, quizá era aquel susurro constante que vivía en su cabeza, recordándole que todo estaría bien y que él cuidaría de ella. Quizá era la forma en la que él la miraba, observando cada detalle, ayudándola a cada segundo.
Él había velado no solo por su seguridad, sino también por la de sus padres, y se había encargado de absolutamente todo, incluso cuando no tenía ninguna obligación legal en hacerlo. Sam no podía estar más agradecida.
Por ello mismo, quedarse en su casa le parecía una medida completamente innecesaria. Además, según le habían dicho los médicos, en pocas semanas estaría caminando otra vez y retomaría su trabajo.
Ya había perdido demasiado tiempo viviendo en sueños.
—¿Qué hay de Colazione? —mencionó, intentando buscar una excusa que fuera al menos más certera para sus padres e incluso para Harry, quien parecía ser el más interesado en que ella se quedara en su casa.
—Él está conmigo desde el accidente, Sam. Está acostumbrado a mi casa y a mí, no habrá problemas, en serio. Adoro tenerlo y será increíble que estemos los tres.
En cuanto Harry intervino en la conversación, las mejillas de Sam se tiñeron de un profundo carmín, el cual llenaba el corazón del británico de dulzura. Para él, ellos eran viejos amigos; para ella, él aún era su mayor ídolo desde su adolescencia. Y aunque tenía recuerdos, algunos vividos y otros no tantos, la mayoría de ellos podía escuchar la voz de Harry. En otros solo podía sentir su presencia, y aquello era más que necesario para sentirse acompañada en aquel oscuro agujero en el que se encontraba y en el que, desesperadamente, deseaba salir.
—No quiero significar un problema, Harry. Has hecho demasiado por nosotros. Puedo quedarme en casa y te mantendré al tanto de las terapias y...
—No hay manera, Sammy. Lo siento, pero realmente no te saldrás con la tuya. Ya están haciendo mudanza de tus cosas a una habitación de mi casa. Todo está listo, incluso tus lienzos y tus cámaras. Podrás trabajar desde allí, no tendrás problema alguno. Tienes todas las comodidades, es lo menos que mereces.
Una vez más, la voz de Harry era convincente y esta vez, finalmente, no tuvo ninguna objeción. Además, sus padres debían irse ya mismo o perderían el vuelo, por su culpa.
—Bien, pero en cuanto esté caminando, volveré al departamento.
—Suena justo, pero por lo pronto me tendrás de enfermero.
—Qué castigo —murmuró, en broma, y Harry comenzó a reír. De a poco, lentamente, podía comenzar a conocer su brillante y adorable personalidad. Aquella que él había comenzado a distinguir con pequeñas chispas de luz entre las historias de fotos y videos que había visto de ella.
Pero era diferente, lo sabía.
Harry se la había imaginado, y el tenerla enfrente era incluso mejor. Quería conocer todos sus matices: los dorados, los oscuros, los brillantes y los opacos, los grises, los negros, todos. Ahora conocía sus ojos, pero quería más, y él deseaba, de alguna manera, que ella conociera los suyos.
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Próximamente:
"The color of his eyes" segunda parte de "The color of her eyes".
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The color of her eyes | Harry Styles.
Fiksi PenggemarHarry se encuentra en un punto de su vida donde cree que nada funciona de la forma en la que debería. Su carrera está siendo controlada y ahora también, su vida privada. Nada resultó para el de la forma en la que soñó y aunque estaba agradecido po...